Premio Nobel de Economía: Teatro, puro teatro
21.10.2013
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21.10.2013
La semana pasada se les otorgó el Premio Nobel a tres economistas estadounidenses que trabajan sobre mercados financieros: Eugene Fama, Lars Peter Hansen y Robert Shiller. Si bien esta noticia tuvo impacto en la profesión y círculos políticos, pasó casi inadvertida para el resto de la población. Qué diferencia -se acordarán los mayores de 50 años- con cómo se tiró la casa por la ventana durante la dictadura para celebrar el Nobel de Milton Friedman en 1976. Esto, a pesar de que esta vez uno de los galardonados, Eugene Fama, padre de la desregulación financiera global, es mellizo ideológico de Friedman e inspiración fundamental de los neo-liberales de todo tipo.
Este premio, junto con exponer muchos de los aspectos más negativos de mi profesión, trae a la mente varias interrogantes. ¿Tiene sentido dar premios de este tipo en una disciplina donde las ideas tienen un claro origen ideológico y donde las metodologías y los datos son particularmente frágiles? ¿Tiene sentido honrar justo en la mitad de la peor crisis financiera en casi un siglo a alguien que se pasó medio siglo diciendo que jamás podría haber una crisis financiera de este tipo? ¿Y qué es de los millones que están sufriendo las consecuencias de esta crisis, producto en gran parte de la aplicación de las políticas de desregulación financiera propuestas por Fama? Es necesario preguntarse también cuál es el status “científico” de las propuestas de políticas que hacemos los economistas. Por ejemplo, cuando la mayoría en mi profesión se opone a que la educación universitaria sea gratuita, ¿están expresando sólo una opinión?
1.- ¿Existe realmente un “Premio Nobel de Economía”? La sorprendente respuesta es que no existe ni nunca ha existido. Este Nobel es sólo una ficción inventada por una profesión en busca de credibilidad. A Alfred Nobel nunca se le pasó por la mente crearlo; por el contrario, como muchos científicos de esa época, él tenía una opinión muy baja de esta disciplina. Jamás se le hubiese ocurrido colocar a la Economía a la par de ciencias como la Física, la Química o la Medicina, para las cuales sí creó un premio. Sin embargo, un grupo influyente de economistas, sin importarles para nada la opinión ni deseos de Nobel ni los de su familia, idearon un truco de relaciones públicas para dar la impresión de que la Economía, como ciencia, estaba a la par con aquellas. Después de todo, una cosa que le sobra a mi profesión es poder y recursos para lograr lo que se le de la gana. Y así inventaron este premio, o, para ser más preciso, así compraron un acceso lateral a estos premios.
Una cosa que le sobra a mi profesión es poder y recursos para lograr lo que se le de la gana. Y así inventaron el Nobel de Economía o, para ser más precisos, compraron un acceso lateral a estos premios
En 1969, casi 75 años después de que Alfred Nobel creara el galardón original, este grupo de economistas decidió inventar el Premio Sveriges Riksbank en Ciencias Económicas “en memoria de Alfred Nobel”, usando los enormes recursos del Banco Central de Suecia. La ironía de llamarlo así es que era “en memoria” de alguien que explícitamente no creía para nada que la Economía fuese ciencia. Cada vez que se entrega el premio, el pobre Nobel se debe estar revolcando en su tumba. Es como si el Instituto Libertad y Desarrollo creara un premio para honrar a quienes contribuyeron a la implementación de las reformas económicas neo-liberales, y lo llamara “en memoria de Pablo Neruda”. En fin, cualquier institución del mundo puede crear un premio en memoria de quien quiera, por absurdo que sea, pues nombres no son marca registrada en ese sentido.
