José Andrés Murillo:
“Karadima conoce las claves para tener impunidad en la sociedad chilena”
09.01.2012
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José Andrés Murillo:
09.01.2012
La conversación con José Andrés Murillo está incluida en el libro “Los Secretos del Imperio de Karadima”, texto que es fruto de la alianza de Fundación CIPER con la Escuela de Periodismo de la Universidad Diego Portales y Editorial Catalonia.
¿A qué edad llegaste a la Parroquia El Bosque?
A los 18 años. Venía de la Parroquia Los Castaños. La verdad es que era católico, pero no fanático ni ideológico, pero yo quería ser misionero. Lo decidí como a los 15 años, cuando fui a una charla de un misionero comboniano (Congregación de Misioneros Combonianos del Sagrado Corazón). Con un grupo de amigos fuimos a escuchar a este sacerdote que venía de África, con toda una historia de aventuras, trabajo con niños y de misionar en África. En mi colegio, el Verbo Divino, no había muchos curas tampoco, entonces me fasciné con el relato de este cura y fui a la parroquia Los Castaños, que no era de mi barrio, pero no me quedaba lejos.
¿Por qué escogiste esa parroquia?
Porque iban muchos más jóvenes y también chiquillas…
Allí en Los Castaños en ese momento el párroco era el sacerdote Cristóbal Lira, del grupo de Karadima.
Sí, pero totalmente opacado y controlado por Karadima.
Hasta que surgió una disputa entre ellos.
Sí. Después Karadima lo odiaba. Competían por las vocaciones que se adjudicaba cada uno. Competían por esos niños y jóvenes… De ello me vine a dar cuenta ahora último, porque en ese momento para mí era inconcebible que dos hombres de Dios tuvieran esas disputas tan terrenales. Ahora me doy cuenta que no, después de estudiar todo lo que pasó en El Bosque y en otros lugares.
Y así fue cómo llegaste con un grupo del Verbo Divino a la Parroquia Los Castaños donde el líder sin contrapeso era Cristóbal Lira.
Sí, pero yo siempre mantuve una cierta distancia, porque tenía mi vida afuera también, mis amigos y otras actividades. Yo era más inquieto hacia otros mundos. Trabajé mucho tiempo en el Hogar de Cristo, entonces tenía amigos desde el metro Estación Central, hasta en el polo, un deporte que practicaba. Tenía sobretodo amigos en el Hogar de Cristo, a los que seguí viendo hasta no hace mucho. Lo que a mi me fascinó fue la figura del padre Alberto Hurtado. Empecé a leer todo sobre él, no sólo sobre su vida, sino sus escritos. Me leí todo lo que había sobre sus escritos. Pero además, yo estaba en el colegio Verbo Divino, entonces, ir a ver a los jesuitas era un poco contradictorio, ¿no? Porque el Verbo Divino y el San Ignacio eran dos polos.
¿Eras un joven rebelde?
Sí, absolutamente. Tenía mi rebeldía con la casa, con el colegio, con todo.
“Karadima está metido en las entrañas de la historia de Chile y todavía no ha salido y no puede salir hasta que todo lo que ocurrió, todo, se clarifique bien. Porque lo que nosotros sabemos ahora es una pequeña porción, mínima, y no tenemos idea qué puede haber más abajo”.
Cuando Cristóbal Lira abandona Los Castaños, formas parte del grupo que se va a la Parroquia El Bosque, ¿cómo fue ese cambio?
Cristóbal Lira se fue a una parroquia de Maipú y en Los Castaños lo reemplazó el sacerdote Andrés Moro, quien fue un gran tipo conmigo. Me acuerdo que me prestó un computador, porque yo estaba obsesionado con ser escritor también. Escribí una novela horrible que la boté, pero a los 14 años yo escribía. Andrés Moro era una muy buena persona, pero yo era demasiado colgado y seguí al rebaño que se fue a El Bosque. No me cuestionaba, era muy ingenuo. En ese grupo estaban Álvaro Larraín, Juan Ignacio Ovalle (El Ticio), el Chino Díaz; Lewin, que fue cura y se salió después; Osvaldo de Castro, el Camión Francisco Costabal, gran amigo. Le tengo un gran cariño y me rompe el corazón que siga al lado de ese parásito espiritual de Karadima. Un encantador de serpientes. Y el Flaco Jorge Merino, un buen tipo, gran amigo y ahora uno de los grandes defensores de Karadima. Cuando estábamos en el colegio con Merino, como que ambos circulábamos más o menos en los mismos grupos y hasta creo que alguna vez compartimos incluso una polola, éramos de la misma edad. Allá en El Bosque estaba Gonzalo Guzmán Karadima, un personaje que era de mi colegio y más o menos mi amigo. Aún no quería ser sacerdote, pero ya era una especie de Karadima chico.
Gonzalo es sobrino de Karadima y sacerdote. ¿Por qué dices que ya era una especie de Karadima chico?
Se parece un poco en el discurso, en la labia, pero ya todos están anulados por Karadima. Gonzalo es totalmente ideológico. Me acuerdo que en una oportunidad, fuimos a un asado juntos y tuvimos una discusión en un grupo sobre la Iglesia Católica. Gonzalo le replicó a alguien diciendo que en la Iglesia lo único importante es pagar el 1%, el Cali (Contribución a la Iglesia). «Pagar el 1 % no es tan importante», le dice otro. No, refutó Guzmán, si es súper importante, es un pecado capital no hacerlo. «¿Y tú crees que Dios va a mandar a una buena persona al infierno por no haber pagado el 1 %?», le dije. Me pareció tonto su argumento. Había cosas como esa que me fueron haciendo ruido. Porque El Bosque es una estructura ideológica. Lo entendí mejor cuando después estudié la ideología del nazismo o del marxismo. Es perfecto: son dos o tres axiomas incuestionables que construyen un edificio ideológico impenetrable. Pero tú le sacas esos dos o tres axiomas y se cae todo.
¿Cómo fue tu llegada a la parroquia de Karadima? ¿Cómo se fijó en ti?
Yo trabajaba en el centro de alumnos de mi colegio y siempre estaba organizando charlas, seminarios y entonces me pareció que había que organizar una charla sobre la afectividad humana. Porque en el colegio nos enseñaban matemáticas, biología, pero no nos enseñaban a relacionarnos afectivamente. Hay que llamar a un cura dijimos. En esa época se pensaba que los curas sabían mucho de estas cosas –¡qué raro que haya gente que lo siga pensando!–, pero bueno, dije hay que hacer una especie de seminario abierto, para todos los cuartos medios del Verbo Divino y el Villa María, donde nos enseñen a relacionarnos afectivamente. En el fondo: a buscar pareja. Invité a un siquiatra y a un cura. El siquiatra no pudo llegar, pero sí llegó el cura: Karadima. Y lo invitamos porque era tío de Gonzalo Guzmán, además de ser muy nombrado en ese ambiente. Y ahí, después de la charla, me dice: «Mira, me gustaría que fueras mi secretario».
