Isabel Allende: “He sido muy atrevida, muy petulante y subversiva”
28.09.2010
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28.09.2010
-Es una de las escritoras chilenas más vendidas y famosas y, sin embargo, algunos escritores y críticos en Chile afirman que su obra no es literatura y la relegan al casillero de “libros para mujeres”. ¿Le duele?
Eso no me hiere ni me ofende. No tengo mayores pretensiones, mi formación es la del periodista, de querer comunicar algo, tener un lector, agarrarlo por el cuello y no soltarlo. Y que el lector me siga, me quiera y me crea. Si tengo eso, y con respuestas todo el tiempo… ¡cómo me va a doler! Además, y esto puede sonar muy petulante, no mido lo que hago sólo a nivel de Chile, y no porque no viva aquí, sino porque mis libros se publican en 30 lenguas, la mayor parte de mis ingresos proviene de países como Alemania, Holanda, Italia; entonces, si un crítico me descuera en El Mercurio, no me importa nada. Y como no es unánime, menos me puede importar.
-Después de haber vivido tanto tiempo fuera, ¿qué es para usted este país?
Creo que tengo un país inventado. Es cierto, llevo muchos años afuera, pero además, no nací aquí sino en el Perú. Mi padre era diplomático, así que pasé toda mi infancia viajando. A los 15 años regresé, hasta el Golpe de Estado viví en Chile y después me fui. He pasado mucho más de la mitad de mi vida afuera y, sin embargo, mi referencia siempre es Chile. Cuando escribo sobre cualquier otra parte mi escritura es un poco forzada.
-¿Forzada de qué manera?
Más allá de que tengo que investigar mucho, escribo desde el punto de vista de una extranjera, una forastera; porque sé que nunca va a sonar auténtico si lo escribiera como si fuera de allí. En cambio, cuando escribo de Chile, soy de aquí, pero de un país inventando, mítico, un Chile nerudiano más bien y un poco frigorizado en los ’70. Porque cuando vuelvo, veo el exitismo, el país materialista, moderno y yo todavía traigo conmigo la imagen de un Chile modesto, sin ostentación, en que la vida cotidiana es muy de clan… Y el contraste me dice que no es exactamente el Chile que recuerdo.
-Y cuando escarba, ¿encuentra el Chile que lleva consigo?
Sí, pero sobre todo en provincias. Salgo a la calle y la relación con la gente es espontánea, íntima, cariñosa. Siempre encuentro ese cariño que tenía ya cuando escribía en la revista Paula: hacía humor y tenía un programa en la televisión. Lo vuelvo a encontrar y es maravilloso.
-Pero ahora tiene la nacionalidad norteamericana.
Desde que me casé empecé a pedirla porque quería traer a mis hijos y me costó 5 ó 6 años. La obtuve después de la muerte de mi hija Paula por ahí por el ’92.
-¿Decidió que su residencia definitiva está en Estados Unidos?
Vengo a Chile todos los años y vuelvo cada vez más. A medida que me voy poniendo más vieja voy poniendo un pie más acá. Me gusta la gente, su acento, las claves y códigos tácitos de complicidad que encuentro con ella. Eso jamás lo voy a encontrar en otra parte. Es la naturaleza también. Uno pertenece a una cierta geografía, abrupta, de montaña, de costa. Por eso vuelvo y vuelvo y escribo sobre Chile. Ni este país me debe ni yo le debo nada, es una relación muy íntima y de pertenencia. Me siento muy chilena.
-¿Cómo se entiende eso de las claves y códigos tácitos?
En cualquier otro lugar uno es extranjero, otro acento, no conoces los códigos y claves de la sociedad y no sabes si lo que está diciendo la otra persona lo va a entender como lo sientes o bajo el prisma de su historia, que es otra. Vivo en Estados Unidos hace 14 años y hay veces en que he estado en una comida, se habla de la Guerra de Vietnam, de Berkeley, de lo ocurrido en los años ’60 o ’70, hechos que estudié, seguí en los diarios, pero no los viví allá, no pertenezco a esa complicidad, no tengo sus claves. Para mí los republicanos y demócratas son casi iguales, no les veo mucha diferencia. He recorrido Estados Unidos entero y es como muchos países en uno. Creo que nunca voy a entender completamente cómo funciona la mentalidad americana. Y cuando pasa algo como el reciente atentado terrorista del 11 de septiembre, surge desde abajo otro Estados Unidos, uno que no sospechaba. Un descubrimiento.
-¿Cómo es ese Estados Unidos que ha visto surgir?
