Francia: la fractura y la nueva polarización que emerge después de la elección de Macron
10.05.2017
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10.05.2017
¡Emmanuel Macron es el nuevo Presidente de la República de Francia! A los 39 años, después de crear su movimiento social-liberal En Marcha hace apenas más de un año y sin jamás haber sido electo para un cargo público antes de acceder a la función institucional suprema. Logró imponerse en un ambiente fuertemente anti-élite, a pesar de una formación y una carrera electoral exprés que lo vio moverse con facilidad sucesivamente entre los círculos del poder académico, administrativo, financiero y político.
La elección de Emmanuel Macron es el último anticuerpo de un sistema político agotado”
Si bien su triunfo tiene una cuota de sorpresa, desde una mirada a mediano plazo la elección de Emmanuel Macron es el último anticuerpo de un sistema político agotado, que encontró en la cara joven de un tecnócrata neoliberal el traje del dinamismo y de la reactividad. Detrás de esa fachada, encarna la estrategia conservadora de todo un sistema político cuyos participantes tratan de hacer perdurar el funcionamiento y, a la vez, de mantener sus propias posiciones de dominación.
Tal como lo escribió en tono enfático el geógrafo francés Jacques Lévy después de la primera vuelta, esta elección sincroniza el corto plazo de la ruptura con la temporalidad más lenta del cambio. Llegamos al punto en que la acumulación de frustraciones lleva a escenarios decisivos donde el orden resiste y se ajusta, nuevas prácticas emergen y nuevas coordenadas históricas posiblemente se estén instalando.
Entre los varios procesos de largo plazo que han llevado a este escenario, encontramos en primer lugar el fenómeno de la desafiliación, es decir, la masiva percepción de una disolución del vínculo social que se relaciona con la desaparición del empleo[1]. También participa el creciente sentimiento de desclasificación social, es decir, el sentimiento de caer de clase, de una relegación social que se expande entre los que tienen un empleo vulnerable. Esto es el trasfondo socio-económico de un repliegue identitario y nacionalista frente a la globalización. La irrupción terrorista con los ataques de París y Niza y las tensiones sobre los refugiados, dan a la crisis una mayor intensidad, y sus rasgos más groseros y oscuros.
Todo esto ocurre en el contexto de una pérdida de legitimidad del sistema político. Tanto las bajísimas tasas de popularidad del Presidente François Hollande -que lo llevaron a renunciar a buscar la reelección-, como la poca credibilidad del discurso de la clase política[2], evidencian la alta desconfianza en los profesionales de la política[3]. Así, los partidos tradicionales, el hábitat natural de los profesionales de la política, parecen desconectados del electorado.
Lo anterior quedó de manifiesto en las dos vueltas de esta elección presidencial, por el escaso eco que tuvieron los llamados a la estabilidad de parte de los partidos tradicionales con sus llamados a un voto “útil” en primera vuelta, y las masivas consignas de voto hacia la candidatura de Emmanuel Macron en la segunda. Para muchos electores, esto era simplemente inaudible. Esto se debe a la banalización progresiva de la ultraderecha, que ya no la hace temible y no fuerza a un voto en contra del Frente Nacional; y al fenómeno de polarización fragmentada que detallamos más adelante.
Para concluir la descripción del contexto, es necesario considerar la secuencia de movimientos sociales iniciados en 2016. Nacidos como respuesta a una ley que liberalizaba las negociaciones sociales entre empresas y asalariados, estos movimientos canalizaron la ira social, y también el inconformismo ante una lógica de gobierno, expresada por Noche de pie (Nuit Debout). Siguiendo el impulso internacional hacia la ocupación de plazas públicas (Podemos, Occupy Wall Street, Londres, los movimientos políticos en Egipto, Túnez, etc.), este movimiento mostró un deseo de crear agoras de discusiones refundacionales en el espacio urbano. La misma ocupación de plaza muestra la reapropiación de ciertos usos despreciados desde los años 80.
Las élites políticas tradicionales, para mantener sus posiciones de dominación en el sistema, usaron los mismos comportamientos que las fuerzas periféricas acusadas de populismo”.
