Elecciones en EE.UU.: Obama, con la antorcha de los Kennedy
01.02.2008
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01.02.2008
La política de masas está lejos del estilo de la política norteamericana. Ni siquiera en los últimos días de una elección presidencial un candidato llama a una concentración callejera esperando la concurrencia de cientos de miles de personas como en América Latina. Pero con la candidatura de Barack Obama algo está pasando. Hay un movimiento de transformación política que sólo se vislumbra a través de indicios y evidencias todavía tentativas e inciertas, pero que apuntan a un clima de fervor político que no se había visto en Estados Unidos en muchas décadas.
Ese clima era palpable esta semana, cuando el lunes, en el corazón de Washington -la ciudad usada como símbolo del “cinismo político” por el resto del país- miles de personas, en su mayoría jóvenes, formaron una cola desde las 5 de la mañana para presenciar el momento en que el septuagenario senador Ted Kennedy pasaría a Obama la antorcha del legado político de su legendario hermano, el asesinado presidente John F. Kennedy.
Acercándome a la fila una hora antes del comienzo del mitin, en el estadio de básquetbol de la American University, tuve que caminar casi un kilómetro para encontrar el final de la cola. Menos de la mitad pudo entrar al estadio. La multitud llenó dos salas más desde donde se podía seguir la manifestación a través de televisores y todavía quedaron varios miles de personas afuera, esperando unas horas a que salieran Obama y Kennedy para saludarlos.
Obama disputa la candidatura del Partido Demócrata con Hillary Clinton, también senadora y oriunda de Illinois, el mismo Estado del medio oeste que representa Obama en el Senado. Clinton (con el carismático ex presidente Bill Clinton a su lado) es también inmensamente popular y cuenta con el respaldo de las figuras e instituciones más importante del establishment del partido. Hasta hace un par de semanas, Hillary Clinton era pintada por los comentaristas como la candidata “inevitable” para liderar el partido en la reconquista de la Casa Blanca, después de los múltiples desastres del Presidente George Bush.
Sin embargo, en las primeras contiendas del proceso de selección del candidato, existe prácticamente un empate. Así, de inevitable ya no queda nada. Pero esa seguidilla de subidas y bajadas políticas no es la historia más interesante. Esa “carrera de caballos” entre dos políticos bien equiparados puede ser fascinante, pero me atrevo a decir que no es el fenómeno más importante para el país o para el mundo, tan intensamente afectado por las decisiones políticas que se adoptan en Estados Unidos.
Lo que está en juego -y lo apuntó el senador Ted Kennedy- es la posibilidad de poner fin a la política de “demonización” y de polarización que ha envenenado la política estadounidense durante las ultimas décadas y cuya continuación representan los Clinton. Kennedy designó a Obama como heredero de las cualidades de inspiración, liderazgo y unificación nacional que representaba John Kennedy, quien todavía es una figura mítica no sólo en Estados Unidos. También en América Latina su figura sigue concitando adhesión, entre otras cosas por la creación de la Alianza para el Progreso, plan que canalizó niveles históricos de ayuda financiera para programas anti-pobreza en la región.
Obama va a ser “un presidente como mi padre” afirmó Caroline Kennedy. “Ha creado un movimiento que está cambiando la cara de la política en este país, y ha demostrado tener un don especial para inspirar a la gente joven”, escribió la hija del presidente asesinado en una impactante columna en el New York Times.
Las palabras de Caroline y su tío fueron históricas. Jamás la familia Kennedy había asociado a otro político con las cualidades y legado de los hermanos John y Robert Kennedy, ambos asesinados en los años 60. Pero si existe realmente tal movimiento del que habla Caroline, no nació ni depende de la aprobación de los Kennedy.
Su origen hay que buscarlo en otras evidencias. Es un hecho comentado entre los reporteros de las campañas que los mítines políticos de Obama han duplicado o triplicado la concurrencia de los eventos de Hillary Clinton. Es más difícil, sin embargo, detectar un movimiento nacional. Las encuestas de opinión pública han sido notoriamente poco confiables en las contiendas de Iowa, New Hampshire y South Carolina, con niveles de error mucho más altos que en el pasado.