Primero, ultra patriótico, ¡lo que me aterró! Porque entre el patriotismo y el fascismo ¡no hay nada! Cundo uno empieza ver la bandera americana por todas partes, la gente comprando armas y la popularidad de Bush en alza siendo que es un ignorante; y todo eso en el país más poderoso del mundo y con una capacidad armamentista extraordinaria, me asustó la reacción de la gente. Y al mismo tiempo me encantó el efecto que provocó en ellos el sentir que por primera vez su país era vulnerable: un sentido de comunidad y solidaridad que no existía en la vida cotidiana. Por primera vez la gente se vuelca hacia la comunidad y reflexiona sobre quiénes somos. Por primera vez, creo, la gente se preguntó por qué nos odian tanto. Una pregunta que se debieran haber hecho hace 50 años por lo menos. No es que celebre el atentado, ¡ni mucho menos!, pero si algo bueno hay que sacar de todo esto es la reflexión de por qué nos pasa esto y ese volcarse hacia la comunidad.
-Ese Estados Unidos que emergió pareciera que le atrae y la captura.
El otro día, en una conferencia, traté de explicar lo que había sentido y les dije: un martes 11 de septiembre perdí un país y un martes 11 de septiembre, por uno de esos karmas históricos, en cierta forma gané un país porque por primera vez sentí que pertenecía a Estados Unidos y me podía identificar con el dolor, el susto y el sufrimiento de la gente. Antes nunca pude identificarme con la prepotencia y la sensación de invulnerabilidad. El día aquel, la imagen de las torres desplomándose salió cientos de veces por la televisión, la vimos junto a mis nietos y para ellos fue como ver un video. Menos mi nieta Andrea, de 9 años, muy especial, que me dijo: “Mae, esta noche muchos niños van a volver a sus casas y su mamá o su papá no van a llegar nunca más…” Y comprendí la dimensión humana de lo que estaba ocurriendo y que el dolor nos unía y no ponía a todos al mismo nivel.
-¿Eso fue lo que la hizo sentir pertenencia y decir que había ganado un país?
Gané un país porque sentí que el Estados Unidos de hoy, aparte del patriotismo, es un país mucho más humano, mucho más vulnerable, mucho más realista más bien; porque la realidad de la mayor parte de la gente en el mundo durante milenios ha sido la inseguridad, el dolor, la pobreza, la guerra, la muerte. Y Estados Unidos, que ha provocado tantas guerras, primera vez que es bombardeado y atacado en su corazón.
-¿Dónde se ubica políticamente?
En Estados Unidos voto por los demócratas.
-Y vive rodeada de un mundo muy progresista en Estados Unidos. ¿Cómo reaccionaron?
Vivo en la costa oeste y vi que todos reaccionaron horrorizados, con la sensación de que hay que tomar medidas, la mayor parte apoya la guerra y hay grupos muy pequeños, en lugares como Berkeley, que salen a protestar con una bandera de Estados Unidos para que quede claro que no son antipatriotas, pidiendo el fin del bombardeo a Afganistán porque allí hay niños que se están muriendo de hambre y mujeres agredidas. Pero es muy pequeña esa reacción.
-¿Y usted qué opina?
Que bombardear Afganistán ha sido un horror, que hay que perseguir la red terrorista sin bombardear. A esos terroristas no les tengo ninguna simpatía por lo que han hecho con las mujeres, y lo único bueno que puede pasar con esta guerra es que la situación de la mujer cambie en Afganistán, un país que en los años 60 era relativamente democrático y las mujeres tenían su espacio. Todo eso se terminó con los talibanes.
-¿Cree que este ataque terrorista tendrá alguna influencia en su escritura?
Por el momento creo que no.
-¿No es otro martes 11 de septiembre?
Pero es que me demoré muchos años en elaborar lo del martes 11 de septiembre de 1973. Yo habría podido escribir La Casa de los Espíritus ese mismo año y hasta 1981 no reaccioné…
-¿Cómo vivió el 11 de septiembre de 1973?
Vivía en una casita en calle Nocedal, en La Reina, tenía una citroneta sin radio en la que salí temprano a mi trabajo, hacia la Editorial Lord Cochrane, en la avenida Santa María, sin tener idea de lo que pasaba. Las calles estaban vacías, vi vehículos militares y al llegar, la editorial estaba cerrada y el portero, un fascista que ya celebraba, me dijo que había un Golpe. Me fui donde Hilda, mi mejor amiga y una especie de madre sustituta, para llamar a mi suegra que vivía al lado de mi casa y saber de mis niños. Hilda estaba en la puerta de su casa pues su marido, un profesor de francés del Instituto Nacional, había salido a las 5 de la mañana a corregir exámenes y aún no se podía comunicar con él. Cuando supe que mis niños estaban bien y con mi suegra, me fui a buscar a don Osvaldo al Instituto Nacional. Allí no había nadie, estaba todo abierto, entré y lo encontré con una radio portátil y juntos oímos allí las últimas palabras de Allende. Desde allí vi el bombardeo a La Moneda…
-¿Cómo reaccionó, qué hizo después?