Al frente, el discurso del conservadurismo se disfraza de renovación progresista con Emmanuel Macron, quien al mismo tiempo se erigió como el “voto útil” contra el Frente Nacional[4], que representaba otro tipo de respuesta al orden establecido. Con propuestas de liberalización, promueve la necesidad de estabilidad política y continuidad histórica, como si seguir los caminos establecidos hace décadas fuera ineludible: la paz franco-alemana justifica el proyecto de mercado europeo; la desregularización y financiarización de las sociedades se vuelven imperiosos en el progresismo darwiniano de la competitividad global; se enaltece la eficiencia de decisiones tecnocráticas y expertas contra el conflicto y la política.
Sin embargo, esta mirada obsesiva hacia el pasado y la estabilidad, cuestiona las bondades del Estado de Bienestar, desproveyendo el imaginario de las luchas sociales que permitieron su construcción. Al establecerlo como un horizonte imposible de revivir, genera la frustración de la sentencia “era mejor antes” (“c’était mieux avant”), sin que se vea alternativa.
La justificación del estatus quo se fundamenta sobre el ataque frontal de parte de las élites tradicionales al supuesto “populismo” de una oferta política bastante nueva. La etiqueta de “populismo”, cuyos límites no están claros[5], sirve como dispositivo táctico para desacreditar competidores que la élite política considera amenazantes[6]. Condenan una retórica que convoca la figura del pueblo, una oratoria de masa y una forma de organizarse en movimientos (y no en partidos). Pero, sobre todo, enuncian su miedo a que las críticas puedan modificar las relaciones de fuerza y pongan en cuestión el poder de la elite. La obsesión en contra del populismo muestra más bien la crisis de una élite que ya no parece capaz de mantener su supremacía sobre el sistema político.
De hecho, uno de los argumentos de esta crítica al populismo parece muy frágil: se trata de la construcción estratégica de una oposición entre partidos tradicionales y movimientos populistas. Si los comentaristas vieron una forma populista de hacer política cuando se trató del Movimiento Francia Insumisa de Jean-Luc Mélenchon y del Frente Nacional de Marine Le Pen, no hubo cuestionamiento sobre el movimiento de Emmanuel Macron.
“La etiqueta de “populismo”, cuyos límites no están claros, sirve como dispositivo táctico para desacreditar competidores que la élite política considera amenazantes”.
No obstante, el candidato “centrista” intentó mostrarse, durante meses, como el candidato “del pueblo”, contra la élite, contra las finanzas, contra los profesionales de la política… De manera emblemática, declaró entre las dos vueltas: “no soy la derecha, no soy la izquierda, las combato”. Siguiendo el legado de De Gaulle y la tradición de la V República, se presenta como una figura por encima de las divisiones. Trató a la vez de presentar En Marcha como una fuerza masiva que trasciende la fractura[7] entre izquierda y derecha, lo que se encarnó, en coherencia con la idea de populismo, en los apoyos de los dos lados del espectro político tradicional, y en llamados inesperados a votar en su favor desde la primera vuelta[8]. El último aspecto que remite al mismo concepto de populismo, es su reapropiación de una oratoria orientada hacia las masas, ahora usada como técnica de marketing de “colocación de producto” político (él mismo).
La estrategia de las élites políticas tradicionales para mantener sus posiciones de dominación en el sistema, toma entonces los mismos comportamientos que las fuerzas periféricas acusadas de populismo.
Así, el impulso populista recorrería todo el sistema político, haciéndose transversal, lo que le quita fuerza al concepto y a la crítica que sustenta parte de las élites políticas. Se manifestó, por ejemplo, fuertemente en la campaña a ratos surrealista de François Fillon, quien denunciaba una maquinación fomentada desde la Presidencia de la República, e involucrando al Poder Judicial, para según él fabricar las acusaciones en su contra en torno a un posible empleo ficticio de su esposa. Esto lo llevó a presentarse -sin ironía- como un “rebelde” contra el “sistema”, de manera totalmente inconsistente con su trayectoria política. Sobre todo, esta transversalidad del populismo también se aplica al proyecto político de Emmanuel Macron, como populismo de “centro”[9]. Y llegamos a una paradoja: la última muralla contra la llegada del Frente Nacional al Poder Ejecutivo y el último guardabarrera del sistema político, se operarían en una propuesta populista, es decir, el mismo mal contra el cual el candidato de la élite tiene la misión de luchar.
