Presidenciales 2017: El que gane, probablemente perderá
15.09.2017
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15.09.2017
Las democracias para ser tales requieren cumplir con ciertos estándares. Más allá de definiciones académicas, popularmente asumimos que democracia significa el “gobierno de la mayoría”. Se entiende, también, que la democracia debe tener un sistema de pesos y contrapesos -mediante la división de poderes- que permita que las minorías y sus intereses no sean arrasadas por mayorías con vocación hegemónica. Además, se asume que cada gobierno nace con un mandato electoral, un grupo de promesas clave, que debe implementar hasta la próxima elección, para luego someterse al juicio de las urnas.
¿Cómo funciona la democracia chilena mirada desde esos estándares? Este artículo busca proveer una respuesta a partir del análisis de la carrera presidencial, aún incipiente.
Partamos detallando cuatro certezas que emergen del escenario post elección primaria, realizada en julio de este año.
Primero, a pesar de la crisis de legitimidad y representación que hoy enfrenta el sistema político (y que seguramente no cejará de aquí a noviembre), este se renovará en términos formales, esto es, seguirá funcionando a pesar del descrédito.
Así, el sistema contará con un nuevo Presidente y un nuevo Congreso legitimados por la voluntad popular. Y mientras los ganadores festejan y preparan el nuevo gobierno (y los perdedores sufren y analizan su derrota), los electoralistas contarán votos, calcularán porcentajes y seguirán mirando el sistema como lo han hecho hasta ahora.
Quienes pretendan “restaurar” no deben perder de vista que el sistema que quieren reponer terminó generando niveles de movilización social sin precedentes. Volver a un clima como el de 2011, cuando los descontentos poseen más experiencia en movilización, no resulta muy promisorio para el crecimiento que se busca”.
Las novedades estarán en los efectos que produzca el nuevo sistema electoral, así como las nuevas normativas de cuotas, gasto y financiamiento electoral (las que ya han comenzado a levantar polvareda). Seguramente volveremos a discutir también la conveniencia del voto voluntario y los sesgos que produce su instauración en la participación electoral (ver columna “15 candidatos para el 40%: la incapacidad para convocar a la mayoría”).
Segundo, logrará ser electo/a presidente quien encabece a la “minoría mayor”. Desde la introducción del voto voluntario –mecanismo que consolida la caída en la participación que ya se registraba desde antes– las elecciones en Chile las decide una minoría del electorado, que es la que termina yendo a votar. Y dentro de esa minoría, ganará la minoría mayor.
Tercero, el proceso electoral aumentará (aunque aún no dramáticamente) la fragmentación política. Habrá un Congreso con más partidos representados y con bloques relativamente más pequeños. Falta saber cómo se comportarán esos bloques (con cuánta disciplina interna) en su accionar legislativo, pero también es razonable suponer que veremos escisiones y alguna que otra alianza (algunas coyunturales; tal vez otras, las menos, den pie a nuevos alineamientos más perdurables). Esto porque, aunque aún no se vea con claridad, el nuevo sistema electoral (en particular la lista abierta parlamentaria) incentiva la fragmentación y personalización de la política. El sistema ampliará su fragmentación en términos territoriales, mediante la elección popular de los CORE. Ahí también habrá espacio para reacomodos múltiples.
Cuarto, quien sea que gane la presidencial, tendrá poco que festejar y mucho de qué preocuparse. Aunque los desvelos serán diferentes para cada aspirante, todos enfrentarán desafíos de magnitud. En definitiva, el nuevo presidente probablemente gane para terminar perdiendo.
Analicemos algunos desafíos evidentes que deberá enfrentar cada una de las cuatro candidaturas que por el momento son las más visibles.
Sebastián Piñera aparece con mayores probabilidades de ganar la próxima presidencial. Su principal ventaja es que tiene una base electoral estable y consolidada, un piso alto en el que puede apoyarse. Esa base está, además, fuertemente motivada, como lo demostró la altísima participación electoral (en términos relativos, por supuesto) que logró Chile Vamos en la primaria. Es la motivación de aquellos que se asustaron con la “retroexcavadora” y quienes, a pesar de lo inapropiado de la metáfora, han juzgado implacablemente acción del gobierno actual desde ese prisma.