No entendí la magnitud…Don Osvaldo lloraba. Yo, asustada, acelerada, quería volver rápido a mi casa, ver a mis niños… Había mucha confusión y no había podido hablar con nadie que me explicara lo que estaba pasando. Salimos por unas callecitas de atrás. Ya en mi casa, llamé a la Argentina y me comuniqué con el tío Ramón, mi padrastro (Ramón Huidobro, embajador de Salvador Allende en Buenos Aires), que sabía mucho más lo que sucedía. Después, me llamó la productora de mi programa de televisión, cuyo marido era bombero, y me contó que Allende estaba muerto y que ya habían sacado su cadáver… Fue un día en que todo cambió: el lenguaje, los valores, ¡todo!
-¿Fue allanada su casa?
No. Seguí trabajando en Paula por poco tiempo porque después echaron a Delia Vergara y a todas. Seguí trabajando un tiempo en la revista Mampato hasta que me echaron también y grabando el programa de televisión con militares adentro del estudio por lo que también debí renunciar: no se podía seguir haciendo humor. ¿De qué me iba a reír? Todos mis amigos estaban pasándolo pésimo, mi familia no podía volver…
-¿Por eso decidió salir de Chile?
No fue sólo porque el trabajo y la vida como la conocía se terminaba: no quería vivir en un país con miedo, con una dictadura que violentaba todos mis valores. ¡Y me fui! En 1975 partí pensando que iba a ser por poco tiempo…
-Antes, en la madrugada del último día de septiembre del ’74, recibió una llamada de sus padres desde Buenos Aires diciéndole que acababan de asesinar al general Carlos Prats y su esposa y que le avisara a sus hijas.
El tío Ramón nos despertó con su llamada, nos dijo que fuéramos a avisarles personalmente a las hijas de Prats antes de que ellas lo supieran por la radio o la televisión. Pero había toque de queda, no se podía salir. Llamamos por teléfono. Yo no pude hablar, estaba completamente destrozada. Mi marido lo hizo… ¡fue atroz! Estaba destrozada porque mis padres estaban amenazados también y de inmediato debieron ocultarse. Más que en las hijas de Prats –y reconozco que con el máximo egoísmo- pensaba en mis viejos. Porque el mensaje del tío Ramón fue que estaban escondidos, que les avisáramos a las hijas de Prats porque ellos debían partir y que yo viajara a Buenos Aires al día siguiente a desarmar su casa y traerme la perra. Y salí apenas se levantó el toque de queda a conseguirme plata, pasaje…
-¿Su situación era precaria entonces?
¡Sí! Cuando pienso en la casita de Nocedal, de madera y 90 metros cuadrados, techo de coirón ¡y yo la veía como un palacio! No había plata, no había drama, ¡pero por Dios que se trabajaba! En Paula, en Mampato, hacía un programa de televisión, documentales, guiones de teatro; mi marido, ingeniero, trabajaba en una empresa constructora, y la plata alcanzaba para poco…
-Y partió a Argentina a desarmar la casa de sus padres.
Sí, todo eso lo tengo medio borrado. Debo haber estado unos cinco días. Me acuerdo de la perra, traumatizada por una extraña explosión que había habido en la embajada y con la pata quebrada. Y como era grande, me la tuve que traer en un cajón como carga, ir a Pudahuel a buscarla, el aeropuerto estaba ocupado por los militares, y tratar de meter esta perra en la citroneta… ¡Uf!
-Y los amigos que se iban al exilio, otros presos…
Sí, amigos presos, otros que debían ser ayudados a entrar en embajadas. La primera fue mi amiga, la periodista Amanda Puz, porque no se paró a cantar la Canción Nacional en el Hotel O’Higgins. Delia Vergara, Malú Sierra, todos ayudaron a sacarla. Pero todo ese período es nebuloso y ¡atroz!
-¿Por qué decidió irse a Venezuela?
Porque era el último país democrático de América Latina que recibía chilenos. Allá nos reunimos con mi marido y los niños. Y mi marido encontró trabajo de inmediato, pero en provincia y yo me quedé en Caracas con los niños pasándolo pésimo. Por años no pude conseguir trabajo. Hacía toda clase de trabajitos chicos que sólo a veces me pagaban. A mi marido lo veía poco y el matrimonio se empezó a ir al diablo. Los niños lloraban todos los días porque echaban de menos todo lo que habían tenido y especialmente a mis suegros que los habían criado. La Paulita adoraba a su abuela y la abuela se deshizo: en dos años una mujer joven y adorable se murió de pena. Paulita y Nicolás lo único que querían era volver hasta que se acostumbraron y finalmente se casaron con venezolanos los dos.
