Entrevista inédita de Juan Carlos Cruz:
“Karadima decía: quiero que El Bosque haga arder la Iglesia chilena por los cuatro costados”
02.01.2012
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Entrevista inédita de Juan Carlos Cruz:
02.01.2012
-¿En qué momento llegaste a la Parroquia El Bosque?
En 1980. Tenía 16 años y estaba en tercero medio. A pesar de que Karadima dice que nos conoció siendo universitarios, la verdad es que él fue a mi graduación. Incluso nos sacamos una foto. Y en esa foto yo estoy con la corbata del colegio. Desgraciadamente era tanto lo que me angustiaba verlo, que la rompí. Pero él fue a mi casa para mi graduación de colegio y acompañado de varios jóvenes. Lo recuerdo muy bien porque mi papá había muerto hacía un año y me daba mucha pena que no estuviese en la graduación de su primer hijo.
-¿Cuándo fue la primera vez que te tocó?
Diría que en cuarto medio. Pero tengo la sensación que desde que lo conocí lo vi toqueteando. Al principio no lo hacía conmigo, pero sí con los demás. Y cuando entró en confianza conmigo empezaron los golpecitos en los genitales, cosa que me ponía tremendamente nervioso pero me paralizaba y me dejaba toquetear.
-¿Cómo eran las confesiones con Karadima?
Había dos tipos. Una en la sacristía, donde te hincabas delante de él y eran cara a cara. Ahí no pasaban muchas cosas porque la sacristía pasaba llena de gente, entonces solo te agarraba con las dos manos y te decía “Dios te bendiga” y te daba un besito cuneteado o un palmoteo en los genitales con los nudillos. Pero no más, porque había gente esperando y lo hacía muy discreto. Esas confesiones eran más bien genéricas, no se prestaban mucho para entrar en detalles. Y si decías algo más íntimo te decía: “De eso vamos a hablar después”. Las otras confesiones eran en su pieza. Esas sí eran peludas.
-Descríbelas
El estaba acostado, vestido, con el cinturón desabrochado, y yo me hincaba y él ponía mi cabeza en su pecho. Yo le contaba y él me hacía cariño. Como conversando… Me tocaba la cabeza y luego me la agarraba con sus dos manos y me decía: «Dame un beso». Y salía un beso cuneteado. Una vez me agarró así y me dijo: “Saca la lengüita”. Y yo la sacaba y me la tocaba con su lengua. Eso me daba asco y me quería morir. No entiendo por qué dejaba que eso pasara y hasta el día de hoy me lo recrimino. Eso pasaba en su pieza, donde no había nadie más. Y mi gran vergüenza es que cuando uno es tan joven, a ti te tocan y tienes una erección. Y me da asco pensar que ese hombre me pudo haber producido eso. Pero me pasaba… Y después de darme besos me hacía pararme y se notaba que tenía una erección. Y lo estoy escuchando cuando al tocarme decía “¡qué te paso Juan Carliiitos!”. Y el golpecito en los genitales. “Pero qué tenemos ahí, ¡por Dios, Juan Carlitos!”. Nunca me hizo lo que a otros… Nunca me bajo el cierre de mi pantalón…Sin embargo cuando uno es adolescente y te pasan cosas, él sabía cómo aprovecharse.
-¿No te masturbó, no abusó de ti de alguna otra forma?
No. Lo que más me hizo fue toquetarme, darme besos, sacar la lengua.
-¿Por qué crees que fue distinto contigo?
No sé. Tal vez no era de su gusto.
-¿Como tú, un hombre joven y educado te dejabas subyugar, dominar?
Y las trancas que tendría yo…, no sé. Diría que esa es la mayor vergüenza que siento al recordar esa época. Cuando nos juntamos con Jimmy (Hamilton) y José (Murillo) la mayor vergüenza que me da y que siento hasta el día de hoy es por qué dejé que ese cura me toqueteara, me dominara la vida, cuando yo me considero una persona inteligente. He tenido educación, una buena familia y el desgraciado… Es la mayor vergüenza que todavía no me puedo explicar. No entiendo cómo me pervertía y me anulaba y eso me da rabia hasta hoy. Me chantajeaba y extorsionaba con cosas que sabía de mí, entonces creo que eso jugaba en contra mío y tranzaba.
-¿Eso es lo que te atormentaba?