Pero eso no era suficiente para una profesión con complejo de inferioridad respecto de las ciencias duras: al premio había que darle credibilidad científica. Un Banco Central dando un premio a uno de los suyos iba a pasar bastante ignorado, salvo en la cuenta corriente del premiado. Para ello usó inteligentemente una oportunidad fortuita: las celebraciones de los 300 años del Banco Central sueco, el banco central más antiguo del mundo. Así, mis colegas usaron ese evento para convencer a la institución a cargo de los premios Nobel -que como cualquiera otra siempre está ansiosa de nuevos aportes financieros- de permitir la entrega de este premio en la misma ceremonia de los Nobel de verdad. Eso fue todo lo que consiguió. Sólo un asunto de ceremonias. Pero de ahí en adelante poco importó que el origen del premio fuese tan distinto, que el nombre del premio fuese tan diferente, que hasta las medallas que se entregaban fuesen tan disímiles, y para que decir los orígenes de las platas: los de verdad, los fondos que dejó Alfred Nobel versus los del impostor, las bóvedas del Banco Central. Lo único relevante eran las apariencias.
Finalmente, el grupo de economistas a cargo de la operación, ya envueltos en una larga pelea por una mayor independencia del banco -esto es, para que sus acciones estuviesen cada día más al margen del proceso democrático-, tenían que asegurarse de que el premio fuese otorgado a gente que los apoyara en sus peleas ideológicas contra los keynesianos social-demócratas que habían inventado el “modelo sueco”, transformado a ese país, entre otras cosas, en uno de los de mejor distribución del ingreso en el mundo. ¡Tanta igualdad sólo puede ser fruto de distorsiones del mercado! (Para un mapa de la distribución del ingreso en el mundo, donde se les olvidó colocar a Suecia; ver también).
Casi 75 años después de que Alfred Nobel creara el galardón original, un grupo de economistas decidió inventar el Premio Sveriges Riksbank en Ciencias Económicas ‘en memoria de Alfred Nobel’. La ironía de llamarlo así es que era ‘en memoria’ de alguien quien explícitamente no creía para nada que la economía fuese ciencia
Por tanto, el Banco Central sueco impuso a Assar Lindbeck, un economista neo-liberal con fuertes conexiones con la Universidad de Chicago para estar a cargo del premio: alguien sin ningún brillo académico pero con un compás ideológico muy claro. Y no sólo forzó su nombramiento, sino que lo mantuvo en el cargo por tres décadas, durante las cuales pasó a ser el economista más halagado y agasajado del mundo: el más wined and dined, como se dice en las tierras donde vivo.
¡Qué golpe maestro! Cómo revela el poder de mi profesión y sus aspectos más negativos. Hasta al Banco de la Reserva Federal de Miniápolis le dio suficiente vergüenza como para llamarlo un brillante truco de mercado (“marketing ploy”; ver).
Para Peter Nobel, sobrino de Alfred, esto era más serio: «El Premio de Economía no es mas que un paracaidista que pretende ser un Premio Nobel. Es un golpe de relaciones públicas de los economistas para mejorar su reputación. … [Este premio] es otorgado a menudo a meros especuladores financieros.” (ver).
La historia de Myron Scholes y Robert Merton, quienes recibieron el Premio Nobel por diseñar un método para determinar el valor de las derivativas, la cual aplicaban en un hedge fund (el LTCM, un fondo de inversión), viene a la memoria. Según sus autores, la ecuación Black–Scholes, una forma de valuar opciones, como los calls y puts, supuestamente solucionaba el eterno problema del manejo del riesgo. La caída estrepitosa del LTCM al año siguiente reveló lo absurdo de sus ideas -y la del Nobel-. ¡Ambos eran cuentos de economista! Cuando el LTCM se vino abajo estrepitosamente tenia un capital propio de menos de US$ 5 mil millones, un portafolio de US$ 200 mil millones y derivadas con un valor hipotético de US$1.3 millones de millones: ¡eso es lo que llama leverage! Como dijo Warren Buffett: “si uno combina ignorancia con leverage, el resultado puede ser muy interesante”. Thomas Jefferson fue uno de los primeros en dar en el clavo: “los mercados financieros son más peligrosos para nuestras libertades individuales que los ejércitos armados”. ¡Para qué decir los desregulados!
Con todo esto, no es de extrañar la furia de Peter Nobel al ver cómo el notorio premio en Economía devaluaba el nombre de su tío, el de los premios de verdad, y el de toda su familia.