-¿Y en esos años nunca tuvo la tentación de escribir su novela?
¡Había que sobrevivir! Traté de escribir para programas de televisión, escribí telenovelas y libretos de teatro, intenté el periodismo, todo lo que sabía hacer ¡y no me resultó nada! Finalmente, conseguí un trabajo. Y en el ínter tanto, me enamoré de otro hombre ¡y se fue todo al carajo! Después conseguí un trabajo en un colegio y tuve al fin un trabajo seguro…
-¿Fue feliz con ese amor? ¿Qué pasó con él?
Me fue pésimo, ¡absolutamente pésimo con ese amor! Una desgracia después de otra… Bueno, el colegio me dio por lo menos seguridad económica y empezó por fin a irnos bien. Y en eso quebró la firma en la que trabajaba mi marido y quedamos llenos de deudas. Pero para entonces yo ya había empezado a escribir La Casa de los Espíritus, la terminé y se publicó después en Europa…
-Otros quiebres importantes tuvo en el origen de su primer libro La Casa de los Espíritus: se enamora, lucha por la sobrevivencia…
-Me enamoré en el ’78 de un argentino, un exiliado que escapando de la “guerra sucia” en Argentina iba a España, pasó por Venezuela, nos enamoramos, se fue a España, yo lo seguí a España, comprendí que no podía vivir sin mis hijos ¡y no resultó nada! Volví a Venezuela a buscar a mis niños y con la idea de que había que volver a Chile porque en Venezuela nada resultaba. Y cuando llegué, volví con mi marido y me resultó el trabajo en el colegio. Ahí dije: se acabaron todos los sueños de grandeza, de amor, de romance y ¡vamos a trabajar porque hay que salir adelante! Aperrada, como una fundamentalista, me puse a trabajar en esa escuela doce horas diarias, en dos turnos: primaria en la mañana, secundaria en la tarde. Y en 1981 me puse a escribir la novela, en la noche, en la cocina… La tenía adentro durante años, como reprimida, estaba ya madura… Sólo una vez más he vuelto a tener ese bloqueo, eso de tener algo adentro y no poder escribirlo y de repente se destapa. Fue después que murió la Paulita, años de sequía…
-¿No había algo también de cierto respeto por la literatura, de sentir que quizá era pretencioso escribir una novela?
¡Exacto! Si hubiera sido hombre la habría escrito a los 19 años. No se suponía que las mujeres pudiésemos ser creativas. Soy de la generación en que el Movimiento de Liberación Femenina ya se había expandido por toda Europa y Estados Unidos y a nosotras nos llegó el coletazo, uno que iniciamos en la revista Paula, en el ‘67.
-Por lo que su trabajo en revista Paula ha sido fundamental en su trabajo posterior.
¡Fundamental! Desde el punto de vista profesional, lo más importante que me ha pasado. Porque caí en un grupo de mujeres jóvenes, educadas, con un leguaje articulado y una idea de algo que sentía y no sabía expresar. Tenía una rabia ciega contra el sistema, el matriarcado, la Iglesia. Me sentía oprimida, presa en una camisa de fuerza, necesitaba mucho más espacio. Y veía que era muy injusto que las mujeres siendo mucho más organizadas, capaces, trabajadoras…
-¿No hay en eso una cuenta que le pasaba inconscientemente a su padre?
¿Con mi padre real o con mi tío Ramón?
-Con su padre real. ¿Lo tuvo alguna vez?
Se fue muy temprano por lo que supongo que la cuenta se la paso en los libros.
-¿Tiene recuerdos o imágenes de él?
Tengo una sola imagen y es tan tonta: un pantalón de lino blanco y zapatos de charol blanco manchados de sangre. Y sé perfectamente por qué. Estábamos en Lima, es un domingo, íbamos a la Iglesia, creo, y mi padre estaba vestido con ese traje de lino blanco cuando mi hermano Pacho, una guagua, se cayó en la escalera y se partió la cabeza y le salpicó sangre al pantalón. Y yo que debo haber tenido dos años, no tengo ninguna imagen del hombre sino del pantalón y los zapatos…
-No tiene, por tanto, imágenes de un padre que acaricia, cobija, reprende, enseña…
Nada. A mí me tocó identificar su cadáver en la Morgue siendo ya una mujerona, casada y con niños; y no pude porque no había visto una foto. Llegó el tío Ramón y me dijo: “ése es tu papá”. Yo nunca lo había visto.