Sí, son muchas cosas… Entonces, cuando me preguntas sobre qué abusos hizo conmigo, debo decir que el abuso sicológico de ese hombre conmigo fue horrible… No sólo el toqueteo y esa lengua asquerosa… Mira, cuando yo estaba en el Seminario y Karadima nos hacía la vida imposible, tuve apendicitis. Tuvieron que operarme. Yo estaba tan abrumado con el problema que tenía con Karadima, que incluso pensé en suicidarme. Pero no me atrevía. Después de haber perdido a mi papá, no quería hacerle eso a mi mamá y tampoco a mi familia. Pero estaba tan deprimido y veía el mundo tan negro, que un día dije “yo me tengo que suicidar, cómo, no sé”. Y resultó que me tuvieron que operar de apendicitis y se produjo una infección. Y fue muy fuerte, porque mi cuerpo estaba sin defensas… Y fue entonces que inconcientemente, y concientemente también, dije «ya, voy a dejar que esta infección me mate: es la salida perfecta».
(En ese momento de la entrevista Juan Carlos Cruz se puso de pie, se levantó la polera y mostró una cicatriz de unos 15 centímetros en su abdomen. Para él representa una de las marcas que le dejó haber conocido a Karadima).
-¿Por qué querías suicidarte?
… Es que me hizo tanto daño… Mi vida… mi mundo era El Bosque. No tenía otra cosa. Mi familia estaba llena de problemas, porque mi papá se había muerto y no teníamos plata… Todo estaba mal y en El Bosque estaban mis amigos. Mi mamá que es chorísima y me ayudó mucho para que saliera adelante, salía con un separado y entonces Karadima me hacía hacerle la guerra. Me hacía decirle que se iba a ir al infierno. Era muy malo con nuestros padres, pero ponía una careta de bondad con ellos que no te imaginas. Mi mamá no es tonta y el cura no le caía bien.
-¿Fuiste tú el que le contó que tu mamá salía con un separado?
Él nos hacía contarle absolutamente todo porque decía que así era el padre Alberto Hurtado con él en la dirección espiritual y que si querías cuidar tu vocación había que ser totalmente entregado y humilde a tu confesor. ¡Imagínate, todo! Y él me decía: tienes que decirle a tu madre que es una adúltera, que te vas a ir de la casa y que no la vas a ver nunca más. ¡Y yo le decía eso! Hasta que mi mamá fue a hablar con él a la parroquia. Y le dijo, Juan Carlos me está diciendo que soy una adúltera, que me voy a ir al infierno. Y él: «Pero cómo Lorraine, cómo puede Juan Carlos decirte esas cosas tan horribles, yo voy a hablar con él no tepreocupes». “Sí, padre, y además nunca llega a comer a la casa, siempre está aquí en la parroquia”. “Él se queda porque quiere. Voy a hablar con él, no te preocupes”. Y cuando se iba, Karadima me decía: «Mira, vino tu mamá y me habló de esto y de esto otro. Tú sigue diciéndole que es una adúltera y ándate a la casa más temprano unos días y después vuelves a quedarte a comer en la parroquia». Mi pobre mamá creía que estaba hablando con un sacerdote que al menos querría lo mejor para su familia y sus hijos. ¡Mira con lo que se encontró!
-¿Quería aislarte de tu familia?
Exacto. Y eso mismo hizo con Francisco Prochaska, con Gonzalo Toconal, Javier Barros, Diego Ossa y muchos más. ¡Quería que estuviéramos solos y fuésemos para él bajo el alero de Dios!
-Y tú te quedabas en la parroquia. ¿Había algo que te daba miedo?
Me aterraba… El toqueteo, darme besos, sacar la lengüita… Lo terrible es que creó un nexo en que yo le contaba todo….
-Tú asumiste más tarde tu condición homosexual, pero en ese momento aún no lo hacías aunque ya debías haber experimentado alguna atracción por los hombres. ¿Hablaste de eso con Karadima?
Sí, yo le dije que tenía estos sentimientos gay y que me daba mucho miedo. ¡Terror! Y después tuve que confesarle los sentimientos que experimentaba por una persona…, que había pasado algo con uno de los jóvenes de El Bosque. Le conté…
-¿Por qué le contaste eso a Karadima?