¿Inmediatamente finalizada su charla te hizo esa proposición?
Sí, y era la primera vez que lo veía.
Debes haber sido un adolescente de rasgos muy bonitos…
No, cuando yo veo mis fotos me acuerdo que me encontraba pánfilo, sin ningún atractivo. Pero debo haber respondido a sus exigencias, a sus gustos… Recuerdo que una vez lo invitaron creo que un grupo de Schöenstatt a hablar del padre Alberto Hurtado, y como sabía que yo estaba fascinado con la figura de Hurtado, me pidió que lo acompañara. Lo llevé en el auto, y a la vuelta habló y habló del padre Hurtado. ¡Inventaba unas historias del padre Hurtado! Después me vine a dar cuenta que eran falsas, porque no calzan. En esa oportunidad, cuando llegamos de regreso a la parroquia, sentados en el portón de la iglesia, rezando el rosario, empieza a hablar del infierno. De lo peligroso y fácil que es condenarse en el infierno si es que uno no sigue la voluntad de Dios. En el fondo, decía que estamos a punto de condenarnos siempre, salvo que uno pueda seguir la voluntad de Dios. Y uno no puede seguir solo la voluntad de Dios, sino que necesita un director espiritual. Y él es el director espiritual. Ante este miedo de la perdición, porque no es de la muerte, sino de la perdición eterna, él me describió durante media hora lo que es el infierno. Y me dio un ejemplo de cómo es el infierno: un reloj que decía «para siempre jamás te quedarás, para siempre jamás te quedarás, para toda la eternidad». Para siempre en una sala vacía con un reloj de péndulo… Igual que los que él tenía en su pieza y en varios lugares de su iglesia. Él mismo los echaba a andar… Me dio pánico. Yo estaba en un momento en que debía tomar la decisión de ir a la universidad. Era una encrucijada perfecta para constituirse o autodenominarse mi director espiritual.
No sé cómo pude escucharlo con atención y creerle sus historias en algún momento. Es que Karadima es muy burdo intelectualmente. Me acuerdo que sus disputas eran si había que rezarle más a la Virgen de los Rayos o a otra de no sé qué nombre. Cuando fui con Karadima a la beatificación del padre Hurtado, pasamos por París y fuimos juntos a la capilla de la Rue du Bac. Era como si allí encontrara magia. Allí está la Virgen de los Rayos, que tira rayos, que lo permite todo y tira gracias.
¿Karadima pagaba todos los gastos?
Sí, en París estábamos alojados en un hotel y él pagaba todo, pero también Hans Kast. Porque yo fui con Hans y con Francisco Prochaska, íbamos los cuatro. Pasamos también por Austria y Alemania, primero a la casa de la familia de Hans, en Thalkirchdorf, Alemania. La verdad es que yo lo pasé muy bien con Chasa (Prochaska) y Kast, pero estar con Karadima ya en ese momento me ponía incómodo. Él cura estaba obsesionado con buscar relojes. Se trajo unos relojes de péndulo, que además costaban carísimos. Buscábamos y buscábamos relojes y a mí esa actitud me parecía tan ajena a lo que éramos nosotros.
¿Qué hacía Karadima en la capilla de la Rue du Bac?
Compraba medallitas de la Virgen de los Rayos, cientos de medallitas. A mí me regaló una grande y valiosa que yo regalé a mi vez. Y pasaba el día completo en tiendas de cosas religiosas o relojes. Una actitud que me chocaba y mucho. Porque yo era muy desprendido, no tenía necesidad de tener nada, mi ídolo era el padre Hurtado y entonces yo regalaba todo lo que me daban. Como la medallita… Me chocaba la codicia de este personaje. Las cosas que acumulaba en su pieza, equipos de música, relojes… Y otra pieza que tenía en la parroquia llena de aparatos raros y de libros, pero nunca lo vi tomar un libro.
¿Qué otras cosas hacían en París además de ir a la capilla de la Rue du Bac?
Comer, comer y comer. No sé cuántos kilos habré engordado porque era mucha comida. A Karadima le gusta comer y bien, en los mejores restoranes. Me acuerdo de haber ido con él al famoso Café de la Paix, siendo que después yo viví cinco años en París y debo alguna vez haber ido allí sólo para encontrarme con algún amigo, porque es carísimo.
¿No tuvo Karadima comportamientos impropios en ese viaje?
No, por lo menos conmigo, no. Había algo así como roces, pero uno se decía «¡cómo puedo pensar algo así!». Además, llegó un momento en que no lo estaba pasando bien. A mí me pasa que cuando colapso me dan una jaquecas que me dejan en el suelo, tirado en la cama. Me pasa dos o tres veces en el año, como máximo, y en ese viaje me pasó dos veces en un mes. Fue muy violento. Y me acuerdo que un día dije: hoy me quedo en el hotel. Y Karadima me llamó para retarme, porque tenía que acompañarlo, y yo le corté el teléfono. Me acuerdo mucho de las conversaciones que tuve con Hans y con Chasa, caminando por las calles de Alemania o de Paris. Sobretodo recuerdo una conversación muy interesante, muy bonita, con Hans en Alemania. Ahí él me dijo: «¡Cuidado con Karadima!» Yo había llegado hacía seis meses a El Bosque y a Hans prácticamente no lo conocía.
¿Y en tan poco tiempo ya eras el elegido por Karadima para acompañarlo en su viaje a Europa y a la beatificación del padre Alberto Hurtado?
Sí, además, era mi primer viaje a Europa, para ir a la beatificación del padre Hurtado, mi ídolo, y con su discípulo. O sea: era perfecto. Y casi no conocía a Karadima tampoco. Yo no sabía nada de estos viajes. Había cosas que tú no entendías de la parroquia… Más tarde, Andrés Arteaga me dijo: lo que pasa es que tú fuiste muy rápido a este viaje, por eso colapsaste.
¿En qué contexto el obispo Andrés Arteaga te dijo esas palabras?