-El se fue después de un episodio conflictivo en Lima, ¿nunca más lo vio?
Nunca más, nunca vi fotos y no se mencionó jamás. No sé cuál fue el escándalo pero mi padre firmó la nulidad y le entregó a mi madre la patria potestad de los niños con la condición de que nunca lo molestaran para mantener a los niños, ante lo que mi abuelo dijo inmediatamente “mucho mejor así”. Y se borró su nombre de la familia, como si nunca hubiese existido. Me crié sin atreverme a preguntar mucho porque veía que a mi mamá esa situación le producía dolor, incomodidad, pena. Nos acostumbramos a no preguntar. Después mi mamá y el tío Ramón se enamoraron. El tío Ramón era casado y vino todo el escándalo.
-Muy valiente y fuerte su madre…
¡Extraordinaria mi madre! Piense la época, las familias católicas, conservadoras, tradicionales. El tío Ramón se enamoró perdidamente de mi madre y era casado, con cuatro niños y beato de rosario, ¡terrible! Hay familiares que han pasado toda la vida rechazándolos y hoy deben asumir que sus hijos y nietos también se han separado, que la vida les dio palos y con el dolor han debido mirar la vida de frente. Cuando ellos se enamoraron yo debo haber tenido 4 años, y cuando se juntaron, 8 años. Me acuerdo exactamente del momento en que el tío Ramón entró a la casa. ¡Lo odié con toda mi alma por lo menos 10 años! El dice que no. Yo digo que le hice la vida imposible, que planeaba formas de matarlo lentamente. El dice que yo he inventado eso después. Pero estoy segura que sí porque recuerdo los celos, la rabia… Mi madre era mía, dormíamos en la misma pieza y agarrada de su mano, era el norte de mi vida y de repente llega este señor con cara de sapo y se queda con mi mamá: ¡no se lo perdoné en años!
-Y el tío Ramón se convirtió en su padre, uno de los hombres que más quiere en la vida…
Es mi padre y mi mejor amigo. Así como mi mamá es mi mejor amiga. Porque uno cambia de marido, los hijos crecen y se van pero el papá y la mamá, no. Mi mamá tiene 81 años, el tío Ramón 86 y tengo la suerte de que ambos están como tuna. Ha sido una linda historia. Y el tío Ramón y mi madre no se han podido casar todavía siendo que con su mujer vivió 5 años y con mi mamá 53 años…
-Porque la ex señora de Ramón Huidobro nunca le ha dado la nulidad y como en este país no hay divorcio…
Efectivamente. Ellos se casaron en Argentina, afuera nunca hubo problemas, pero en Chile mi mamá debe haberse sentido a veces mal por la actitud de gente muy conservadora que hace como que ignora esto de separarse y juntarse porque no hay ley de divorcio, o esta mentira de la nulidad.
-¿No ha sentido en estos años una curiosidad incontenible, como las suyas, por saber la historia de su padre genético?
Claro, he preguntado y he creado toda clase de fantasías. Como en La Casa de los Espíritus donde creé un personaje, un conde malvado (Satigny) y después he creado otros personajes, aparece en mis fantasías porque lo que realmente pasó no lo sé. Hay distintas versiones. Parece que mi padre era muy irresponsable, creo que se vio acosado y debe haber habido problemas de plata, de drogas…
-¿Y justifica todo aquello que deje a sus hijos para siempre?
Nunca sabremos qué fue exactamente lo que le pasó para que tomara esa decisión. Se fue del Ministerio de Relaciones Exteriores, dejó todos los amigos, no volvió a ver a la familia, entiendo que nunca más vio a Salvador Allende, su primo. Y nunca supe nada de mi padre salvo flash, como cuando fui a pedir trabajo a la FAO y me entrevistó Hernán Santa Cruz -tenía 17 ó 18 años- y me preguntó de cuáles Allende era. Le dije: no sé de cuáles, pero sí le puedo decir que mi mamá se llama Panchita Llona. Por soberbia, no más. Y él dijo “tu papá era Tomás Allende, un hombre muy inteligente”. Y se quedó callado. Me di cuenta que era un tema del que no hablaría más. ¿Qué pasó? No lo sé, pero algo pasó para que se retirara de circulación… Se le fue la vida de las manos…
-¿Nunca se le ha acercado en todos estos años alguien que le diga: soy un familiar, un primo, un tío de su papá?
No. Sólo sé que después tuvo otros tres hijos aquí en Chile y se murió en Santiago. No conozco a esos medio hermanos… Debería buscarlos. Nunca he querido molestar. Si él escogió otra vida, no ser más padre de nosotros, ¿para qué violentar? Sé que son tres hijos, entiendo que son dos hombres y una mujer, pero no estoy segura…
-Y su madre se convirtió desde que usted tiene 2 años en el personaje más amado, ¿no es así?