“Si las encuestas están medianamente en lo cierto, Piñera podría ganar en primera vuelta, en un escenario de baja participación electoral donde los que lo rechazan lo hagan desde sus casas. Pero podría perder en la segunda vuelta, en un escenario de alta participación en que el rechazo a Piñera logre activarse electoralmente”.
En este sentido, el proyecto de Piñera es un proyecto restaurador. Es la retroexcavadora que va en el sentido contrario a la anterior y que se cristaliza en la idea de “volver a crecer”. Esa noción restauradora ha logrado unificar, como nunca, al campo de la derecha, otorgándole a Piñera un liderazgo incontestado e incontestable.
Hay quienes incluso sostienen que los empresarios, que habían paralizado sus inversiones en los últimos años, han vuelto a invertir pues dan por descontado el triunfo de su candidato. Los analistas económicos también auguran al próximo gobierno una primavera por el mejoramiento, aún incipiente, de las condiciones externas para que Chile crezca.
No obstante, el crecimiento también dependerá del frente interno. El capitalismo requiere y necesita, para funcionar bien, una institucionalidad política y una legitimidad social que Chile Vamos no puede generar por su sola voluntad o la del empresariado (ver columna Réquiem para la democracia capitalista).
Quienes pretendan “restaurar” no deben perder de vista que el (viejo) sistema que quieren reponer terminó generando niveles de movilización social e ilegitimidad (no solo de la clase política sino del empresariado) sin precedentes recientes en el país. Volver a un clima como el de 2011, en un contexto en que los descontentos poseen experiencia en la movilización, así como resortes organizativos e institucionales más articulados que en el pasado, no resulta muy promisorio para el crecimiento.
Así como puede parapetarse en un piso electoral relativamente alto, Sebastián Piñera también registra niveles de rechazo muy significativos. En otras palabras, su techo es bajo, porque una proporción importante de la población lo rechaza, aunque sea de modo pasivo.
“Alejandro Guillier es una contradicción caminante: fue nominado por marcar bien en encuestas en las que ahora no cree; “juega de outsider” y de independiente, pero es el candidato del oficialismo; declaró que sin primaria no sería candidato y terminó siendo proclamado por las cúpulas y sin someterse a las urnas”.
Por esta razón, el porcentaje de votación que termine obteniendo Piñera y su chance de ganar la elección en primera vuelta dependen de cuanta gente vote. Mientras menos acudan a las urnas, los adherentes fijos y entusiastas de Piñera representarán una porción mayor.
Si las encuestas disponibles están medianamente en lo cierto, Piñera podría ganar en primera vuelta, en un escenario de baja participación electoral donde los que lo quieren mucho se movilicen y los que lo rechazan lo hagan desde sus casas. Pero también podría perder en la segunda vuelta, en un escenario de alta participación en que el rechazo a Piñera logre activarse electoralmente.
¿Cuán probable es ese segundo escenario? Si bien Piñera está cómodo, sus constantes excesos y errores verbales, su falta de empatía en la comunicación con el público (sobre todo cuando tiene en frente candidatos cuya principal virtud es su capacidad de comunicar bien) y su constante exposición a críticas hasta ahora inocuas relativas a la falta de integridad con que ha mezclado política y negocios, lo hacen potencialmente vulnerable en una campaña que recién comienza a calentarse. Incluso, en un escenario en que los otros candidatos poseerán pocos recursos para hacer campaña, aunque legal, su ventaja económica podría, por grosera, volvérsele en contra.
De resultar ganador en la elección, Piñera deberá también decidir con quién gobernar. Durante su anterior mandato, luego de un intento fallido por gobernar con cuadros técnicos que tenían poca inserción partidaria y luego de intentar infructuosamente quebrar a la DC, terminó recurriendo la UDI. Aunque probablemente lo hizo a regañadientes, terminó alineando al bloque y generando más eficiencia en términos de la agenda de gobierno.
En este caso, Piñera llegaría a La Moneda con una coalición más amplia, y algo más diversa y con una UDI probablemente debilitada en el Congreso y en la opinión pública.
También se trata de una UDI que perdió una oportunidad de renovación y moderación, a juzgar por la resolución de su última puja interna que terminó con Jacqueline Van Rysselberghe al mando del partido en detrimento del liderazgo emergente del diputado Jaime Bellolio.