Me lo dijo varias veces. La primera vez fue cuando yo cuestioné el sistema de El Bosque. Cuando ya me estaba yendo, hablé con Andrés Arteaga. Me dijo: «Lo que pasa es que tú no entiendes las dinámicas de El Bosque, porque fuiste muy rápido a este viaje, entonces colapsaste antes de tiempo». Hoy me parece perfecto lo que me dijo: es una dinámica perversa. Porque antes de hacer el viaje no alcanzó a moldear mi personalidad, no alcancé a someterme a este personaje.
¿Qué opinión tienes del obispo auxiliar de Santiago Andrés Arteaga?
Un matón intelectual. Porque es capaz de parecer muy inteligente, de manejar bastantes datos, es disciplinado para estudiar, puede desarrollar una tesis y también logra hacer sentir al otro que es menos inteligente que él; pero no es capaz de sacar conclusiones muy importantes. Le gusta mucho mostrar sus títulos y decir que es doctor; lee y es más o menos instruido; pero está allí porque es el escudo de Karadima. Arteaga ha sido el perro guardián de Karadima. Se necesitan mutuamente. Para Arteaga, Karadima cumple un poco con ese patrón de padre ausente, padre muerto, y suplió esa imagen.
¿Escuchaste a Fernando Karadima hablar de sus orígenes familiares?
No. Además de su papá que murió y de una hermana que murió muy chica, me acuerdo que alguna vez dijo que él fue abusado.
“Soy casado y soy feliz. Mi mujer ha sido un pilar importantísimo en esta historia, sin ella yo no podría haber vivido todo esto con alegría y tranquilidad”.
Es la primera vez que escucho eso…
Sí. Lo contaba en la mesa del comedor de la iglesia: que una vez fue a una parroquia y un sacristán lo abusó. Bueno, no lo decía con esas palabras, sino que lo toqueteó, creo que en un entretecho o algo así. Pero lo contaba frente todo el mundo y él riéndose: «Sí, y yo le conté a mi papá y él dijo “no, pero deben haber sido unos cariños no más”». «No, papá, si fue otra cosa». Si le preguntas a Hans Kast o a Jimmy te lo van a decir. Para mí es súper relevante, pero no sé porqué no ha salido nunca. También escuché que su papá era muy violento. Me lo dijo Soledad Latorre, su sobrina. Karadima es un hombre de muchos misterios. Y de muchas mentiras. Historias que iba cambiando a medida que las iba contando. Como la de la crucecita del padre Alberto Hurtado que tiene distintas versiones. Primero la cruz era del padre Hurtado; pero después, la cruz era suya y el padre Hurtado se la bendijo, o al revés. Cuando unes estas cosas, te das cuenta que el tipo es un mentiroso.
¿Cree que Karadima fabricó un mito de su relación con el padre Alberto Hurtado?
Sí, decía que fue su secretario, y el padre Hurtado no tenía secretarios. Esa es una palabra que inventa Karadima. Probablemente lo acompañó a visitar, a ayudar a gente que vivía en la calle, como lo habrán hecho otros cinco mil jóvenes también. Lo que pasa es que a Karadima es la figura que más le sirve, es perfecta: transformar un santo de Chile, en un santo de la contemplación…
¿Llegaste a conocer bien al sacerdote y párroco de El Bosque, Juan Esteban Morales?
Me parecía muy simpático y muy cercano a Karadima. Me acuerdo que una vez los vi encerrados en el baño. Pensé que era porque Morales era médico y lo estaba examinando, pero estaban dentro del baño de su pieza. Eso ocurrió cuando estábamos un grupo conversando y viendo las noticias en la pieza del cura porque había pasado algo importante y de repente entraron Karadima y Morales al baño. Y Karadima le dice: «Ya, no te hagas el purito ahora». Me sonó raro, pero yo dije bueno, lo debe estar examinando y le dio pudor o algo así. Fue muy raro.
Volvamos a Los Castaños y a Cristóbal Lira.
Ese es un tema del que yo no quiero hablar mucho…
Me imagino por qué. Nosotros tenemos testimonios que indican que el sacerdote Cristóbal Lira hizo lo mismo que Karadima con otros jóvenes. ¿A ti Cristóbal Lira te toqueteó?
Si. Me hizo lo mismo que Karadima, en el sentido de darme una palmadita en los genitales y decirme «cuídame la castidad» o algo como eso. Ocurrió una vez, en la Parroquia Los Castaños, después de confesarme. Más tarde, durante esta investigación, supe de otra persona que también fue abusada por Lira… Lo mío fue nada. Si ustedes tienen otros testimonios, ¡excelente! Porque la Iglesia lo defiende y no hace nada porque le lleva vocaciones. Lo que está haciendo la Iglesia me parece perverso.
¿Te cuesta hablar de lo que pasó con Lira?
Me cuesta hablar de todo esto, de Cristóbal Lira, de Karadima…
¿Cuán importante fue el sacerdote jesuita Felipe Berríos en que tú te decidieras a denunciar y acusar a Karadima de sus abusos?
En nada. De hecho, yo nunca le conté a Felipe Berríos lo que me pasó en El Bosque. A Felipe lo conocí en 1995. ¡Ah! Eso es interesante, porque me pareció un cura mucho más cercano al padre Hurtado de lo que Karadima decía que era el padre Hurtado. Había un Alberto Hurtado que yo encontraba en sus escritos y otro que estaba en el discurso y en los cuentos que sobre él contaba Karadima, y que me parecían contradictorios.
¿Podrías explicarlo?
El padre Hurtado de Karadima era un tipo exclusivamente dedicado a la oración, como que utilizaba a los pobres para santificarse. Y el que yo encontraba en sus escritos y en la película y su biografía, era un tipo radicalizado por el sufrimiento del otro. La contemplación era la acción. No había ruptura ahí. Entonces, el padre Hurtado que se mostraba en la Parroquia El Bosque era uno que utilizaba la acción para fortalecer la contemplación, pero podrían haber sido pobres, animales, o cualquier cosa, daba lo mismo. Ahí fue que esa utilización del mundo para santificarse me empezó a hacer ruido. Me pareció falsa, hipócrita.
Entonces, no fue Felipe Berríos quien te impulsó a acusar a Karadima ante la Iglesia, como lo afirman algunos seguidores de Karadima.