La forma poco transparente e increíblemente generosa en la que el Banco de la Reserva de Nueva York llegó al rescate, a pesar de que el LTCM no estaba bajo su supervisión -otro ejemplo de crony-capitalism-, tampoco contribuyó al buen nombre del Nobel. Solo mostró que a los economistas nos gusta actuar como un gremio medieval, cuya única función es ayudarnos mutuamente en momentos de apremio. ¡Socialismo para nosotros, capitalismo para los demás!
Peter Nobel no es el único miembro de la familia que cree que el galardón a los economistas es un impostor. En 2001, con ocasión del 100 aniversario del Premio Nobel, cuatro miembros de esa familia publicaron una carta argumentando que el premio de Economía degradaba y deshonraba a los Nobel de verdad. La comunidad científica sueca dijo en 2004 lo mismo: tres miembros del comité que otorga el premio publicaron una carta calificando de “fraudulentas” las credenciales científicas del galardón del Banco Central: «El premio de Economía merma el valor de los Nobel. Si estos últimos quieren continuar con su reputación, deben disociarse del de Economía», decía dicha carta.
Esto no significa, por supuesto, que muchos de aquellos que han ganado el premio de Economía no estén entre lo mas erudito de mi profesión. Lo que significa es que, en lugar de conformarse con crear un premio de verdad, la oligarquía de la profesión prefirió uno que fuese un impostor, y uno que además asegurase que los disidentes quedasen al margen. Tampoco es de extrañar que ninguna economista mujer haya ganado el Nobel (sólo una politóloga, mujeres en Ciencias Sociales, como en literatura, está bien, ¿pero en Economía?). Por ejemplo, ¿cómo es posible que mis dos colegas en Cambridge, Joan Robinson -la economista mujer más grande de la historia- y Nicholas Kaldor, nunca lo recibieran? Eso es algo absolutamente aberrante. Y para que decir Michał Kalecki, el economista polaco que adelantó las ideas fundamentales de Keynes.
Pero, después de todo, somos economistas; si se quiere tener un Nobel, por qué no hacemos lo de siempre: supongamos que existe uno. Y después discriminamos (en ideología, género, etc.), e ignoremos totalmente (con cualquier excusa absurda) a aquellos que hacen economía en forma exitosa, como en Asia.
2.- El segundo fenómeno que revela el último Nobel, es que la Economía debe ser la única disciplina que se cree ciencia, y que al mismo tiempo puede dar un premio a dos personas que dicen exactamente lo opuesto: Eugene Fama y Robert Shiller. Para el primero, los mercados financieros son tan increíblemente eficientes que los precios de los activos financieros siempre reflejan los fundamentos y, por tanto, nadie puede ganar más plata que el resto especulando con ellos en forma sistemática. Esto significa que estrategias de especulación activas no deberían dar mayores retornos que un simple index-tracking. En su versión más extrema, que aún informa de la poca regulación financiera que hay en Chile, esta teoría dice que los precios de los activos financieros absorben toda la información en forma tan instantánea y eficaz, que ni siquiera los que tienen acceso a información privilegiada deberían lograr ventajas respecto del resto.
Para Shiller, en cambio, la dinámica de los mercados financieros está inevitablemente manejada por la psicología humana, la cual puede crear fácilmente, y en forma sostenida, precios errados (mis-pricing), como en el caso de las burbujas financieras recientes. Y lo puede hacer por periodos muy largos.
Es como haberles dado un premio de Astronomía a Claudio Ptolomeo y Nicolás Copérnico simultáneamente. Al primero, por demostrar que la Tierra es un planeta inmóvil en centro del universo, con el Sol y la Luna girando a su alrededor. Al otro, por demostrar lo contrario: que no existe un cosmos cerrado y jerarquizado, producto de la imaginación de un hombre con un terrible complejo de ombligo, sino un universo homogéneo e indeterminado y, a la postre, infinito.
Lo realmente crucial de entender, es que de haber un premio de verdad para la Economía, por la naturaleza de nuestra disciplina, la contradicción de otorgárselo a dos personas con ideas tan opuestas, debería ser la norma, no la excepción. La naturaleza de nuestra disciplina, sus métodos y evidencia empírica son tales y el rol fundamental de la ideología es tal, que estos premios deberían darse no tanto por lo que se dice, sino por la rigurosidad con la que se dice lo que se dice; esto es, otorgarlos por la pureza de la lógica, la potencia de los datos y, cuando es necesario, por la seriedad del algebra.