¿Aprovechará Piñera la oportunidad de arrinconar a la UDI hacia la derecha y gobernar hacia el centro, incorporando más activamente a Evopoli o Amplitud? De hacerlo, podría dar cabida a más liderazgos de una DC distanciada de su bloque tradicional, así como a personeros del denominado “centro liberal”. No obstante, todo indica (véase las declaraciones recientes de Piñera sobre el proyecto de aborto aprobado en el Congreso) que el poder fáctico de la UDI (asentado también en la incapacidad de los otros partidos del conglomerado de actuar coordinadamente), así como las lealtades fraguadas en el pasado gobierno, terminarán haciendo naufragar esta oportunidad para fundar una centro-derecha moderna en el país.
“Guillier enfrenta un dilema: solo puede hacer campaña con los logros del actual gobierno, prometiendo profundizar las reformas en pos de una mayor igualdad. Pero seguramente, sus asesores temen que la baja popularidad del gobierno afecte sus chances”.
A pesar de estos desafíos, Piñera también tiene el camino más fácil por la debilidad de su competencia: una centro-izquierda dividida en dos candidaturas (Alejandro Guillier y Carolina Goic) que no logran prosperar, y un Frente Amplio con capacidad de disputarle el paso a segunda vuelta a la candidatura apoyada por el PS-PPD-PRSD. La aparente incapacidad de movilizar electoralmente a votantes menos intensos que posee la centro-izquierda, comparada con aquella de quienes apoyan a Piñera, también perjudica las chances de la centro-izquierda.
Así, la propia fortaleza de Piñera genera incentivos para que más gente se quede en la casa: en definitiva, la centro izquierda está quebrada y sus bases poco entusiastas, en un contexto político e institucional (voto voluntario) en que necesitarían competir con una fórmula de unidad y entusiasmando a sus simpatizantes para que vayan a votar. Pero en una competencia en que las chances de ganar son bajas, la fragmentación y la apatía campean.
Cada candidatura enfrenta también sus propios desafíos. Alejandro Guillier es una contradicción caminante: fue nominado por marcar bien en encuestas en las que ahora no cree; “juega de outsider” y de independiente, pero es el candidato del oficialismo; declaró que sin primaria no sería candidato y terminó siendo proclamado por las cúpulas y sin someterse a las urnas. Los partidos que lo ungieron (forzando la bajada de varias candidaturas), a partir de su desempeño en las cada vez más interpeladas encuestas, probablemente sientan hoy que la decisión fue prematura.
“El affaire por la nominación de Alberto Mayol al Congreso expuso, entre otras cosas los límites de hacer campaña sobre la base de la “superioridad moral” y los límites de una estrategia de crecimiento basada en reclutar a todo aquel que parezca, en algún momento, ser útil a la causa”.
Varios en el gobierno y los partidos (fundamentalmente en el PS y el PPD) confiesan tras bambalinas que Guillier no es “su” candidato, aunque dependen de su éxito para mantener a raya la tendencia hacia una mayor fragmentación de la coalición oficialista. Pero la prematura opción por Guillier como candidato único ha generado daños tal vez irreparables en la centro-izquierda.
Guillier encabeza hoy una campaña que partió más tarde que las de Sebastián Piñera y Beatriz Sánchez. Y no solo partió tarde, sino que le ha costado muchísimo incidir en la agenda. Su campaña luce poco profesional y muy anticuada. Se conoce poco todavía de su programa (el candidato casi no habla, y cuando lo hace, ha declarado que su programa lo hará con la gente). Respecto a su opción programática y discurso de campaña, está entrampado entre venderse como independiente y tener, como única opción para entusiasmar, un programa de “profundización” de lo hecho por la Nueva Mayoría.
Guillier enfrenta entonces el siguiente dilema: solo puede hacer campaña con los logros del actual gobierno (en el escenario electoral actual, no tiene margen para otra cosa ya que se encuentra emplazado por izquierda y por derecha), prometiendo profundizar las reformas en pos de una mayor igualdad. Pero seguramente, sus asesores temen que la baja popularidad del gobierno afecte sus chances. No obstante, la popularidad del gobierno es bastante mayor que la intención de voto que hoy logra generar el candidato.