En absoluto. Lo importante es cómo llegué a entender todo lo que viví en El Bosque. Y me parece que en eso el cura Fernando Montes fue casi más importante que Felipe Berríos. Porque yo en 1996, me fui a INFOCAP (Instituto de Formación y Capacitación Popular(1) de los jesuitas). Estuve un mes ahí y me di cuenta que había dinámicas completamente distintas a las que yo había conocido en El Bosque, que había gente comprometida con los demás, que no relativizaban el mundo por una especie de contemplación mal entendida. Y me fasciné con ese mundo, con esa otra historia, con otra manera de ver el mundo. Me di cuenta que esos curas sí eran de verdad desprendidos de si mismos, que no eran codiciosos ni de cosas materiales ni de su tiempo. Que regalaban su tiempo para ayudar a los demás. Y que no les era indiferente lo que pasaba en el mundo. Yo siento que mi fe no fue tocada por El Bosque. Yo pasaba horas allí, en la capilla, rezando, como pidiéndole a Dios que me diera lucidez, inteligencia. Le pedía que me diera inteligencia para poder darme cuenta de lo que pasaba y poder decidir bien con mi vida.
Porque tú querías ser sacerdote.
Lo que quería era jugármela por los demás sin importar dónde.
Pero esa opción por los pobres tiene distintos caminos para canalizarse. ¿Por qué escogiste el religioso?
Supongo que porque tengo una intensa vida interior…
¿Y qué pasaba con tus padres en ese momento?
Mis papás me apoyaban en todo. Pero estas cosas espirituales nunca a mi padre lo motivaron, por lo tanto, siendo muy amigos, yo no encontraba ahí mi interlocutor. Más que nada por mi pudor.
¿Ya habías tenido una experiencia sexual entonces?
No, no había tenido ninguna experiencia sexual. Y estaba profundamente enamorado de una chica, pero Cristóbal Lira me había prohibido pololear, porque argumentó que pololeando yo no iba a saber ver bien la voluntad de Dios. Me acuerdo que escribía poemas de mi amor imposible.
Si el sacerdote Lira no te hubiera prohibido pololear, ¿te habrías acercado a ella?
Absolutamente. Y yo podía estar profundamente enamorado pero también era generoso y estaba dispuesto a cualquier cosa, como controlar mi corporalidad, mi libido, mi sexualidad, por este otro ideal. Era mi decisión.
Pero tú sentías atracción y mucha por las mujeres. ¿Cómo pensabas sublimar esa atracción y esa búsqueda de placer?
Me gustaban y me gustan mucho las mujeres y no sabía qué haría. Sólo pensé que tenía que sublimarlo, pero no sabía cómo. Pensé que Dios me pedía una entrega y sentía un anhelo espiritual tan grande. Y era lo único que conocía.
Cuando llegas a El Bosque, además de dibujarte el infierno, ¿te habla Karadima de sexo?
A ver, estaba presente el tema de la masturbación, un pecado capital. Si yo me llegaba a masturbar, tenía que confesarme antes de volver a comulgar. Con eso ya te controla todo. Y me confesaba…
¿Te preguntó detalles de tu masturbación?
No, me acordaría, estoy seguro que no. Solamente me acuerdo de una vez en que me empezó a preguntar más detalles sobre la atracción que yo tenía por una joven y la relación que teníamos. Y mi reacción fue de mucha culpa y terminé obviamente con esa niña. ¡Y era una relación lo más ingenuo que puede haber! Por eso creo que él tenía absolutamente claro que yo no era homosexual. Él iniciaba su acercamiento con pequeños roces, que parecían ser casuales, y luego va corriendo el límite un centímetro más allá, un centímetro más, hasta que ya estás en su territorio.
¿Por qué crees que, a pesar de haberte escogido como su secretario y de escogerte para un importante viaje, no seguiste el camino para llegar a ser su «regalía máxima»?
Una víctima… Es que yo era rebelde entonces, me enojaba con él y estaba siempre en el límite porque yo lo cuestionaba. Recuerdo que una vez, estábamos con el Camión Costabal, y Karadima llegó y nos leyó una carta que le escribió un amigo mío. Una carta muy personal. Nos la leyó y nos dice: «¿Qué les parece?». Yo le digo: «Me parece una falta de respeto que nos lea esto que es tan personal de otra persona que no está». Karadima se indignó. No me acuerdo qué palabra usó pero me dijo que yo era un voluntarioso o un desleal, haciéndome sentir que no merecía su dirección espiritual y por lo tanto estaba solo en el mundo. Esa fue la sensación que me inyectó por lo que al otro día fui y le pedí perdón.
¿Esa carta que les leyó era una especie de confesión?
¡Era una confesión! Y yo encontraba que estaba traicionando la confesión de otro. Y sí, eso mismo lo hacía frente a otros, pero conmigo nunca más lo hizo porque yo no le di espacio para eso. Y le dije: «Yo no tengo ninguna garantía de que si alguna vez le escribo algo personal no se lo muestre a otra gente».
“Él me describió durante media hora lo que es el infierno. Y me dio un ejemplo de cómo es el infierno: un reloj que decía «para siempre jamás te quedarás, para siempre jamás te quedarás, para toda la eternidad». Para siempre en una sala vacía con un reloj de péndulo…”
¿Nadie más de esa parroquia te toqueteó?
No, absolutamente nadie más. Además, en esa época para mí era impensable que eso ocurriera.
¿Por qué te hizo tanto daño Karadima? ¿Por qué te has convertido en un motor importante de la acusación de sus abusos?
Porque siento que violentó mi intimidad en nombre de mi generosidad. Yo era generoso, estaba dispuesto a jugármela por los demás, y cuando tomé mi decisión y mi vocación, me dijeron que sí, que ése era el lugar: en El Bosque. Y en nombre de esa generosidad y esa apertura se vulneró mi intimidad. Y Karadima me trató de toquetear. Pero, lo de los toqueteos para mí es lo de menos. Lo peor es esa nebulosa que aquello provocó en mi cabeza y que impedía ver bien.
¿Te refieres al control de tu voluntad que intentó contigo?
El control absoluto de mi voluntad. Finalmente no fue absoluto, pero creo que algo le pasó a Karadima conmigo, porque se obsesionó con buscarme. Porque yo me empecé a escapar, empecé a partir a leer y un día fui con los escritos del padre Alberto Hurtado en la mano y le dije: «Mire, usted en esto dice exactamente lo contrario que el padre Hurtado». Y era un escrito respecto de la voluntad, de la libertad en la dirección espiritual. Ahí él me dijo: «Yo creo que lo más importante es el amor, Dios nos va a perdonar todo». Y esa fue la última conversación seria que tuvimos. Casi yo sentí que me dijo «¡me pillaste!».
¿Karadima siguió buscándote?
Claro, me buscaba. Recuerdo que en esa misma época yo choqué y estuve como dos días en el hospital. Karadima fue a verme y llevó a todos los obispos de El Bosque a visitarme. Quería ponerse en la buena conmigo.