Vista así, la mutación del sistema político francés no remite a la suplantación de los partidos tradicionales por movimientos populistas, sino a una polarización fragmentada en torno a dos fracturas [10]. Al tradicional eje izquierda-derecha se superpone una segunda fractura fundamental, que separa conceptualmente entre partidarios de la apertura internacional y defensores del cierre nacional. Esta fractura había aparecido en las votaciones sobre los tratados europeos (Tratado de Maastricht, 1992; Constitución Europea, 2005), donde por una parte, las fuerzas tradicionales se habían dividido, y por la otra, los opositores habían constituido una coalición variopinta y poco articulada pero muy eficaz para reunir votos (derrotados en 1992 pero amplios ganadores en 2005[11]).
La obsesión en contra del populismo muestra más bien la crisis de una élite que ya no parece capaz de mantener su supremacía sobre el sistema político.”
La polarización de esta primera vuelta es muy llamativa, en particular, por su carácter multipolar. Francia, tal como ocurrió en España el año pasado o como se ha ido dibujando en Chile actualmente, muestra un escenario electoral polarizado y fragmentado. Pero no es una radicalización hacia los extremos, como se ha entendido tradicionalmente la polarización. Aquí, el electorado se ha agrupado en cuatro grandes fuerzas relativamente equivalentes, pero que tienen importantes dificultades para discutir -y más aún para buscar alianzas- con sus potenciales vecinos ideológicos. Incluso en la interna de los partidos tradicionales hay divisiones que parecen irreparables después de que sus candidatos a la presidencia hayan sido figuras no tan centrales en cada partido, que se podrían calificar como outsiders internos, en el sentido que provenían de franjas bastante periféricas de sus partidos respectivos: una ala izquierdista del Partido Socialista y los grupos católicos de Los Republicanos[12].
Esta polarización fragmentada se tradujo electoralmente en un resultado que nunca había sucedido en la historia de la V República Francesa, con cuatro candidatos con un resultado superior a 19%, y que puede ser representado de la siguiente forma.
Polarización fragmentada del sistema político francés:
Para representar la polarización fragmentada, situamos el espacio conceptual ocupado por las cinco principales fuerzas políticas en torno a dos ejes. Horizontalmente aparece el tradicional eje izquierda-derecha. Verticalmente incluimos la división entre cierre y apertura ya mencionada. El área gris al centro señala la dificultad para elegir de una parte importante del electorado, que quedó de manifiesto en encuestas de opinión que indicaba que hasta pocos días antes del voto, varios candidatos tenían entre un tercio y la mitad de sus declarados futuros votantes aún no convencidos. Esto se refleja también en las áreas rayadas, que marcan posibles traslapes entre los espacios políticos de los candidatos.
En la primera vuelta, la candidatura de Emmanuel Macron fue especialmente exitosa en captar votantes provenientes del Partido Socialista y de la derecha tradicional, desencantados por los outsiders internos electos en sus respectivas primarias. Para la segunda vuelta y las elecciones legislativas más adelante, se plantean dudas respecto a los traspasos de votos entre fuerzas. Así, la polarización explica la dificultad de Emmanuel Macron para captar votantes de François Fillon y Jean-Luc Mélenchon[13]. Este gráfico permite, por ejemplo, representar el dilema para los electores de Jean-Luc Mélenchon, quienes se encontraban ideológicamente muy lejanos de Emmanuel Macron, pero también de Le Pen, por los aspectos valóricos que representa la extrema derecha. También muestra en parte las disparidades que existen entre los votantes de François Fillon, al momento de elegir su candidato de segunda vuelta.
La transversalidad del populismo también se aplica al proyecto político de Emmanuel Macron, una suerte de populismo de “centro”. Así, la paradoja es que la última muralla contra la llegada del Frente Nacional al Poder Ejecutivo operaría en una propuesta populista, es decir, el mismo mal contra el cual el candidato de la élite tiene la misión de luchar”.
Los candidatos de la segunda vuelta alimentan esta lectura de una nueva fractura entre partidarios y opositores de la globalización. La fuerza de este eje trasciende la mirada nacionalista y aparece en las mismas palabras del economista Tomas Piketty, encargado del programa económico de Benoît Hamon (PS)[14], cuando apela a la modificación de las reglas institucionales y económicas de la Unión Europea, para garantizar más democracia, justicia social y justicia fiscal.