Eso es todo lo que le podemos pedir a nuestra ciencia económica. Nuestros Ptolomeos y Copérnicos actuales (guardando las distancias en cuanto a genialidad) están en realidad igual de distantes unos de los otros como lo estaban aquellos cuando argumentan, por ejemplo, sobre las posibles bondades de una “independencia” del Banco Central, de los orígenes de la inflación, de las fuentes del crecimiento, de la “flexibilización” deseada en el mercado laboral, del financiamiento de la educación, o de los orígenes de nuestra picante desigualdad -y de los mecanismos más eficaces para mejorarla-. Pretender lo contrario, acallando a la disidencia, es puro cuento. O como nos dice aquella gran canción: “Teatro. Lo tuyo es puro teatro. Falsedad bien ensayada. Estudiado simulacro”.
Pero una disciplina que tiene la ilusión de ser “ciencia dura” -e incapaz de aceptar el desconsuelo de ser Ciencia Social- no puede reconocer eso. Al igual que un nuevo rico que pretende ser plata antigua, tiene que hacer teatro, puro teatro. Parte fundamental de esa farsa es reprimir la controversia y disfrazar la ideología como “conocimiento”. Esto es, disfrazar la “verdad revelada” como verdad adquirida a través de un riguroso examen de la realidad.
Darle hoy el premio a Eugene Fama es una aberración y un insulto a los millones que están sufriendo las consecuencia de sus ideas
Para aquellos que opinan diferente sólo cabe hacer lo que hizo el Vaticano con Copérnico: ¡condenarlo por hereje! Por lo menos ni a él, ni después a Galileo, le pasó lo que le ocurrió al astrónomo Giordano Bruno, quien aprovechó las tesis heliocéntricas para expresar su idea de que el Universo era infinito, y de que en él podían existir infinidad de mundos similares a la Tierra. Bruno fue condenado a la hoguera por la Inquisición en el año 1600. Galileo, quien con su telescopio e increíble genialidad llevó al abandono definitivo del sistema ptolemaico, sólo fue advertido por la Inquisición en 1616, y en 1633 se le prohibió divulgar sus ideas, las que fueron consideradas heréticas. También se le prohibió enseñar y se le recluyó en arresto domiciliario. ¿Suena conocido?
Lo más importante, y lo cual no hay nunca que olvidar, es que el modelo ptolemaico no sólo se ajustaba a la perfección a la ideología y las religiones de la época, sino también a la validez de los datos que existían en su época, y al contexto científico de casi dos milenios. Entender eso, sin duda, nos puede ayudar a desmitificar las ciencias, para que decir las Ciencias Sociales, en especial, las que tienen vergüenza de serlo.
3.- El tercer fenómeno, sub-producto de lo anterior, es la interrogante: ¿cómo alguien como Eugene Fama puede llevarse este premio, por muy virtual y sesgado que sea? Ya decíamos, de existir alguna vez un premio de Economía que sea en serio, no debería extrañar que sea otorgado simultáneamente a los nuevos Ptolomeos y Copérnicos de la profesión. Sin embargo, como muchos periodistas han informado, lo que sucedió esta semana no fue un reconocimiento a esta realidad, tan obvia, sino fue sólo un subterfugio para darle el premio a Eugene Fama, padre de la desregulación de los mercados financieros internacionales, ¡y de tantas fortunas hechas con ellos! Desregulación que, más que ningún otro factor, nos llevó al desastre de la actual crisis financiera global (ver), donde al menos otras 200 millones de personas cayeron bajo en nivel de pobreza, 50 millones perdieron su trabajo y donde los países de la periferia europea se cayeron a pedazos (en especial, porque sus oligarquías, gracias a la desregulación financiera avocada por Fama, pudieron sacar toda su plata hacia Alemania).
Como les gusta a los economistas neo-liberales, mientras suena la música, unos son los que bailan; cuando se acaba, otros son los que tiene que limpiar la mugre. ¿Se acuerdan el ’82, cuando el rescate del sistema bancario le costó a todos los chilenos un monto equivalente a más de la mitad del PIB? Hasta hoy día seguimos pagando impuestos para financiar eso. Pero según Eugene Fama, a la lista de las victimas de esta crisis hay que agregar los infortunados mercados financieros (ver). ¿Cómo es que a nadie se le ha ocurrido organizar una Teletón para ayudarlos?