Los otros jóvenes que en ese momento constituían la comunidad de El Bosque, ¿te hacían la ley del hielo o seguían siendo tus amigos?
Francisco Prochaska fue súper honesto. Pero muchos otros me hacían la absoluta ley del hielo. Prochaska era un tipo enormemente generoso y necesitado de una imagen que puede ser paterna, guía, gurú o simplemente Dios. Un tipo súper espiritual, generoso, práctico también. Y muy solo. En cambio no me explico lo que le pasó a Francisco Costabal, porque tenía una familia súper bonita: papá y mamá encantadores, hermanos súper simpáticos. No me puedo explicar cómo aprisionó a Costabal.
¿En qué momento empezaste a procesar, a asumir lo que te había pasado con Karadima?
La primera vez que yo dije esto está mal fue cuando entré a los jesuitas, porque yo quería seguir con mi idea de ser sacerdote. Hay una experiencia que se llama El Diario de Progoff (2), en la que pasábamos ocho días en silencio: en esa experiencia, en ese silencio, uno tenía que repasar toda su historia y escribirla. Durante ocho días. Y es muy estricto, no se hablaba ni en las comidas ni en el desayuno ni nada a pesar de que estás en un grupo con todos los novicios. Éramos como 20 y se hace en una casa en la localidad de Padre Hurtado. También nos enseñaban a interpretar sueños. Es que los jesuitas tienen un contenido muy potente.
Cuando hablas del sacerdocio es tanto tu entusiasmo, que se hace difícil entender por qué no seguiste allí.
¡Era muy rebelde! Pero bueno, así fue como empecé a escribir todo lo que me había pasado, todos los hitos importantes de mi vida y cuando llego a esta parte que viví en El Bosque, escribo y digo: «Esto se llama abuso». Hasta entonces no era capaz de nombrarlo. Y fui donde Eugenio Valenzuela y le dije me pasó esto. Él me abraza y me dice: «Sí, te pasó». «Yo quiero hacer algo, quiero hablar», le dije. Era 1998, y Valenzuela me dijo: «Tranquilo, eso lo vamos a ver más adelante, ahora me interesa saber cómo estás tú. Quiero que te reconstruyas primero, porque cualquier acción te puede destruir más». Lo que me dijo fue preciso, perfecto. Porque ahí me empezó a cambiar la visión de Dios. De a poquito. Nos fuimos después 40 días a los ejercicios ignacianos, otros 40 días en silencio en una casa del siglo XVII en Calera de Tango. Y el proceso de cambio de la imagen de Dios se profundizó. Porque se me había metido en la cabeza la imagen de un Dios que quería hacerme daño, que quería competir con mi vida, con mi identidad sexual, con mi identidad vocacional, con mi identidad más ontológica. ¡Dios competía conmigo! Esa era la imagen que yo estaba teniendo de Dios. Hasta que Rodrigo García, un cura bien amigo mío, me dice una cosa muy obvia y tonta, pero que a mí me cambió el mundo: «Dios no compite con la vida». Es obvio, pero para mí fue una revelación. Fue más importante que haberme leído la Biblia completa, que me la leí dos veces. Y ahí dije: yo me puedo salir del noviciado sin culpa. Y puedo tener una familia, puedo desarrollar mi amor por las mujeres, quiero tener hijos y una familia. Y empecé a escribirles una carta a mis hijos.
¿Les escribiste a los hijos que aún no tenías cuando todavía estabas en el noviciado?
Sí, escribí una carta larga a mis hijos siendo novicio. Porque ahí me di cuenta que si no quería ser cura, no era culpable.
¿Dejaste en algún momento de creer en Dios?
Sí, incluso en un momento, estando en el noviciado, dejé de creer en Dios. Es bien loco lo que me pasó, porque fui a esta experiencia de estos 40 días, en los que yo dormía no más de tres o cuatro horas diarias y estaba todo el día rezando, y no sentía nada. No encontraba la fe. Y veía que mis compañeros estaban felices, con el corazón en llamas, dispuestos a irse a África o a cualquier lugar a vivir toda su vida en silencio, y yo no sentía nada. Lo único que escuchaba era la música de una fonda… Era el mes de septiembre y a lo lejos se escuchaba el sonido de una fonda y lo único que quería era irme de ahí. Hasta que al final dije: Dios no existe. Pero también pensé: yo no me puedo salir del noviciado sin haber reconstruido todo esto. Porque además seguía con esta imagen de El Bosque… Me acuerdo que cuando terminé, al final de los 40 días de silencio, yo me había movido como toda mi vida. Y quise ir donde Karadima y decirle «usted tiene que hacer esta experiencia, si usted cree en el Padre Hurtado, tiene que hacer esta experiencia porque lo va a cambiar». Estaba totalmente desestructurado al punto que me recogían con cuchara del suelo. Y fue ahí que Eugenio Valenzuela me dijo que si me exponía a denunciar me podían hacer mucho daño. «Tranquilo, reconstrúyete y luego enfrentas estos molinos». Y así fue.
¿Cómo decidiste años más tarde denunciar a Karadima y enfrentar los molinos?
Cuando me doy cuenta que esto es grave, que le puede seguir pasando a otros jóvenes y me sentí responsable. Cuando entiendo que yo tengo una información, que probablemente la Iglesia, la jerarquía, no tiene, y que si la tuviese podría detener algunas situaciones de abuso sexual y psicológico. Y me pareció que era importante ponerlo en conocimiento de la jerarquía de la Iglesia Católica. Así fue como le mandé mi testimonio al cardenal Francisco Javier Errázuriz. Y vino su recado… La famosa carta que no me la escribe, pero me lo manda a decir. Entonces, yo sentí que ya había hecho todo lo que tenía que hacer. Tenía mucho miedo, porque no quería que mi familia supiera lo que me había pasado…
¿Te daba vergüenza?
Mucha vergüenza. Todavía… Sí, porque no es ese abuso de que alguien te agarra en la calle y trata… No, lo que pasó involucró mi libertad, mi afectividad y mi voluntad. Como si yo hubiera sido responsable de algo que no fui.
¿Lo que de verdad te importaba y te daba vergüenza era que tu familia se enterara o que una mujer a la que amabas lo supiera?
No, que mi familia supiera, mi mamá, mi papá.
Y decidiste contarles a tus padres.
Sí. Mi mamá me dijo que Karadima era el peor ser de la humanidad. Fue todo lo que me dijo y nunca más me preguntó nada.
¿Por qué crees que no te preguntó nada más?