Hay indicios de que algo poco usual está ocurriendo en los corazones de los votantes norteamericanos y no sólo entre los del Partido Demócrata. Evidencias de un movimiento de transformación política comparable tal vez con el de Ronald Reagan, que significó una gran unión política en el país basado en el abandono que hicieron muchos demócratas de clase media y baja de su partido. Está de más decir que el movimiento de Obama sería al revés. Aquí están las evidencias.
Si históricamente Estados Unidos ha sido un país de baja participación política, hay señales de que este año ese fenómeno es radicalmente distinto. En las votaciones del Partido Demócrata de Iowa, New Hampshire, South Carolina y Nevada, el número de personas que votó creció enormemente: se duplicó en Iowa y South Carolina (ambos ganados por Obama) y se multiplicó por 13 (¡!) en Nevada. En cada estado la participación de los demócratas superó bastante la participación republicana: en South Carolina, territorio firmemente republicano donde ningún demócrata ha tenido mayoría en las elecciones presidenciales desde 1976, la participación demócrata fue 20 % mayor que la republicana.
Se nota también una participación mucho más grande de jóvenes, los que en los últimos años han mostrado indiferencia ante la política.
Todo eso no significa que vaya a ganar Obama. El actual empate probablemente no podrá prolongarse mas allá del próximo martes, el llamado “Súper Martes”, cuando votan 23 estados. Las encuestas muestran una situación de rápido cambio y un claro antes y después con respecto a la victoria de Obama en South Carolina y el respaldo de los Kennedy. Las encuestas de seguimiento día a día de Gallup (tracking polls) muestran que desde el 27 de enero (el día de la votación en South Carolina), Obama ha logrado reducir a la mitad (a seis puntos) la enorme ventaja que mantenía Hillary Clinton en casi todos los estados durante muchos meses. (Detalle: el promedio de los días 27, 28 y 29 de enero da 42% a Clinton y 36% a Obama, con tendencia al alza de este último.)
Ahora, con la sorpresiva retirada esta semana del otro candidato demócrata, John Edwards, entran en la disputa un gran número de votantes. Y es aquí cuando entramos finalmente en el campo racial, cuyo derrotero no es nada predecible porque se trata principalmente de hombres de raza blanca, especialmente de bajos ingresos. Es precisamente ese grupo –los hombres blancos demócratas- sobre el que Ronald Reagan ejerció una gran atracción para hacerlos pasar al lado republicano.
Edwards no ha declarado su preferencia por ninguno de los otros dos candidatos, pero se le considera mucho más afín a Obama que a Clinton. Si sus seguidores piensan igual, no se sabe. Obama, a pesar de su tez morena y su nombre africano, no se ha presentado como un “candidato negro” en la tradición de los líderes de la lucha por los derechos civiles en Estados Unidos. Al contrario, se presenta como la persona que -como Reagan, cuyo movimiento de transformación política Obama ha comentado con admiración- puede finalmente unir a una gran mayoría no sólo de blancos y negros, sino también de ricos y pobres, demócratas, independientes y hasta muchos republicanos. Es más: está también la superación del pasado por el futuro.
Prácticamente no hay diferencias importantes entre Clinton y Obama en cuanto a programas, como salud, de la guerra, de impuestos. Pero nadie habla de un “movimiento” de Clinton. Sí de Obama. Si se tratara de una contienda meramente política, tal como se ha conocido en las últimas décadas, es difícil pensar que no vaya a ganar Clinton, con todas sus ventajas dentro de las estructuras del partido. Contra un candidato como el republicano John McCain (sincero amigo declarado de Clinton y muy respetado afuera del partido), muchos dan la ventaja a McCain.
Pero si realmente estamos vislumbrando que algo nuevo se pone en movimiento alrededor de Barack Obama, estamos viendo el fin de una época política en Estados Unidos. Y ese espectáculo no hay que perdérselo en las semanas y los meses que vienen.
*John Dinges es profesor la Universidad de Columbia