“El Frente Amplio ha descubierto súbitamente que crecer rápido puede terminar siendo el mejor atajo para abortar un proyecto aún en construcción”.
Guillier deberá enfrentar dos desafíos adicionales. Primero, si su chance de pasar a segunda vuelta se reduce, tal vez los incumbentes (senadores y diputados) decidan intentar salvar su pellejo abandonando el “barco presidencial” durante la campaña. En última instancia, Guillier sigue intentando diferenciarse de la clase política tradicional y eso, en algún momento, le pasará la cuenta al interior de su más que tradicional coalición.
Segundo, de pasar a segunda vuelta, Guillier necesitará el apoyo de buena parte de los votantes del Frente Amplio y de la Democracia Cristiana. Particularmente en el caso de los votantes del Frente Amplio, ese tránsito es problemático, ya que una parte significativa de ese electorado probablemente se quede en la casa en segunda vuelta, aún cuando bajo la lógica del menos malo preferirían a Guillier antes que a Piñera. Para ellos, Guillier y sus bases de apoyo no ofrecen una opción de reforma y renovación real y creíble.
Por su parte, la candidatura de Beatriz Sánchez parece haber perdido fuerza luego de las primarias y el affaire Mayol-Jackson. Por un lado, las primarias demostraron que la movilización “por aire”, es decir, sin contar con un aparato territorial y dependiendo mucho de un puñado de liderazgos populares y de las redes sociales y de su impacto en los medios, tiene límites y genera riesgos. Uno de los principales desafíos del Frente Amplio sigue siendo construir infraestructura territorial fuera de su zona de confort (véase columna ”El camino es la recompensa o las dificultades de crear un Frente Amplio en Chile”).
Por otro lado, el affaire por la nominación de Alberto Mayol al Congreso expuso: a) la alta disparidad y fragmentación interna de la nueva coalición; b) la falta de experiencia e institucionalidad para arbitrar conflictos internos como los que enfrenta cualquier movimiento político que se precie de alguna vocación de poder; c) los límites de hacer campaña sobre la base de la “superioridad moral” (véase columna Por qué usted puede estar ayudando a la crisis de nuestra democracia); y d) los límites de una estrategia de crecimiento basada en reclutar a todo aquel que parezca, en algún momento, ser útil a la causa.
El Frente Amplio también descubrió súbitamente que crecer rápido puede terminar siendo el mejor atajo para abortar un proyecto aún en construcción. Usted tiene derecho a pensar que Mayol es un advenedizo que actuó deslealmente, incurriendo en el camino en actitudes misóginas y en múltiples deslealtades. Aún concediendo ese punto, también hay que reconocer que Revolución Democrática y sus aliados contribuyeron a amplificar el escándalo mientras parecieron actuar intentando privilegiar la opción de Giorgio Jackson.
Tiendo a pensar que tanto la acción como la reacción de Revolución Democrática demuestra, a lo menos, cortoplacismo. Jackson dejó pasar la única salida “limpia” del intríngulis en que lo colocó Mayol. Aunque costosa, esa salida consistía en cederle el cupo al ex candidato presidencial e irse a competir a otro distrito (en el que su posicionamiento y visibilidad a nivel nacional le podría haber permitido ser sumamente competitivo). Así Jackson, y con él, Revolución Democrática, podrían haber mostrado su compromiso con una construcción colectiva y plural en torno a un proyecto orientado al largo plazo, liderando con el ejemplo, y contribuyendo decisivamente a expandir el alcance territorial de la nueva coalición de izquierda al generar una nueva candidatura competitiva en un distrito donde no tuvieran tanta fuerza electoral.
“Sánchez está cerca de disputar el segundo puesto con Guillier, y su elocuencia y potencial empatía con un segmento relevante del electorado podría generar una que otra sorpresa si es que logra encarnar el anti-piñerismo y movilizar a quienes aún no piensan votar”.
Sin embargo, al igual que en 2014, parece haber primado la opción por la seguridad y el corto plazo. La candidata del Frente Amplio acusó el golpe, en tanto su silencio inicial, fue interpretado –no importa si correctamente o no– como subordinación a los liderazgos más visibles de la coalición (los de Giorgio Jackson y Gabriel Boric).