Este subterfugio de juntar a Fama con Shiller, y agregar un gran econometrista que no crea polémica, permitió darle el premio a Fama y evitar que se creara una controversia tal, que pusiera aún más en discusión el futuro del premio.
Pero dejando de lado este subterfugio, ¿se merecería Fama el premio en un escenario donde se reconoce la diversidad de pensamientos en Economía? Difícil pregunta. Yo lo dudo. Ya decíamos, de acuerdo a su teoría, los precios de los activos financieros en todo momento reflejan a la perfección “toda la información disponible”. Esto es, jamás podría haber una brecha endógena en estos precios y fundamentos, para que decir una burbuja financiera. Es decir, los precios de los activos financieros se merecen un pedestal, y las “opciones” sobre acciones para sus ejecutivos son la recompensa más racional para el buen rendimiento de una empresa.
El punto clave aquí es que si por cualquier razón los mercados financieros se desalinean, siempre se van a “auto-corregir” y de forma casi instantánea. En el casino financiero, los jugadores inteligentes simplemente van a forzar a los precios de los activos financieros a ser “racionales”, haciendo exactamente lo contrario de lo que hacen en la vida real: tomar el otro lado de la acción cuando los precios empiezan a desarrollar alguna tendencia -pues, por definición, según Fama, ésta no puede tener sustancia-. En otras palabras, para la teología de los mercados financieros eficientes, un “surfista racional” no es el que se divierte cabalgando sobre las olas, sino el que se ahoga tratando de crear resacas. Hasta las ideas ptolomeicas hacen sentido al lado de eso…
Y, como decíamos, cuando le preguntaron a Fama en la citada entrevista sobre la actual crisis financiera global y el rol de las desregulación financiera, para él los 10 millones de millones de dólares en créditos hipotecarios que se otorgaron en Estados Unidos desde la desregulación financiera hasta la crisis, fueron perfectamente racionales. Lo que sucedió, según él, fue que la recesión económica complicó su servicio. Cuando el periodista le recuerda que la crisis hipotecaria vino primero y la recesión después, su respuesta fue: “No lo creo. No pudo haber sido así” (I don’t think so. How could it). ¡Para el mármol! Sí Eugene, ¡así fue! Dando vueltas el dicho, parece que si Fama no quiere ir a la montaña, la hace venir hacia él…
En cuanto al resto del mercado financiero, si Goldman Sachs creaba productos financieros diseñados a propósito para fracasar, para luego vendérselos a sus clientes como si fuesen una mina de oro, y después hacer una apuesta (un credit default swap) de que esos mismos productos iban a fallar, eso era totalmente racional y eficiente (y ético). Lo que ellos hacían era como si yo vendiese un auto a sabiendas de que los frenos están malos, sin decirle nada al comprador, y luego hiciera una apuesta (un swap) a que el nuevo dueño va a tener un accidente en los próximos seis meses. Y si se descubre el fraude, me desligo del problema disculpándome de que fui la victima y no su causante.
Por supuesto, ningún ejecutivo del Goldman Sachs terminó en la cárcel por este obsceno fraude, ni tuvo que devolver los enormes “bonos” recibidos por todo lo que ganaron con tal brillante idea. Como dijo una famosa especuladora, eso sólo le pasa a la “little people”. Igual de racional y eficiente es el hecho de que se hayan ofrecido en Estados Unidos –y sólo en 2006- un millón y medio de tarjetas de crédito a personas clasificadas como “sub-prime” (personas con malos antecedentes financieros); o que se haya vendido casi medio billón de dólares (US$500 mil millones) de hipotecas basura -muchas de las cuales se vendían a personas sin ingreso, sin trabajo y sin activos (las famosas hipotecas ‘NINJA’ dadas a personas con no income, job, or assets)-.
