Esta noche se inicia el primer reordenamiento político desde la recuperación de la democracia
13.12.2009
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13.12.2009
Si me la quitan me muero, y si me la dejan me mato. Ese podría ser el resumen de la duda existencial que ha corroído en los últimos días al millón de indecisos que vaticinan los sondeos de opinión y que en su mayoría ha votado por la Concertación en los últimos 20 años. Son ellos los que inclinarán la balanza esta noche cuando el escenario político inicie el primer reordenamiento de fin de ciclo desde la recuperación de la democracia en 1990.
Porque parodiando el tango y a pesar de la apatía que impera en las calles, nadie tiene dudas de que, después de esta elección, ya nada será igual. No sólo porque por primera vez la derecha ganará en primera vuelta, sino porque sea cual sea el resultado del balotaje del 17 de enero, la primera explosión apunta a las dirigencias políticas de todos los sectores que han asfixiado toda renovación al sistema, alejándose del pulso de la calle que ha experimentado cambios radicales en los últimos años.
Sólo así se entiende que sólo el 19,4% de los menores de 34 años vote este domingo. No se inscribieron, pero no se identifican con los grupos antisistema. Los une la indiferencia política: sienten que su voto no cambia ni sus vidas ni sus expectativas. De sueños no se habla.
Tampoco los proclama la coalición gobernante, sumida en una cruel paradoja: la presidenta Bachelet tiene más del 78% de aprobación, pero su candidato –Eduardo Frei- apenas sobrepasaría el 30% de los votos, mientras que el hijo rebelde del oficialismo, el ex socialista Marco Enríquez Ominami, obtendría alrededor del 20%.
Si a ello se agrega el 7% que se anuncia para el también ex socialista Jorge Arrate, esta noche la foto electoral mostraría un país mayoritariamente de centro izquierda. Aún así, el sucesor de Bachelet bien podría ser el candidato de la derecha, Sebastián Piñera.
Si el padrón electoral es casi el mismo que el del plebiscito de 1988 que derrotó a Pinochet, y está por verse si Piñera logra el piso que dejó entonces el dictador con su 43%, ¿qué cambió en la centro izquierda?
Lo primero es que Bachelet fue sólo un paréntesis en la trama del oficialismo. Si en 2005 ella logró doblarle la mano a las cúpulas, imponiéndose como carta presidencial, esta vez los dirigentes escogieron al candidato: el democratacristiano Eduardo Frei. Primó el temor a que ese partido rompiera la Concertación al no aceptar un tercer presidente socialista después de diez años con Lagos y Bachelet.
El efecto de esa decisión en el Partido Socialista fue demoledor. La fuga de militantes y líderes, como Marco Enríquez, Jorge Arrate y Alejandro Navarro, fue imparable.
Hay otros factores que inciden en el descontento que se anida en las calles y que dan cuenta de la transformación de esta sociedad. Es cierto, en 1990 había un 43,9% de hogares pobres e indigentes, índice que las políticas públicas en estos veinte años disminuyeron a 13,7%. Es un hecho, los pobres viven mejor. Pero el decil más rico vive mucho mejor que hace 30 años, repartiéndose el 40% del fruto del crecimiento. El resto, se conforma con lo que queda. Más de la mitad de los chilenos gana menos de US$500, el llamado «sueldo ético» por la Iglesia Católica y rechazado como sueldo mínimo por el Congreso.
La reforma al sistema de pensiones privado (AFP) de Bachelet, la estrella del sello de protección social de su gobierno y que garantizó por primera vez una jubilación mínima para los más pobres y dueñas de casa, se financió con fondos estatales. Las AFP siguieron incrementando ganancias.
Marco Enríquez capitalizó el descontento al proponer reforma tributaria y nuevos impuestos a la minería privada para financiar la reforma a la educación, una deuda urgente que mostró su potencia en la “revolución de los pingüinos”, que estalló al inicio del gobierno de Bachelet.
El desafío lanzado por Marco Enríquez le impone esta noche decir que ha triunfado aun si no llega al balotaje. Su proyecto en construcción requiere proyección. Pero tanto él como Arrate y los comunistas se disputarán la constitución del nuevo referente de izquierda, hoy desdibujada bajo distintos matices y sin orgánica. La disputa será feroz.
Y al medio Frei, quien deberá correr la línea de la democracia con nuevas reformas al sistema si quiere obtener su apoyo y derrotar a Piñera.
En la vereda del frente, Piñera sólo tiene en su cabeza la apuesta del 17 de enero. Todo nuevo: estrategia, slogan, afiches y rostros que lo mimeticen con el cambio. Para ganar necesita cautivar un tercio de los votos de Marco Enríquez. Y ello exige asfixiar el rechazo de ese mundo por quienes gobernaron junto a Pinochet y los guardianes de la moral, sus socios de coalición.
Por eso incluyó a los homosexuales en su propaganda, en contra de la opinión de sus aliados. Debe garantizar que su liberalismo no será aplastado ni por el Opus Dei ni por la poderosa derecha conservadora. Sabe que por primera vez en Chile los hijos nacidos fuera del matrimonio superaron el 60% y lo que significa: asegurar la distribución de la “píldora del día después” en los sectores populares donde el embarazo adolescente hace estragos.
El ritmo de la segunda vuelta será de cambio. Pero puede que la primera elección sin Pinochet marque el ingreso de sus enemigos al Congreso, los comunistas, y paradojalmente le brinde a la derecha un trofeo que se le ha negado por más de 50 años: llegar a La Moneda por la vía del voto.
* Esta crónica fue publicada originalmente por el diario argentino Clarín