La relación con mi mamá es el amor más antiguo que he tenido en mi vida. Empezó antes que naciera y me ha acompañado toda la vida, ¡no me ha fallado jamás! De ella he tenido una fuente inagotable para sacar fuerzas, me hizo sentirme desde chica muy querida y eso me dio protección, seguridad, audacia y me hizo muy rebelde.
-Al punto de entender que el amor no es una obligación y que tiene derecho a buscarlo y a luchar por él.
Sí, sin mi madre… Pero, además, ella tiene instinto. Por ejemplo, tenía 45 años cuando conocí a Willy. En Estados Unidos voy pasando por un pueblo, me encuentro con un señor que ha leído mi libro y me enamoré del señor y por supuesto llamé a mi mamá. Le digo: mamá, fíjate que me enamoré de este señor. Y ella dice: “Pero ¡qué espanto!, un abogado americano, te va a sacar la pepa del alma; bueno, me voy, ¡tengo que conocerlo!”. No, le respondo, espérate, si todavía no hay nada seguro. Pero antes que pudiera atajar a mi mamá, ella ya estaba allí. ¡Una situación pavorosa! Hijos drogadictos, conflictos, ¡pobre Willy! Y mi mamá me dice: usted m’hijita no va a ser concubina de este señor, ¡usted se casa! Pero mamá, le digo, si ni siquiera me lo ha pedido. Bueno, dijo, si usted quiere yo hablo con él. ¡No, mamá! ¡Por favor, no! Tengo 45 años, ¡cómo se te ocurre! Yo estaba muy enamorada, pero ella tenía la razón, había que casarse, porque Willy nunca se hubiera entregado a la relación si no hubiera habido matrimonio, si yo no lo hubiera puesto entre la espada y la pared. No es un problema del papel, es el compromiso. El tenía dos divorcios, problemas, no quería otro problema más, había jurado que no se volvería a casar.
-¿Nunca ha sentido que su madre la cuestiona?
¡Jamás! Y además de instinto, admiro sus certezas. Ella es medio hipocondríaca, se enferma mucho, y cuando la Paulita enfermó y cayó en coma, llamé al tío Ramón y le dije que la Paulita está pésimo pero que por favor no me mandara a mi mamá porque no me podía hacer cargo de la Paulita y de ella. No hubo manera de atajarla. Se subió al primer avión y llegó a Madrid, estuvo cien días a mi lado y nunca se enfermó, nunca lloró. Estuvo a mi lado como un poste y no me dejó caer nunca. Cuando las cosas se ponían demasiado mal, ella que es muy católica me tomaba y me llevaba a la capilla. Allí, en la oscuridad, en el silencio, me obligaba a recuperar fuerzas, a sacar de adentro todo el valor que necesitaba, ¡no podía fallar! El día número cien mi mamá se cayó, no daba más.
-¿Qué significa Salvador Allende para usted?
Muchas cosas, porque los primeros recuerdos que tengo es el del único miembro de la familia de mi padre que volví a ver. Porque una vez que mi papá se fue nunca más volví a ver a mi abuela, la mamá de mi papá. No la conocí, no me acuerdo nada. Y mi padre era hijo único. De esa familia sólo vi a su primo, Salvador Allende, su esposa y sus hijas con los que íbamos a un picnic al Cerro San Cristóbal, cuando aparecía para una Primera Comunión o algo importante. Cuando me casé, mi mamá me dijo que quería que Salvador Allende fuera mi testigo porque era el representante de mi padre. Y fue testigo de mi matrimonio. Después, mi mamá se casó con el tío Ramón, amigo de Allende, pero la relación nunca fue íntima porque nosotros vivíamos viajando. Cuando Allende fue elegido Presidente, nombró al tío Ramón embajador en Argentina, un puesto de su confianza exclusiva, y él venía a informar al gobierno cada dos o tres meses y cada vez que venía nos juntábamos en una cosa más familiar. Allí lo vi más, pero nunca fue una relación estrecha.
-En El Mercurio salió una nota hace pocos días en la que se decía que usted ha usufructuado del nombre Allende para sacar provecho literario internacional de su relación familiar con el extinto Presidente.
-Puede que me abriera muchas puertas afuera después del Golpe, que alguna gente haya comprado mis libros porque me llamaba Allende y era chilena. Salvador Allende era una figura histórica en Europa, en todas partes. A mi agente literario, que recibe muchos manuscritos, le debe haber interesado eso, nunca me lo ha dicho, pero puede ser. Pero lo que no creo es que por 20 años se pueda estar escribiendo porque una se llama Allende.