Porque para ella era muy doloroso también…
“Una vez, estábamos con un amigo y Karadima llegó y nos leyó una carta que le escribió otro amigo mío. Una carta muy personal. Nos la leyó y nos dijo: «¿Qué les parece?»…. ¡Era una confesión!… Yo le dije: «Me parece una falta de respeto que nos lea eso ». Karadima se indignó”
¿Llegaste a entender cómo Karadima se apropió de tu voluntan por un tiempo?
Es lo que siempre he querido entender. Sentirse objeto del deseo de alguien ajeno, impropio, es lo más asqueroso que te puede ocurrir. Si yo fuera homosexual, ya de acuerdo, pero no lo soy. Incluso si lo fuera, lo que le pasa a Juan Carlos Cruz, porque también para él es asqueroso: ¡Karadima no inspira deseo! Estoy aún tratando de unir las piezas… Es muy fuerte que te despojen de tu voluntad o de tu identidad. Por eso después me dediqué a estudiar este tema. Yo hice mi tesis doctoral sobre este tema: la seguridad contra la libertad. Mi pregunta, que es válida para la religión o la política, es: ¿por qué un sistema que me parecía cuadrado, agobiante, con muchos puntos ciegos, con muchas zonas oscuras, valió más para mí que la libertad? Y lo que pasó es que en una época la libertad me pareció insoportable. La libertad religiosa, política, la libertad existencial. Entonces llegué donde Karadima y él me ordenó el mundo: hizo un cuadriculado y dijo, aquí está el bien y aquí está el mal, con un maniqueísmo tan miope que ahora me parece increíble que lo haya creído. Achiqué mi mundo por miedo. Y eso pasó con todos. Ante Karadima todos nos achicamos. Mira el porte de Juan Carlos Cruz y de James Hamilton; físicamente e intelectualmente son tipos fuera de lo común. Y todos nos achicamos porque le teníamos miedo. Luego fue muy difícil romper con ese maniqueísmo. Porque si esa forma de ver el mundo se quiebra, te vuelves a enfrentar con tus miedos. Entonces llegas a colaborar, inconscientemente, para que la mentira se mantenga. Te convences de que Karadima te ayuda, que se hace cargo de tu angustia. Pero si te ayudara de verdad te daría herramientas para superar el miedo y crecer. Karadima no quería que crecieras. Lo que hacía era reemplazar tus vacíos por los vacíos de él. Después de los ejercicios espirituales con los jesuitas me di cuenta que el cuadriculado que me había inoculado Karadima no funcionaba. Me pasaba noches enteras sin dormir, con angustia. Mi gran miedo era no calzar con la sociedad segura. Mi gran miedo era la libertad. Karadima sostenía todo, él elegía, él decidía. Y si no querías ver que con eso te estaba manipulando, era porque si veías eso, se caía todo y tenías que elegir.
¿Tienes claro cuál fue el momento en que dijiste no más?
En qué parte de la cadena ese eslabón se rompe…Creo que eso pasa en la escena que ya describí en tribunales: cuando él me baja el cierre del pantalón y trata de masturbarme.
Te cuesta mucho llegar a verbalizar ese episodio.
Si…es tremendo, terrible, asqueroso. No dormí en una semana y no entendía qué era lo que pasaba.
Tu guía espiritual que te decía que masturbarse era pecado mortal, quería masturbarte.
Un pecado que yo no cometía. Y, además, como maquinaria es perfecto, porque me inhabilita. Es un discurso tan contradictorio que te lo hace incuestionable. Porque cuando las cosas son coherentes, tú puedes discutirlas, pero cuando hay una incoherencia tan radical, no puedes. Aunque seas Einstein.
¿No le dijiste nada a Karadima en ese momento?
En ese momento, no. No pude. Porque era innombrable siquiera. Fue en su pieza…
Y sólo te fuiste de allí…
Si.
¿No habrá querido tu inconciente ocultar algo más de lo que ocurrió en esa pieza ese día?
No.
Siendo tú tan rebelde, ¿cómo explicas que no hayas podido decirle o hacerle nada?
Yo estaba anulado, y digo bien, porque no es que lo que hizo me anuló: yo tenía una voluntad condicionada. Si ahora me acuerdo de las conversaciones que tenía con amigos en esa época, me dan vergüenza. Leo las cosas que escribía para mí y percibo que estaba con tal contradicción de aguas adentro… Con corrientes contrarias: por un lado una gran lucidez y por otro esta oscuridad muy grande. Defendiendo a este personaje muchas veces y por otro lado sabiendo que era un imbécil. No sé, no logro entender cómo es que estuve metido en ese sistema. Y cómo aguanté un montón de cosas que no debí haber soportado. Me cuestionaron mi voluntad, mi capacidad de estar con las personas. Incluso políticamente. Mi familia tiene una historia política de derecha, lo que en El Bosque se acentuó de alguna manera, pero yo tenía una sensación de injusticia que me venía de nacimiento. Entonces, desde chico tenía discusiones largas con mi papá, y también las tuve en El Bosque, porque la injusticia social que veía me decía que la sociedad no estaba bien. Y no logro entender cómo yo en ese momento estaba en ese lugar. No logro entender cómo caí en las garras de El Bosque.
¿Es efectivo que cuando te vas de El Bosque Karadima interviene para que tu no seas sacerdote?
Sí, para que yo no sea aceptado por los jesuitas. Pero eso yo lo supe hace seis meses. Y pensar que yo fui a hablar con Karadima cuando me aceptaron los jesuitas. Fui con una actitud un poco triunfal, pues me sentía con espaldas. Y lo quería mandar a la mierda, pero no me atreví.
Te quedaste con una cuenta pendiente con Karadima.
Si.
Dices que cuando estabas con los jesuitas, entendiste con esa frase más reveladora que la Biblia, «Dios no compite con la vida», que ya no serías sacerdote. Y tu vida cambió. ¿Hubo algo más aparte de esa frase?
No. Lo que pasa es que tal como había vivido, mi vida era una competencia. Si tomamos la vida como la experiencia, la que yo había tenido en El Bosque era que Dios sí competía con mi realización personal, con mi potencialidad humana. Entonces, al decirme que Dios exactamente no era eso, me cambió el referente universal.
¿Y en qué momento te das cuenta del daño que te había provocado Karadima?
Cuando estaba en esos 40 días de silencio con los jesuitas, que los pasé imaginándome peleas. Empecé a soñar que le pegaba un combo a Karadima. Soñaba que el cura se me acercaba y yo le pegaba un puñetazo. O que estaba muerto. O que estaba muerto y todos le decían que era santo y yo decía no, este tipo no es un santo, ¡es un impostor! Y no era por venganza, sino simplemente porque sentía que había una injusticia casi universal.