Según Fama, jugando un rol que hace recordar al de un mandarín de la corte financiera, todo eso es de lo más racional del mundo: lógico y eficiente. (Para la estrecha relación entre mis colegas «des-reguladores» y los mercados financieros, ver la película Inside Job). Según otros, esto es el resultado inevitable de la desregulación financiera en mercados con exceso de liquidez.
Creo que un premio de verdad debería poner al menos algún límite al fundamentalismo de mercado y todas las visiones que son pura ideología. Ahora, si lo que se quiere premiar es la «teología matemática», bueno, eso es otra cosa.
4.- Finalmente, todo esto transparenta mejor que nada lo que realmente es la Economía como disciplina, y algunos de mis colegas como voceros de grupos de interés. Siempre deberíamos tomar con mucha cautela lo que nos predican los economistas, al igual que tener mucha aprehensión a las tendencias imperialistas de la profesión en otras áreas de la vida social (en el primer gabinete de Patricio Aylwin había siete economistas, cinco de los cuales con doctorados en el extranjero). Si había problemas complejos en Salud, Educación, Obras Públicas, Energía, Transporte, o lo que sea, ¡traigan a un economista! Ojala con un doctorado en el extranjero, y si es posible, en un país anglo-sajón. No sabrán la diferencia entre una aspirina y un paracetamol, pero sin duda sabrán cómo solucionar el problema de la Salud en Chile.
Imagínense lo que debe haber sentido Peter Higgs al compartir plataforma con Eugene Fama. Alguien insolente podría decir la exageración: “Einstein junto a Mickey Mouse”. Alguien más sensato diría: “un gran científico teórico junto a un ideólogo influyente, serio, sistemático y trabajador».
Si yo me creyese este cuento -y la tentación existe- seria tan fácil autoconvencerme de que tengo la respuesta científicamente cierta a un sinnúmero de problemas. No es que no tenga opiniones bien informadas sobre muchos de ellos, opiniones bien pensadas y definidas en innumerables horas quemándome las pestañas. El cuento es creer que esas opiniones informadas tiene el mismo status científico que el descubrimiento reciente de por qué la partícula Higgs (o Higgs boson) es capaz de explicar la razón de que algunas partículas fundamentales tengan masa, cuando las simetrías que controlan sus interacciones requieren que ellas no las tengan, lo que llevó a dos físicos a ganarse un Premio Nobel este año (uno de esos de verdad). Imagínense lo que debe haber sentido Higgs al compartir plataforma con Fama. Alguien insolente podría decir la exageración: «Einstein junto a Mickey Mouse». Alguien más sensato podría pensar: “un gran científico teórico junto a un ideólogo influyente, serio, sistemático y trabajador”.
Lo más importante de todo es entender que cuando los economistas proponemos «soluciones», salvo cuando es hacer lo mismo, pero mejor (por ejemplo, las convincentes propuestas de Eduardo Engel sobre como mejorar la asignación de recursos en Obras Públicas dentro del actual sistema de concesiones), lo hacemos parados en un tejado de vidrio llamado ideología. Por eso, para entender las enormes ineficiencias y sesgos del modelo en Chile, estudiar a Gramsci es tan importante como a Keynes -y quizás también a algún dramaturgo importante para poder entender la complejidad del componente circo en la ecuación “deuda, pan y circo”-.
Un amigo aquí en la universidad, gran físico teórico, con quien nos hicimos amigos por razones accidentales, se pasó su vida (desde su tesis de doctorado) desarrollando una teoría del espacio. Bastó que la NASA mandara un nuevo telescopio al espacio, para que en sus primeras mediciones mostrara que su teoría no funcionaba. En Economía somos diferentes: si la monumental crisis financiera global actual muestra que las hipótesis de Eugene Fama están totalmente erradas, no importa: el mundo es el que está equivocado, no es la hipótesis.
Fama estudio en los ’60 y ’70 el comportamiento de los mercados financieros y concluyó que eran perfectamente eficientes (ya una exageración), sin tomar en cuenta el rol en ello de la inteligente regulación financiera de la época (diseñada por Franklin Delano Roosevelt y John Maynard Keynes, la cual permitió por primera vez pasar medio siglo sin crisis financiera). Si funcionaban en forma eficiente, ¿para qué necesitamos regulación?, se preguntaba el economista de Chicago. Bueno, ¡ahora lo sabemos! Por eso, darle el premio a principios de los ’80, dada la naturaleza del premio y de mi profesión, hasta se podría entender (a regañadientes). Dárselo ahora, es una aberración y un insulto a los millones que están sufriendo las consecuencia de sus ideas.