-¿Recuerda alguna anécdota con él?
-Sí, en septiembre de 1970, cuando Allende fue elegido, en la revista Paula estábamos preparando el número de Navidad con dos meses de anticipación y Delia Vergara me mandó a preguntarle a Allende, que ya había sido elegido pero no ratificado por el Congreso y había gran efervescencia política, algo sobre la Navidad. Lo encontré saliendo de la casa de mi tío Ramón, donde se juntaban en reuniones políticas. Me aproximo y le digo: Tengo que hacerle una pregunta: ¿qué piensa usted de la Navidad? Me mira y me dice: ¡No me pregunte huevadas m’hijita! Esa era la relación, a pesar de ser una profesional no me consideraba adulta, era de otra generación y además las hijas de Allende eran muy interesadas en la política y en esos picnic que recuerdo las únicas que se quedaban atrás era Carmen Paz, la hija menor de Allende, y yo. Tenía la sensación de que me miraban en menos porque yo no estaba en ese mundo. Era una familia mucho más intelectual.
-Cuando piensa en todo lo que ha sido su vida, llena de altibajos, éxitos, dolores, grandes satisfacciones y ahora transmite una paz envidiable. ¿Es el reposo del guerrero?
-Cuando miro hacia atrás tengo la certeza que nadie planea la vida, veo el viaje y puedo trazar el mapa de lo ya recorrido y decir esta soy yo, esto es lo que ha sido mi vida. Pero se puede hacer cuando tienes bastante historia para contar. El próximo año cumpliré 60 años, tengo ya toda mi vida hecha, y siento que todo lo que me pase en adelante es regalo del cielo. Porque en el momento en que se murió la Paulita…, me pasó algo: verdaderamente se me partió el corazón. Después fui a terapia, empecé a recuperarme, volví a escribir, tuve nietos; pero a partir de ese momento se produjo una especie de comprensión de lo temporal que es todo, de la vanidad, de cómo nos aferramos a cosas sin ninguna importancia. Tal vez, antes de que se muriera la Paulita, pensaba en mi vida como una carrera, iba a obtener algo, después me di cuenta que lo único que importa es el proceso, que uno no llega a ninguna parte, que todo es puro caminar, no más; que lo único que uno tiene es lo que da. Ese año que pasó la Paulita en coma, nunca la he querido más, ni siquiera cuando era un bebé recién nacido y yo estaba enloquecida con esa primera guagua. Ese año, tratando de arrebatarle a la muerte mi hija, ¡la adoré! Dejé de amar a mi marido, a mi madre, a mi segundo hijo, ¡se me borró todo! Lo único era tratar de salvarla. Y hubo un momento en que tuve que decirle adiós, no más, ¡se fue! En ese momento pensé que lo había perdido todo, no me quedaba nada, ninguna razón para seguir viviendo. Y en cuestión de horas o de días, me di cuenta que tenía el amor que le había dado y que ni siquiera sé si lo recibió porque no podía responderme. Y no la solté jamás, porque lo primero que dijeron los médicos una vez que aceptaron que estaba con daño cerebral severo, era que debía estar en una institución donde la cuidaran profesionalmente. ¡No la iba a soltar por ningún motivo! Se la arrebaté de las manos al marido y me la traje a mi casa. Y no sentí nunca que ese amor era perdido, tenía un significado: el amor que le daba era lo único que tenía.
-¿Cómo volvió a conectarse con el amor con su marido, con su otro hijo?
Primero, porque ellos no me soltaron ¡nunca! Y después, porque nos pasaron muchas cosas… En el lapso de un año murió la Paulita y la hija de Willy de una sobredosis. Willy quedó absolutamente destrozado. Y esa hija dejó una guagua con SIDA. ¡Muchas cosas! Y esa guagua ¡está viva, sana y bien! Sigue con el síndrome, tiene 8 años, la misma edad de mi nieta menor y si durante años no podía sentarse, mover la cabeza o caminar, ahora pidió para la Pascua una patineta… Sí, pasaron muchas cosas y también una especie de desprendimiento, no es indiferencia porque sigo teniendo la misma pasión por las causas que siempre me han motivado, pero no me importa el resultado de las cosas sino cómo lo hago.
-¿Cómo se refleja eso en su escritura?
Me encanta el proceso de crear un libro cerrado con personajes que hacen cosas que me sorprenden. Qué van a decir los críticos o cuánta gente lo va a comprar, ¡me importa un pito! Pienso en el libro como un ofrecimiento. Uno lo entrega y si es aceptado ¡fenómeno!, y si no, hice lo que pude. Eso es así en todo, en el amor con mi marido, en el amor por mis nietos a quienes adoro…
-Usted ha sido siempre una mujer atractiva, ¿se sigue sintiendo bella?
