El orgullo en la cancha y el apartheid en el museo
11.06.2010
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11.06.2010
Los sudafricanos viven el Mundial de Fútbol como un regalo. Están eufóricos y poco les importa si su selección gana o sólo empata, pues sienten que la Copa del Mundo es un reconocimiento. Pese a las polémicas por los millonarios gastos del evento, ayer comenzó una fiesta que tiene a Sudáfrica bailando y celebrando al ritmo de las molestas vuvuzelas.
“Lo hicieron lo mejor que pudieron”, dice la recepcionista del hotel en Sandton luego de que Sudáfrica sólo empatara con México en el partido inaugural del Mundial de Fútbol 2010 en Johannesburgo. Aunque esperaban una victoria, la frase refleja el optimismo con que los sudafricanos enfrentan el mayor evento deportivo que haya tenido lugar en sus tierras. Después del gol de su selección no sabían mucho qué hacer. Nadie gritó goooool, como se acostumbra en otros lugares. En vez de eso, la recepcionista y los otros trabajadores del hotel se pararon de sus asientos y corrieron a la calle para bailar y dar gritos que para un afuerino se asimilaban más a los de un incendio que a los del fútbol.
El Mundial está por todas partes. Los guías de turismo gastan gran parte de su tiempo dando consejos de seguridad para andar tranquilo por Johannesburgo, aunque suenan bastante obvios, como tener cuidado al digitar la clave en los cajeros automáticos o llevar a la vista las mochilas en el centro de la ciudad. Incluso dan advertencias irrisorias: “no se burlen de los homosexuales”, como si eso fuera algo positivo en alguna parte del mundo.
La gente parece ser distinta a como la pintan, andan todos envueltos en una felicidad difícil de comprender: saludan a los extranjeros, les preguntan de dónde vienen y les desean suerte. Prácticamente todos llevan puesta la polera de los Bafana Bafana –su selección- y gozan soplando las vuvuzelas, unas lamentables cornetas de plástico.
Anoche el botones del hotel se reía de solo pensar en el inicio del Mundial, y mientras se frotaba las manos decía “tomorrow, tomorrow” (mañana, mañana), como si se tratara de un regalo que llevara mucho tiempo esperando.
Porque eso parece ser esta copa para los locales, un regalo. Y no por el fútbol, sino porque es un reconocimiento a un país que conoce de muy cerca el sufrimiento y la violencia, porque los hace estar, aunque sea por un mes, en el centro de atención de todo el mundo.
Eso sí, antes de esta felicidad hubo una designación por parte de la Fifa que dejó muchas dudas, y un proceso interno lleno de críticas debido al nivel de inversión que significaba organizar un Mundial. Pero para un país que una generación atrás logro terminar con el racismo como política de estado todos los anteriores son problemas menores; ahora tienen una nueva oportunidad para sentirse orgullosos.
Porque sólo estando acá uno dimensiona lo potente que es la figura de Nelson Mandela, la impresionante desigualdad en derechos que existía hace no tantos años y la increíble unidad nacional en la que desembocaron tanto tiempo de sufrimiento para la mayoría de la población.
Museo del Apartheid: donde el Apartheid debe estar, dice el eslogan del lugar. Uno se pone a pensar en cuántos museos habría que construir en el mundo para dejar en el pasado lo peor de cada país. Porque aun cuando Sudáfrica tiene que resolver grandes problemas, como los altos índices de pobreza y de delincuencia, la felicidad que proyectan sus habitantes es digna de imitar. Y aunque no les importe si pierde su selección o toquen todo el día y en todo lugar esas desagradables vuvuzelas, hay mucho que aprender de ellos.