La guerra mexicana
05.03.2009
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05.03.2009
El fin de semana pasado las fuerzas armadas irrumpieron en Ciudad Juárez en un intento del presidente Felipe Calderón por quitar el control a los narcos. Ya no sirven expresiones como «guerra contra las drogas», porque lo que se vive en México es una guerra de verdad, que el año pasado costó 6.200 vidas. Y este 2009 ha sido más sangriento. El éxito de Calderón está lejos de ser seguro. Informes estadounidenses advierten que de producirse el caos, «demandaría una respuesta americana». Eso podría significar un desafío militar. Por ahora, Calderón es quien exige a Washington que haga su tarea, limitando la venta de armas que luego son llevadas a México, donde son responsables del 95% de las muertes de esta guerra.
Si no ha estado siguiendo la guerra que tiene lugar en México, este es el momento de reaccionar y sentir el olor a pólvora.
Esto es lo que pasó el fin de semana pasado en Ciudad Juárez, la que solía ser una prospera ciudad industrial justo al otro lado de El Paso, Texas. Un convoy de camiones del Ejército y Humvees blindados avanzaron dentro de la ciudad la mañana del sábado, transportando 2.000 soldados. Mil doscientas tropas extra llegaron el domingo, tras aterrizar en aviones de carga Hércules y otros transportes militares aéreos. En una reunión de emergencia en Ciudad Juárez con autoridades locales a mediados de semana, el presidente Felipe Calderón decidió enviar el expansivo poder de fuego, en un proceso que ya ha sido calificado como “escalada”, tal como cuando Bush incrementó las tropas en Irak. Pronto la fuerza totalizará 8.000 efectivos, incluyendo la paramilitar Policía Federal.
Hace tiempo que la policía local fue sobrepasada y burlada. Aquellos que no están en la nómina de sueldos de los narcos son ahora su objetivo. Por ejemplo, el viernes pasado. Una brigada de paramilitares narco cercó a una camioneta con dos policías locales que patrullaban el valle del este de Ciudad Juárez. Dispararon 177 tiros al endeble vehículo policial, matando a ambos policias.
Dije guerra. Ya son anacrónicos los términos como “narco violencia” y hasta una frase que ahora es casi irónica, “la guerra contra las drogas”. El año pasado hubo 6.200 asesinatos en esta guerra real, 1.600 de ellos en Cuidad Juárez. Este año ya ha sido mucho más sangriento. El gobernador de Texas, Rick Perry, dijo que la violencia mexicana es el problema más serio que enfrenta ese estado. Ha prometido desplegar 1.000 efectivos de la Guardia Nacional en El Paso, como contraparte del fortalecimiento mexicano a lo largo de la frontera.
No se equivoque. El tráfico de droga ha sido por largo tiempo una forma de vida y de sustento en México. El comercio de marihuana floreció en la provincia de Sinaloa con bastante libertad hasta comienzo de los 70s. La cocaína empezó a circular desde las factorías de los carteles colombianos en los 80s. Con el tiempo, la porosa frontera mexicana de más de mil millas se transformó en la ruta favorita del contrabando, mientras las fuerzas antidroga de Estados Unidos se focalizaron en capturar barcos y pequeños aviones que iban hacia Miami y Nueva Orleáns desde Panamá y otros puntos de Centroamérica. (Documenté el flujo de drogas a través de Panamá en mi libro sobre el general Manuel Noriega, “Nuestro Hombre en Panamá”. Las drogas de Noriega eran cantidades relativamente pequeñas en comparación con el flujo de hoy, pero llevaron a la invasión de Panamá en 1989, la operación militar más grande de Estados Unidos en América Latina desde antes de la Segunda Guerra Mundial).
Los traficantes de Sinaloa avanzaron a lo largo de la frontera para sacar ventaja de las mucho más ricas ganancias de la cocaína y formaron sus propios carteles. Empezaron las peleas internas por controlar lo que ha llegado a ser un negocio de US$ 10 mil millones al año. Las ex bandas de Sinaloa combatieron por el control de Tijuana, Guadalajara y Ciudad Juárez, y también tuvieron que frenar la invasión desde el este de un cartel aún más sangriento, conocido como Los Zetas, que controlaba el acceso a Estados Unidos a través del Golfo de México y las ciudades tejanas de Laredo y Brownsville.
Los anteriores gobiernos mexicanos no hicieron más que medios esfuerzos para interferir con el tráfico o la carnicería intestina. Eso cambió hace dos años cuando asumió el presidente Felipe Calderón. Tomó con dureza la violenta situación, purgando oficiales de policía corruptos y movilizando una fuerza de 40.000 soldados para intentar –aún sin éxito- retomar el control de las ciudades fronterizas.
Los carteles de la droga han replicado con armas de fuego, ferocidad y tácticas del terror sin precedente en toda América Latina, ni siquiera vistas en Colombia en los 80s. Por primera vez, la batalla es predominantemente militar, con la policía y las fuerzas políticas en las orillas.
La campaña de Calderón ha sido bien recibida por Washington, lo que puede explicar la curiosamente suave reacción a la escalada de las últimas semanas. “El aumento de la violencia puede deberse al éxito de la agresiva campaña anti criminal del presidente Calderón”, declaró un reporte sobre el control internacional de narcóticos auspiciado por el Departamento de Estado.
Pero Calderón ha hecho a un lado los halagos y ha dirigido lo que sólo puede describirse como furiosa rabia hacia Estados Unidos, cuyo ilimitado apetito por drogas ilegales es el origen del problema. En una entrevista con Associated Press la semana pasada, apuntó hacia otra conclusión del mismo reporte: que el 95% de los asesinatos vinculados con la guerra de las drogas fueron cometidos con armas conseguidas en Estados Unidos, muchas de ellas eran armas militares de asalto, legalmente compradas en armerías, sacando ventaja de la débil regulación de la venta de armas en Texas y Arizona. (Una investigación de The New York Times sobre el tráfico de armas norte-sur reveló que hay 6.600 concesiones de armas a lo largo de la frontera, muchas de ellas operando en domicilios privados, que proveen a los gangsters mexicanos).
“Estoy combatiendo la corrupción entre las autoridades mexicanas y arriesgando todo para limpiar la casa, pero creo que hace falta una buena limpieza al otro lado de la frontera”, dijo Calderón.
Que Calderón tendrá éxito está lejos de ser una resultado seguro. Entre los pesimistas están los altos analistas de inteligencia del Pentágono. Lanzaron un informe a comienzos de diciembre haciendo un paralelo entre México y –inquietantemente- Pakistán.
El reporte del Comando de Fuerzas Conjuntas de Estados Unidos predijo que las poderosas fuerzas armadas de los carteles pueden llevar a un “rápido y repentino colapso” en México. Un escenario de “estado fracasado” en México puede ser un desafío militar para Estados Unidos. El informe concluye: “Cualquier caída de México en el caos demandaría una respuesta americana basada en las serias implicancias para la seguridad interna”.
Si los traficantes de drogas fueran guerrillas marxistas, lo que sucede en México ya habría sobrepasado en bajas humanas algunas de las principales “revoluciones” en América Latina. Más que Cuba, comparable con Nicaragua. La pregunta podría ser: ¿Puede Estados Unidos hacer algo para detenerla o disminuir sus efectos, si es que de una vez reune la fuerza para intentarlo?
*John Dinges es profesor de periodismo en la Escuela de Periodismo de la Universidad de Columbia de Nueva York y autor de “Operación Cóndor: Una Década de Terrorismo Internacional en el Cono Sur”, entre otros libros.