Así, parte de la campaña se cristalizó sobre el devenir del proyecto europeo. Marine Le Pen, como heredera del discurso nacionalista, proponía un “Frexit”. Fundados en parte en torno al plebiscito no respetado de 2005 sobre el Tratado Europeo, Jean-Luc Mélenchon y su movimiento “Francia Insumisa” enfocaron buena parte de su programa sobre su plan a dos caras para restablecer una relación de fuerza con las instituciones no elegidas de la Unión Europea[15]. En ese sentido, su postura no se puede asemejar a la de Marine Le Pen. Es una tercera vía que piensa la UE como proyecto político, de relaciones de fuerzas entre los miembros. François Fillon y Benoît Hamon preservaron la “eurofilia” económica de sus formaciones respectivas, cuando Emmanuel Macron puso el tema en el centro de la discusión desde el inicio de la campaña (fue flagrante durante los dos debates en los que fue su principal matriz de análisis de todos los temas abordados). Y más aún durante la segunda vuelta, con el apoyo del mismo Presidente de la República.
El cambio histórico que se está gestando en Francia puede tomar el camino del Frente Nacional y del “encierro” como proyecto de desarrollo. Marine Le Pen ganó más de 1.500.000 votos entre las elecciones de 2012 y 2017”.
En este escenario, lo que está en juego es la construcción de una alternativa que no tome el camino del repliegue nacional y del dumping social. Sin embargo, Emmanuel Macron emprendió una estrategia arrogante entre las dos vueltas del voto que desconocía esta posibilidad. Su estrategia no se enfocó en alternativas, sino más bien a reivindicar un voto de adhesión al proceso de globalización tal como está implementado hasta ahora. No hacerse cargo de este malestar predominante fue un error táctico, que le costó bastante votos de electores que prefirieron abstenerse o anular[16], lo que engendró un aumento proporcional de Marine Le Pen en la segunda vuelta, que amplifica un crecimiento en votos que no es menor, pero la deja todavía muy lejos de una mayoría de segunda vuelta. El error también es estratégico, ya que falló la intención del entonces candidato de dar un golpe decisivo a la vieja fractura entre izquierda y derecha, y finalmente entregó mayor legitimidad al Frente Nacional. Por cierto, ganó la elección, lo que era su objetivo inmediato, pero el escenario para las legislativas no es promisorio para él y su movimiento.
La constitución de cuatro polos derivó en el resultado del domingo 7 de mayo, es decir, una victoria en claroscuro de Macron, aparentemente aplastante pero en realidad frágil. El riesgo, ahora, es que el disfraz de estabilidad del que se vistió el sistema político tradicional siga agudizando la polarización fragmentada, sobre la base de la fractura entre ganadores y perdedores de la globalización. La consagración del mercado como lugar autónomo de regulación del conflicto y el europeanismo doctrinario de Emmanuel Macron, podrían llevar a apuestas sobre instituciones con déficit de democracia, y a políticas públicas -en particular en el mercado laboral- que alimentan la desafiliación y la desclasificación, y finalmente nutrir la percepción de un alejamiento de los centros de decisión.
En este escenario, el cambio histórico que se está gestando puede tomar el camino del Frente Nacional, del repliegue nacionalista y de encierro como proyecto de desarrollo. Así parece indicarlo la tendencia electoral. Marine Le Pen ganó más de 1.500.000 votos entre las primeras vueltas de las elecciones de 2012 y 2017. La proporción de votos acumulados matizaron el buen resultado, y se vio cierta desilusión en las caras de los miembros del comité político del partido en los programas televisivos el día de la primera vuelta. Pero la tendencia es fuerte y profunda, como lo mostraron los 3 millones de votos que sumó en la segunda vuelta. Hace ya 30 años que el FN crece sostenidamente, a pesar de las guerras intestinas y de las mutaciones formales que vivió, como de la reorientación de su discurso desde la llegada de Marine Le Pen a su presidencia (y la asesoría decisiva en ese sentido de Florent Philippot). La próxima etapa podría ser un nuevo movimiento, que Marine Le Pen anunció sin mayores precisiones en su discurso de derrota, demostrando así su voluntad de ampliar el voto de ultraderecha, pero también de mantener su control sobre el FN frente a las críticas de una campaña mal conducida y las divisiones internas sobre la estrategia a adoptar.