No, pero me siento en paz…
-Algo nuevo para usted…
Sí, porque siempre fui inquieta, intensa en todo. Sigo siendo intensa en algunas cosas. Según mi hijo, no he cambiado en eso, pero yo sí sé que he cambiado. Por ejemplo, ese deseo de que no les vaya a pasar nada, de protegerlos de todo. Adoro a mis nietos, pero sé que no voy a poder ahorrarles ni un solo dolor, que ellos tienen su camino que recorrer y yo voy a tener que observar desde lo más cerca que pueda, pero nunca tanto como quisiera…
-Ha sido catalogada por sectores conservadores como una subversiva que incita a cambiar el sistema de valores establecido, una rebelde. ¿Lo es?
Sí, en ciertas cosas en las que creo con todas mis fuerzas: en la libertad, en la igualdad entre hombres y mujeres; en cosas que siempre he defendido y que sí subvierten el orden establecido, como luchar contra una sociedad patriarcal. También lo soy en el sentido de creer que la mujer tiene la misma capacidad sexual que el hombre y el derecho a usar la misma libertad. Creo que se me acusa de ser más subversiva de lo que realmente soy. Ahora, a mi honor tengo que me acuse de aquello el Opus Dei. Pero a pesar de que he sido muy atrevida, muy petulante y subversiva en algunas cosas, la gente ha sido muy tolerante conmigo y salvo un grupo pequeño, muy conservador, me he sentido querida en Chile. También debo decir que tengo un sentido victoriano del honor, respecto del dinero, la responsabilidad, cumplir con la palabra empeñada, la lealtad… Aunque en eso de la lealtad he sido desleal, porque le fui infiel a mi marido…
-¿Cómo la afectó o cómo mira esa deslealtad con su ex marido?
¿El haber sido infiel? ¡Claro que me afectó! Nunca lo he podido justificar. Nunca. Porque mi marido -un hombre muy noble, honorable, muy bondadoso y que creo nunca me fue infiel- no se lo merecía. Si miro hacia atrás, veo ese episodio y esa época en mi vida con vergüenza, con dolor… Quisiera no haberlo traicionado nunca. Quisiera que cuando supe que se había acabado el matrimonio, me hubiera ido en vez de haber hecho lo que hice y de lo cual me arrepiento. Me he arrepentido de todas las deslealtades que he cometido en mi vida y esa es la principal.
-Su rito es comenzar un libro todos los 8 de enero. ¿Lo hará esta vez?
El próximo 8 de enero, mi día sagrado, empiezo un nuevo libro que ya lo tengo…, nunca digo que en la cabeza sino aquí (y pone su mano en el vientre). Es como un sentimiento vago, sé donde está situado y la época y no sé nada más. El resto se va dando. Pero ya tengo otro libro terminado que saldrá publicado el próximo año: La Ciudad de las Bestias, un libro para jóvenes de 12 años para arriba ¡y que me encantó escribir! Es la historia de un niño norteamericano de 15 años, que tiene una abuela escritora de viajes con la que se va al Amazonas y se pierde. En el libro pasa de la infancia a la edad adulta, está la naturaleza que lo rodea, fuera de todo lo conocido, como en otro planeta.
-¿Y el libro que comienza el próximo 8 de enero?
Es también otra novela juvenil, con el mismo personaje pero en el Himalaya. El niño se llama como mi nieto, Alejandro Frías, pero en inglés: Alexander Cold. Eso es lo único que sé, el resto se va dando, pero para que se dé tengo que sentarme frente a mi computadora entre 8 y 10 horas diarias. Trabajar mucho. Un trabajo que amo. Tengo la inmensa suerte de que todavía hay gente que quiera leer mis libros y me da la oportunidad de hacer esto que me encanta. Y cuando ya no haya gente que quiera leerlos o yo no tenga ideas, haré otras cosas fantásticas, cuidaré nietos, biznietos, me ocuparé de la fundación que creé cuando murió la Paulita y publiqué el libro Paula, y como no quise tocar un peso de ahí para que nadie pudiera decir jamás que yo había usufructuado de aquello, todo lo recaudado fue a esa fundación que inventé para el trabajo que Paula hacía. Ella era sicóloga y educadora, trabajó siempre como voluntaria sin ganar un peso con hijos de prostitutas, y esta fundación tiene proyectos de educación, salud y hace préstamos para que grupos de cinco mujeres saquen adelante un proyecto laboral para salir de la extrema pobreza.