Después seguiste tu vida. ¿Y cómo lograste hablar de lo que te pasó? ¿Cómo te decidiste a vencer tu pudor y vergüenza?
Lo hice incluso cuando las puertas de la Iglesia empiezan a cerrarse y digo: quiero que en la Iglesia sepan, quiero que mis amigos y mi gente sepan que no deben llevar a sus hijos a El Bosque. Porque si bien yo sentía que no tenía herramientas legales para combatir esto, tampoco…
Lo único que no querías era un escándalo…
Exacto. Y no quería escándalo porque uno es muy vulnerable. Soy justiciero, pero finalmente sé cómo te expones en una situación como esta. Porque me tocaron las vergüenzas y te haces muy vulnerable a cualquier opinión. Debo decir que yo leo los blogs y cuando alguien comenta algo en contra nuestra, yo quedo muy mal un día completo. Ahora mucho menos, pero al principio, cuando mucha gente se nos tiró en contra, ¡yo estaba destrozado! Y como estaba en París, me dediqué a escribir mi tesis.
¿Te has arrepentido de haber dado el paso de hacer la denuncia ante la justicia canónica y también la penal y pública?
No. Era necesario.
Pero además, en algún momento te convertiste en motor de esta acusación.
Cuando empecé a juntar gente…
“No sé, no logro entender cómo es que estuve metido en ese sistema. Y cómo aguanté un montón de cosas que no debí haber soportado. Me cuestionaron mi voluntad, mi capacidad de estar con las personas. Incluso políticamente”.
Y se produce el encuentro con James Hamilton, Fernando Batlle y Juan Carlos Cruz. ¿Usted y James Hamilton eran amigos?
Lo ubicaba no más, de la Parroquia El Bosque, pero no éramos amigos. Él me ubica a mí. Y estando en París, una amiga en común, Pilar Vigil –una mujer muy espiritual, muy honesta, muy de la Iglesia y muy interesante y que conocía bien a Karadima porque hubo un tiempo que él iba a comer todos los sábados a su casa–, me dice: «Oye, James Hamilton te quiere conocer». Eso ocurrió en julio de 2009. Y ahí yo le escribo a James y él me dice mándame un teléfono y ahí nos ubicamos y empieza esto. Yo llego a Chile en septiembre de 2009, nos encontramos, hablamos y dijimos: tenemos que hacer algo. Y nos ubicamos con Juan Carlos Cruz a quien nunca había visto. Viene Juan Carlos a Chile por unos días, tuvimos una conversación los tres, y ahí nace la idea de entregar nuestro testimonio para el programa de TVN Informe Especial. Yo estaba un poco reacio a la idea: no quería que esto se transformara en un escándalo público. Porque da vergüenza. Porque son intimidades, porque yo tampoco soy un personaje público. Porque llevo años dedicado a investigar en una biblioteca, resguardado por las paredes de la biblioteca, en un mundo maravilloso en el que no tengo que rendirle cuentas a nadie. Entonces, hacerse público…
Resguardado pero con un virus que te sofocaba por dentro del que no te podías sanar.
Claro, pero me parecía que la manera de combatirlo era por la vía de una acción privada, a partir de la Iglesia Católica. Que la jerarquía supiera, investigara… Obviamente idealizaba a la Iglesia para seguir con mi vida tranquila.
¿Y quién te convenció de hacer la denuncia pública?
Creo que la idea fue agarrando vuelo sola. Porque Jimmy y Juan Carlos estaban con la idea de hacerlo a través de Informe Especial, decían que era lo mejor, y en eso ocurrió que supimos de Fernando Batlle, que se atreve también a decir lo que le había pasado en El Bosque. Además, hubo un ataque a Jimmy, ante lo cual dije: no pues, yo también tengo que salir. Y ahí fue que todo tomó otro ritmo. Hay otros hitos más también, porque claro, dentro de todo, es Fernando Batlle el que rompe. Rompe con Karadima, rompe con ese mundo, rompe interiormente con ellos y deja de tener miedo. Corta con de raíz con el miedo. Hay muchos otros que no lo han hecho. Que no han podido romper con el miedo a la exposición. Porque estamos hablando de una sociedad hecha a la medida de la aristocracia, la que cree que las cosas íntimas no se hablan, no se conversan, y nada pasa…
Y llegan incluso a negar lo que sí les ocurrió: el abuso del que fueron objeto.
Es que esto yo lo tengo clarísimo. Creen que la ropa sucia se lava en casa, en el fondo de la casa, ojala en el subterráneo, en una lavadora donde nadie más se mete. Entonces, hacerlo público… Y Karadima capta esa característica de ese sector de la sociedad chilena y se aprovecha de ello de manera perfecta. Karadima conoce las claves para tener impunidad en la sociedad chilena y las maneja como rey. Para romper hay que liberarse y yo creo que nosotros cuatro vivimos de una u otra manera una experiencia crítica, una crisis mayor, en la que rompimos esa estructura que protege la impunidad de Karadima. Creo que a mí se me rompió esa estructura en esos 40 días de silencio con los jesuitas. Jimmy vivió situaciones personales que la rompieron. Fernando vivió una experiencia fuera de Chile, como novicio incluso de Schöenstatt. Y Juan Carlos rompió con las represiones de la sociedad chilena al salir del closet e irse a vivir a Estados Unidos. Ahí hay un patrón de ruptura de esta fortaleza de la sociedad chilena, cuyo pilar es que las cosas no se conversan. Donde las manchas no existen, porque sólo se ven en lo más oscuro del subterráneo de la casa. Todos nosotros llevamos ese patrón común de la ruptura. Es loco, porque al final te das cuenta que el patrón real para el abuso no es tanto la ausencia de padre o de familia. Al contrario, incluso un padre sobre presente actúa inhibiendo la libertad o la transparencia. Y aquellos que pueden romper son justamente los que vivieron de una u otra manera libertades mayores. Yo fui educado en la libertad de mi casa, con una historia de familia de tradición más liberal. Gracias también a ello puedo salir de ese encierro. Pero todos tenemos un botoncito en alguna parte que te puede dejar atrapado en las garras de un personaje como Karadima. O de Paul Schäfer, del nazismo, del marxismo o de cualquier ideología totalitaria. Todos tenemos un punto vulnerable. Y si además ese punto vulnerable se da en una sociedad donde las cosas no se conversan, la ecuación es perfecta.