En Francia, tal como se ha ido dibujando en Chile, hay un escenario electoral polarizado y fragmentado. Pero no es una radicalización hacia los extremos. El electorado se ha agrupado en cuatro grandes fuerzas relativamente equivalentes que tienen importantes dificultades para discutir”.
Si se considera la banalización del FN, se revela también a mediano plazo que este partido ya no necesita provocar ni mostrar agresividad para insertarse en el campo político-mediático[17]. Al contrario, impuso su mirada sobre el acontecer en la agenda pública, y puede manejar su discurso público según la contingencia, matizando ciertos rasgos muy discriminatorios cuando es necesario. También tiene la ventaja de contar con un escenario político-electoral donde parte de los votantes solo lo conocieron con el FN incluido, lo que tiende a convertir el movimiento político de ultraderecha en una formación “normal”, en el sentido de aceptable[18]. Ese escenario permite al FN seguir diversificando su electorado, para alcanzar la baja burguesía católica[19] y los jubilados; anclarse en las zonas rurales tal como lo ha hecho al captar electores de las zonas vulnerables y contar con los electores menos calificados y diplomados. Hasta pareciera que en esta última elección el equipo de campaña trató de atraer votos de clase media, instalando, por ejemplo, temas como la reducción de los desiertos médicos, el aumento de los efectivos en los hospitales, la disminución del precio de los medicamentos y el fraude contra la Seguridad Social (es aquí que convergen táctica electoral y posición anti-inmigración).
Por esta misma razón, las elecciones legislativas que tendrán lugar los próximos 11 y 18 de junio, serán decisivas. Por ahora, existe mucha incertidumbre tanto sobre los resultados de primera vuelta, en una elección donde la participación tradicionalmente baja respecto a la presidencial; como los de segunda, donde las zonas de contacto entre las fuerzas políticas polarizadas podrían dar lugar a alianzas puntuales, a nivel de distrito, distintas de los discursos nacionales de no cooperación[20]. El comportamiento electoral -con o sin alianzas formales- también es una incógnita. De estos resultados dependerá la capacidad de Emmanuel Macron de formar su propio gobierno, o de entrar en cohabitación, como algunos en Los Republicanos lo sueñan abiertamente.
Así, las preguntas que se hacen a corto plazo interrogan primero la verdadera capacidad electoral de En Marcha, en particular la de consolidar los apoyos que recibió de los dos lados de la fractura tradicional izquierda/derecha (justamente unificados por su posicionamiento hacia la apertura en el otro eje). Segundo, es decisivo para ver si la fractura afuerismo/patriotismo confirma su efecto de estructuración, en particular para ver si el movimiento de Jean-Luc Mélenchon (Francia Insumisa) se mantiene a este nivel en elecciones que les son menos favorables, por tener menos anclaje territorial. Esto se relaciona también con el estado en que se encontrará el PS -por ahora poco claro-, después de haber sido relegado a segunda posición en el campo interno de la izquierda. En cuanto a la derecha tradicional, la incógnita es si podrá aprovechar la ventana de oportunidad frente al descontento que generó François Hollande[21]. Finalmente, ¿qué respuesta tendrán los electores del Frente Nacional después de una derrota que podría afectarlos anímicamente? La repetición de resultados parecidos a los de la primera vuelta presidencial avalaría el cambio de época para el sistema de partidos francés, con sus riesgos y potencialidades.
Notas
[1] Robert Castel, “Les pièges de l’exclusion », Lien social et politique, n°34, 1995, p.13-35.
[2] Según una encuesta del CEVIPOF de Sciences Po Paris, en 2016, el 88% piensan que los profesionales de la política no creen en lo que dicen.
[3] La tendencia es la misma respecto al sistema mediático, con apenas 43 % de confianza en los medios de comunicación (Barometro de confianza Edelman 2017).
[4] Vale recordar que durante meses las encuestas daban Marine Le Pen ganadora de la primera vuelta, marcando en algún momento cerca de 30%.
[5] El politólogo Cristobal Rovira ha lanzado recientemente un trabajo de referencia al respecto.