Aquí está el problema de fondo con mi profesión. Y, para variar, hay que recurrir al psicoanálisis para entenderlo. El punto central es la proposición que hacen algunos analistas de una relación inversa entra “las expectativas de entender el mundo real” y “la intolerancia con el disentimiento”. Como nos decía el presidente del Banco Central de Brasil, doctor en Harvard y socialista-renovado, la alternativa hoy en día es ser neo-liberal o neo-idiota (neo-burro). Tan simple como eso. No hay espacio para visiones alternativas. Ciencias con tejado de vidrio no pueden ser tolerantes a la diversidad de opiniones. Es tan simple como eso.
Lo fundamental es el absolutismo prevalente en mi profesión. Lo primordial no es lo que se lee, es la forma en la que se lee. No es lo que se piensa, es la forma de pensar. No es lo que se cree, es cómo se cree. El absolutismo es la diferencia entre “yo creo que esto es así”, a “esto es así”. Es la diferencia entre la búsqueda de la verdad y «La Verdad». Lo que se cree se convierte en realidad, y lo que se cree saber se convierte en “un hecho”. La cuestión crucial aquí es que la pureza de la fe entra en conflicto con la formidable complejidad del mundo real. El miedo está en el permitir nuevas ideas o formas en el sistema de creencias tradicional: esto puede destruir la creencia misma. Este temor lleva a lo que Freud llamó el instinto de destrucción. No hay tal cosa como el derecho de las minorías o a la disidencia. La adoración de una idea -por ejemplo, como nos dice Fama su absoluta desconfianza por todo lo publico (ver la entrevista citada)- se torna tan poderosa, sagrada e inviolable, que se llega a considerar como si tuviese poderes sobrenaturales. Y los defensores de esa idea pueden actuar -a lo Robespierre- tan agresivamente como quieran. El uso sacramental de la matemática en la Economía tiene que ver con eso: una rígida devoción a una nueva liturgia.
Desde este punto de vista, el quehacer cotidiano de la Economía dominante hoy en día recuerda los debates escolásticos en teología en la Edad Media. No sólo los temas en los cuales se entretiene se asemejan a los debates surrealistas medievales de cuántos ángeles caben en la cabeza de un alfiler, sino también se asemejan en términos del uso del latín como única lengua en la que se podía discutir de teología en los debates de la época. De hecho, la Inquisición no sólo prohibió libros heréticos, sino que también prohibió traducciones de la Biblia del latín a las lenguas de la gente común. Así, el tratamiento de una cosa concreta -el latín, en un caso, las matemáticas en el otro-, no es más que una forma de “fetichismo ontológico”: como si el mero hecho de hablar en esas lenguas dé a las ideas más significado de por si. La misma idea, expresada en distintos lenguajes, parecería tener diferentes significados.
A estas alturas debería estar claro a donde voy con esta larga columna: cuando en el próximo gobierno, más que seguro el de Michelle Bachelet, sus economistas, todos con excelentes credenciales, les digan, por ejemplo, qué es lo que se puede hacer, y qué es lo que no, en términos del financiamiento de la Educación, el royalty minero o el mejoramiento de la desigualdad, recuerden que eso no es más que una opinión. Una opinión muchas veces muy bien informada, muchas veces pensada con la mayor honestidad y siempre planteada con mucha convicción, pero al fin de cuentas sólo una opinión.
Estar bien informado(a), ser honesto(a) y tener convicción (y conocer el lenguaje de la matemática) ayuda, pero de ninguna manera resuelve los problemas inherentes a ser Ciencia Social, dada la infinita complejidad de lo real-social y de la fragilidad inexorable de nuestros métodos de análisis y evidencia empírica. Cuando les digan lo contrario, acuérdense de que es sólo porque en Chile, desgraciadamente, todavía está de moda esta nueva forma de populismo: el populismo economicista. Teatro, puro teatro, falsedad bien ensayada, estudiado simulacro.