A pesar de todo esto, Sánchez está cerca de disputar el segundo puesto con Guillier, y su elocuencia y potencial empatía con un segmento relevante del electorado podría generar una que otra sorpresa si es que logra encarnar el anti-piñerismo y movilizar a quienes aún no piensan votar.
En dicho caso, el desafío de Sánchez será similar al de Piñera, aunque mucho más agudo. Si triunfa tendrá un mandato potente, pero un contingente parlamentario muy pequeño. Ante eso deberá gobernar con la Nueva Mayoría, arriesgando desdibujar su proyecto y su legitimidad política. Sería, muy probablemente, ganar para perder.
Entre los candidatos que parecen relativamente lejos de la opción presidencial se encuentra la candidata de la Democracia Cristiana. Además de enfrentar limitaciones para proyectar su liderazgo en esta contienda electoral, Carolina Goic debe solucionar un dilema similar al de Guillier. Ha sido una de las legisladoras que más elocuentemente ha apoyado las iniciativas del gobierno Bachelet, pero es candidata del partido que es visto, por la opinión pública, como el responsable de bloquear la agenda reformista del gobierno (del que sigue siendo parte). En paralelo, es una candidata femenina y representa la renovación en un partido que necesita rejuvenecerse para contener la sangría, pero tiene como figuras clave en su campaña liderazgos predominantemente masculinos, muy desgastados, y que representan a la vieja DC.
Si bien su firmeza durante el caso del diputado Ricardo Rincón dio las señales correctas, el escándalo reciente respecto a la nominación de Trinidad Parra como candidata de “relleno” para satisfacer la cuota femenina en Arica, no hace más que simbolizar la ambigüedad que (aún) condena al esfuerzo que encabeza Goic por construir una nueva DC que se proyecte hacia la próxima campaña electoral. Finalmente, Goic también enfrenta el mismo desafío que Guillier en cuanto a su capacidad de utilizar el aparato territorial de la DC. Si su candidatura no se fortalece pronto, crecerá el número de senadores y diputados que decida desacoplarse de la opción presidencial, particularmente en un escenario en que el partido buscará reducir pérdidas.
El escenario post-electoral no será más fácil. ¿Qué rol tendrá el partido y su bancada en el próximo gobierno? Gane quien gane la elección, aquella será una decisión difícil que arriesga quebrar a la DC.
La configuración de la carrera presidencial, al menos como se ha desarrollado hasta ahora, dice mucho de la crisis de representación política que hoy se vive en Chile. Aunque falta mucho camino aún, es claro que la elección y su desenlace ulterior, no serán fáciles para nadie.
“En la eventualidad de ganar, ¿aprovechará Piñera la oportunidad de arrinconar a la UDI hacia la derecha y gobernar hacia el centro, incorporando más activamente a Evopoli o Amplitud? Todo indica que el poder fáctico de la UDI terminará haciendo naufragar la oportunidad de fundar una centro-derecha moderna”.
En general se afirma que en las elecciones actuales y especialmente en aquellas en que se vota en segunda vuelta, la ciudadanía elige al “menos malo”. En el Chile actual, tal vez ni eso. Aquellos que irán a votar serán quienes crean que el candidato al que apoyan es muy bueno, pero sea cual sea ese candidato, serán una minoría de la ciudadanía habilitada para sufragar.
Aquel que resulte electo llegará a La Moneda con un mandato fuerte (sea revertir los efectos de las reformas de la Nueva Mayoría, mantenerlas, o profundizarlas –refundando además la política y la sociedad). En otras palabras, es muy probable que, ante el descreimiento y el desgano generalizado, la mayoría se quede en la casa, mientras aquel que logre movilizar a una minoría intensa gane la elección.
Sea de derecha, izquierda o centro, esa minoría intensa mandatará a un presidente que deberá gobernar en un clima de fragmentación y polarización política y crispación social. Así, quien gane probablemente cuente con un reducido y fragmentado contingente parlamentario para implementar su mandato. En otras palabras, mientras usted escucha hablar recurrentemente del centro político, ese centro está hoy prácticamente vacío. Cualquier similitud con la elección de 1970 es mera coincidencia.