[6] Es importante reconocer que, en los últimos meses de su campaña, Jean-Luc Mélenchon ha ocupado explícitamente el término de populismo, inspirado por Chantal Mouffe, y en el plano político por la experiencia de Podemos. Así, Pablo Iglesias participó en el acto de cierre de campaña.
[7]Se usa en este artículo el término de común uso de “fractura” en vez del término técnico propio de la ciencia política de “clivaje”.
[8] Muchos políticos famosos y añejos se han sumado a su campaña, desde el ultraliberal Alain Madelin al ex primer secretario del partido comunista Robert Hue.
[9] El geógrafo Hervé Le Bras pone en evidencia la continuidad de la estructura del electorado a partir de la medición de las transferencias de voto desde Bayrou y Hollande hacia Macron: «Si l’on additionne les scores de Bayrou et la moitié des scores de Hollande en 2012, on obtient presque exactement la répartition des votes en faveur de Macron telle qu’elle est apparue dimanche dernier. A ceux qui parlent de dissolution ou d’éclatement chaotique des partis, on peut donc opposer la recomposition ordonnée des électorats. En politique, le neuf est souvent fabriqué à partir du vieux. Plus exactement, l’électorat change moins vite que les états-majors». Hervé Le Bras, «Le malaise social n’est pas la seule cause du vote Le Pen», Le Monde, 26/04/2017.
[10] Estas reflexiones sobre la fragmentación y la dificultad de agregar en el sistema político están en parte inspirada por las columnas de Juan Pablo Luna, publicadas en CIPER en la serie “crisis política”.
[11] Sin embargo, el Congreso reunido (Parlamento y Senado) había ratificado el Tratado por encima del resultado del voto.
[12] Esto se explica en parte por la generalización del mecanismo de primarias, que probablemente será cuestionado para futuras elecciones. Sin embargo, debe ser visto también en este contexto general de fragmentación e intransigencia respecto a posibles aliados, o posiciones centristas.
[13]Según una encuesta IPSOS publicada el mismo día de las elecciones, 48% de los electores de Fillon y 52% de los de Mélenchon votaron por Macron en la segunda vuelta.
[14] No es casual que el único candidato fuerte que no enmarcó su discurso dentro del populismo sufrió una derrota estrepitosa.
[15] Jean-Luc Mélenchon teorizó la articulación entre un plan A, que es la renegociación de los tratados, y un plan B, que sería tomar la decisión unilateral de no participar en el presupuesto de la Unión Europea, lo que equivale a una salida, lo que es imposible en términos constitucionales. Ha insistido en que su intención no es aplicar el segundo plan, pero que una amenaza creíble es necesaria para influir sobre las posturas de los países europeos, en particular Alemania.
[16]La participación en esta segunda vuelta fue de 75%. Si bien se mantiene relativamente alta, es en torno a 5 puntos más baja que las segundas vueltas presidenciales. A esto se agrega que 11,5% de los sufragios fueron nulos o blancos, lo que supera en alrededor de 6 puntos el promedio histórico. Si bien falta una investigación más profunda para confirmarlo, todo indica que se trata de votantes de Mélenchon y Fillon no seducidos por ninguno de los dos finalistas.
[17]En este sentido, la actitud agresiva de Marine Le Pen durante el debate televisivo de segunda vuelta parece más bien un error puntual, que probablemente le costó algunos puntos en el resultado final, que una tendencia gruesa.
[18] Lo que contradice el argumento, ya clásico desde 2002, del voto obrero en favor de Le Pen o del autoritarismo obrero.
[19]Por ejemplo, con el apoyo de actores como “La Manif pour tous” o Nicolas Dupont-Aignan.
[20] En las elecciones legislativas, califican a segunda vuelta los candidatos que ocupan los dos primeros lugares, pero también cada candidato que obtenga los sufragios del 12.5% del total los inscritos. Aun con menor participación, esto lleva regularmente a elecciones “triangulares”, o hasta a veces “cuadriangulares”. En un escenario de polarización fragmentada, se podría multiplicar este tipo de configuraciones.
[21] Hasta se podría emitir la hipótesis que, frente a las dificultades encontradas por Fillon, ciertos candidatos de derecha hayan aprovechado de la campaña presidencial para hacer su propio trabajo electoral de terreno, en vista de la diputación.