Chile Ltda.
17.04.2014
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17.04.2014
Digo que vivimos en Chile Ltda. y no en Chile S.A., porque si fuese una sociedad anónima conoceríamos efectivamente quién es dueño de qué y de cuánto. Además, como accionistas (minoritarios o no) tendríamos acceso a esa información y a controlar –más o menos– el curso de la administración de la sociedad. Pero no. Éste es un país privatizado: están privatizados los derechos a la salud, a la educación, a la vivienda. Hasta la solidaridad está privatizada.
¿Por qué muchos chilenos y chilenas, al ser testigos de algún desastre, atinamos inmediatamente, nos contactamos con familiares, amigos, colegas, conocidos, ex vecinos o antiguos compañeros de colegio para saber a quién ayudar, quién necesita una mano y cómo, concretamente? Porque sabemos, por experiencia, que ésa es la única forma de apoyo y la única vía de canalizarlo: Privadamente.
Los chilenos y chilenas dirigen, además, su ayuda a través de organizaciones como el Hogar de Cristo y una serie de entidades ligadas o dependientes de la Iglesia Católica; a través de Un Techo para Chile; de grupos de guías y scouts… Todos, organismos privados. Como los bomberos. Como la mayoría de los brigadistas que combaten los incendios forestales. Por suerte estas instituciones funcionan y tienen en su ADN la capacidad de reacción y la dispersión territorial para acopiar y distribuir la ayuda allí donde se necesita. Pero es caridad. Caridad 2.0. Caridad del siglo XXI. Pero caridad, al fin y al cabo. Tal como la de las señoras bien del siglo XIX o principios del siglo XX.
El optimista diría que es nuestra capacidad de emprendimiento y autogestión. Yo diría, más bien, que estamos inmersos en la cultura del sálvese quien pueda. Y cómo pueda. ¿Qué han dicho varios damnificados del incendio en Valparaíso? “Hay que volver a empezar, no más”. “Tenemos que empezar otra vez de nuevo, no más”. “Habrá que tirar p’arriba”.
Ya basta. ¿Es tan difícil de ver?
Miles de chilenos y chilenas deben resolver –privadamente– cómo cuidar a sus familiares cuya salud está deteriorada y ya se encuentran en la recta final de sus vidas. Estas ciudadanas y ciudadanos no tienen acceso a los medicamentos necesarios para tratar sus dolencias, la mayoría de éstas crónicas… no hay stock suficiente en los consultorios. No tienen acceso a los exámenes mínimos de laboratorio e imagenología. El sistema público debe pagárselos a recintos privados… con aranceles privados, obviamente. Estos ciudadanos y ciudadanas deben esperar semanas, meses, a veces años para una cirugía más o menos sencilla, ambulatoria, en el hospital que le corresponde a su domicilio. No hay especialistas. No hay anestesistas suficientes. Porque éstos se han privatizado.
Miles de chilenos y chilenas deben resolver –privadamente– el cuidado y la educación de sus familiares con necesidades especiales (físicas o intelectuales), a altísimos costos personales y económicos. Muchas madres de niños y adolescentes con estas características escuchan muchas veces la “sugerencia” de que retiren a sus niños del colegio, que lo eduquen en sus casas. En privado. Que no sea vean. Que no interrumpan las aulas con 40 estudiantes. Ni que perjudiquen los resultados del Simce.
Miles de chilenos y chilenas deben resolver –privadamente– cómo y con quién cuidar a sus hijos pequeños, frente a una red insuficiente de educación preescolar pública y una privada de costos elevadísimos.
Todos los chilenos y chilenas debemos resolver –privadamente– nuestra vejez. “Ahorre”. “Contrate un APV”. “Tenemos el mejor seguro”. “Prepárese para sus años dorados”.
Ya basta. No hay salud. No hay educación. No hay techo. No hay transporte ni previsión dignos.
¿Es tan difícil de ver?
Y, claro, es difícil de ver, también, porque nuestra plaza pública, los medios de comunicación masiva, no han ayudado a ver estos hoyos en nuestro país con pretensiones de OCDE. En los últimos días se han multiplicado distintas críticas, en diversos tonos, al rol de los periodistas, a los “rostros” y el afán de protagonismo de algunos, a los medios en general, y en particular a la televisión, en la cobertura a la emergencia. No abundaré en ellas. Porque eso daría para otra columna.
Parafraseando a mi colega Marcela Ramos, la solidaridad –yo diría, la caridad– le ha hecho pésimo a las políticas públicas. Debe haber mínimos sociales garantizados para todos y todas. Que de algo haya servido la revolución francesa y las revoluciones liberales del siglo XVIII. Que los trabajadores y trabajadoras del salitre de principios del siglo XX no hayan sido asesinados en vano en la Escuela Santa María de Iquique. Que la llamada cuestión social que transformó el rol del Estado chileno en la primera mitad del siglo XX no haya sido, tampoco, en vano. ¿Es tan difícil de ver? ¿Es mucho pedir?