¿En qué te ha afectado el proceso que has vivido desde que la acusación a Karadima se hizo publica en abril de 2010? Decías que vivías feliz protegido por las paredes de una biblioteca, haciendo tu tesis en París, lejos de todo. ¿Eres casado o tienes pareja?
Soy casado y soy feliz. Mi mujer ha sido un pilar importantísimo en esta historia, sin ella yo no podría haber vivido todo esto con alegría y tranquilidad. La verdad es que para mí ha sido también un poco un caso de estudio(3).
«Sentirse objeto del deseo de alguien impropio, es lo más asqueroso que te puede ocurrir»
¿Y no ha sido volver a zambullirse en el estiércol?
Podría haber sido…, pero siento que ya viví eso y no quiero volver a vivirlo. Yo soy muy feliz ahora, inmensamente feliz. Y siento que si me meto más en esta historia, voy a vivir cosas… ¡para qué! Podría vivirlo, podría revolverme en la mierda y no sé si tiene sentido. ¡No tiene sentido! Sería poner en juego cosas que he ganado en una batalla interior durísima. Tampoco quiero seguir en esto porque vulnera mi intimidad, porque este juicio público también tiene algo de morboso. ¡Y eso sí que no me interesa!(4) Me parece además, que es peligroso para mi estabilidad, para mi familia, para mi mujer. Por eso, cada vez que hablo con extraños, con periodistas, sí pongo una distancia…
¿Un límite?
Obvio. La persona que alguna vez ha sido abusada y no es capaz de poner límites, es porque sigue siendo abusada. Entonces, cuando tú me dices y me insistes en que hay algo que no te he contando, bueno, sí, y es porque quiero poner mis límites también. Lo mismo ocurre cuando un periodista me dice «¿te puedo hacer una pregunta?». Y la respuesta es «no, no quiero recibir preguntas». Porque esta es la experiencia que quiero compartir y no más que esto. Porque, además, nadie tiene derecho a pedirme más explicaciones de mi intimidad que las que yo quiero compartir. No ha sido fácil todo este proceso, pero sí súper liberador, porque siempre sentí que estaba luchando contra una corriente muy grande o contra un poder muy potente. Yo estoy en contra de cualquier abuso, y en este país, en general, la gente vive más acostumbrada a los poderes, a los abusos, vive acostumbrada a esta sociedad chilena que no conversa, que no habla, que no muestra. Yo me he sentido muchas veces un poco al margen de todo eso, casi marginal; hasta que de repente me doy cuenta que no, que no estoy razonando fuera del recipiente como dicen Les Luthiers, sino que lo que estamos haciendo, lo que estoy haciendo, está bien. ¡Qué curioso!: cómo un poder tan grande te puede hacer sentir que luchar contra los abusos es estar equivocado. Sí, me siento liberado, pero me complica mucho la exposición pública, porque uno vive permanentemente la vulnerabilidad. Una vulneración también…
Te violenta también porque Karadima te dejó la marca de la desconfianza.
Sí pues, lo sé, lo sé muy bien. ¡Ah! Y por eso el concepto de la fundación que hemos creado también: «Para la confianza». Después me vine a dar cuenta que la confianza está rota. Y la reconstrucción de la confianza no es a ciegas: yo le llamo la confianza-lucidez. La verdad es que mi pregunta fundamental sigue siendo cómo fui a caer en las garras de Karadima. ¡Cómo sucedió!, siendo que yo me pensaba casi como el personaje de esa canción de Joaquín Sabina en la que habla de ese gran piloto…, ¡cómo cayó!, ¡cómo fue atrapado! Cómo caí en el barranco…
Y cuando conversas con James Hamilton, Juan Carlos Cruz o Fernando Batlle, ¿no encuentras la clave para llegar a la respuesta?
No, porque somos totalmente distintos. No hay claves comunes. La única clave es que este hombre es en verdad capaz de apretar distintos botones. Es como un cazador que le dispara al pájaro que va volando no más, no pregunta si es un cóndor… Y esa va a seguir siendo mi pregunta para siempre. Cada vez que yo hago clases o que escribo o que quiero describir, siempre, lo que está en mi mente es decir: ojo, todos somos vulnerables. La idea es cómo creamos referentes tan potentes para apoderarnos de nosotros mismos y así poder defendernos de situaciones de vulneración. Mi pregunta es por qué yo caí en El Bosque y porqué la Alemania del siglo XX cae a las garras de Hitler. Y no hay una respuesta, sino miles de respuestas distintas y ninguna creo que da totalmente en el clavo. Kadarima no es la excepción, es un eslabón más de la cadena. Porque Karadima está metido en las entrañas de la historia de Chile y todavía no ha salido y no puede salir hasta que todo lo que ocurrió, todo, se clarifique bien. Porque lo que nosotros sabemos ahora es una pequeña porción, mínima, y no tenemos idea qué puede haber más abajo. Una tarea difícil porque todo esto ocurrió en un sector que tiene mucho poder y cuya cultura es que la ropa sucia no sale afuera. Porque tienen demasiados secretos que ocultar. Por eso una de las armas más efectivas de ese grupo es decirle a sus acusadores: tú eres un resentido.
1.- El Instituto de Formación y Capacitación Popular, INFOCAP, también conocido como «La Universidad del Trabajador», es una fundación sin fines de lucro, creada en 1984 por la Compañía de Jesús e inspirada en la obra del padre Alberto Hurtado para responder a la escasez de lugares destinados a la formación y capacitación de los más pobres.
2.- «El Diario Intensivo» es un método creado por el doctor Ira Progoff, de la escuela de C.G. Jung, en que a través de la escritura se facilita que la persona entre en contacto con las dimensiones íntimas, interpersonales y transpersonales que conforman su vida con el fin de acercarse al conocimiento y aceptación de sí mismo y al descubrimiento de la dirección y el sentido de su vida.
3.- Juan Andrés Murillo fue padre a principios de 2011, justo en los días en que se hizo público el dictamen de El Vaticano que condenó a Fernando Karadima y que estableció la veracidad de sus acusaciones. Casi simultáneamente, junto a James Hamilton y Juan Carlos Cruz, crearon la Fundación Para la Confianza, una entidad que se encarga de ayudar a todos aquellos que sufren abusos.
4.- Esta entrevista se hizo durante largas horas del 10 de enero de 2011, en momentos que para Juan Andrés Murillo y los otros tres acusadores el futuro de la acusación de los abusos de Fernando Karadima ante la Iglesia Católica y la justicia civil se veía no sólo incierto, sino muy oscuro.