Porque la otra persona le contó primero. Él me dijo: «El padre lo sabe todo, me confesé con él y quiere que tú te confieses con él». Yo estaba aterrado. No había pasado nada, puras caricias y siempre nos sentíamos muy culpables y aterrados, porque no era fácil asumirse en los ‘80. Yo me fui llorando a mares a hablar con el cura, diciendo «aquí se me acaba el mundo». Y él me hizo contarle exactamente todo. Y nunca se me va a olvidar que me preguntaba, “y tú, ¿derramaste mucho?, ¿y él, derramó mucho”. Esas palabras todavía me ponen la carne de gallina. Yo tenía 18 ó 19 años y lloraba con hipo. Y el cura me dijo: «Ahora yo no sé si tú vas a poder ser sacerdote». ¡Imagínate la destrucción! Yo quería ser sacerdote. Yo quería salvar al mundo. Yo trabajaba con las monjas de la Madre Teresa, en Batuco, y me iba todos los sábados en la mañana a su hogar. Mi trabajo era acompañar a esos viejitos que se estaban muriendo, darles la mano mientras se morían, porque no tenían a nadie, para que no murieran solos… Yo quería cambiar el mundo… Después he sentido que toda esa gente que se murió sola y a la que le di la mano me ha estado ayudando a mí… Pero ese día que ocurrió ese episodio yo lloraba y él me dijo: «Tienes tejado de vidrio, vas a tener que hacer mérito».
-¿Estabas tan afectado porque te habías enamorado?
Sí, también. Era la primera vez y me sentí traicionado y solo. Abandonado por el mundo. Pero de verdad quería ser sacerdote y sé que habría sublimado esos impulsos igual que un sacerdote heterosexual sublima los suyos.
-¿Le contaste a Karadima que tuviste una relación homosexual?
No fue una relación. Fueron caricias nada más. Y súper escondidos. Ocurría cuando nos íbamos después de quedarnos hasta muy tarde acompañando a Karadima en la parroquia. Y era terrible porque yo no lo asumía y me daba horror lo que sentía. Recuerdo que cuando Karadima me hizo contarle todo yo lloraba, y él me decía que ahora no sabía si yo podía ser sacerdote. Y luego me dijo: “Tienes que hacer mérito”. Y a partir de ahí me empezó a usar como un esclavo. Hasta que me dejó entrar al Seminario.
-¿A ti también te pedía que le contaras cosas de los otros jóvenes que conformaban la comunidad de El Bosque?
Sí, él siempre reinaba, era maestro en esto de armar amistades y deshacerlas.
-¿Qué crees que buscaba Karadima con eso?
La dominación absoluta. Si hasta me pedía que le limpiara su pieza.
-Cuando estabas en el Seminario pasabas la semana lejos de Karadima. ¿Por qué sufrías tanto, por qué querías morir?
Entrar al Seminario me permitió conocer a otras personas, abrir mi mundo. Yo había estado desde los 16 años con un cura que te machacaba con su forma de ver las cosas y que te decía que ningún otro tenía el camino de santidad que teníamos con él. Uno desconfiaba de los seminaristas. Los que veníamos de El Bosque estábamos resignados a ser una isla en el Seminario porque encontrábamos que todos los demás o eran comunistas o no tenían el camino de la santidad que teníamos los de El Bosque. Por supuesto que no era así y en el Seminario pude conocer a gente maravillosa, inteligente, despierta, gente buena que no tenía que ver con los curas asustados y pálidos de El Bosque. Para que sus seminaristas no vieran otro mundo, en el Seminario vigilaban todo el tiempo con quién hablabas, qué decías. Y eso yo lo viví con Rodrigo Polanco que tenía montada una Gestapo en el Seminario. Rodrigo es de los incondicionales de verdad de Karadima. A mí me hizo sufrir mucho. Después del fallo del Vaticano, me mandó una carta como si no hubiera pasado nunca nada, como si fuéramos amigos. Yo le contesté que me había hecho la vida imposible, me había torturado durante esos años, que no podía creer que me escribiera como si nada. Lo hice porque Polanco me torturó en el Seminario. Era vengativo y hacía exactamente lo que Karadima le ordenaba: espiarnos.
-¿Podrías describirnos lo que hacía el sacerdote Rodrigo Polanco en el Seminario?
Mira, un día fue al Seminario Felipe Bacarreza (obispo de Los Ángeles) que en ese tiempo estaba peleado con Karadíma. Y como estaban peleados nadie de El Bosque podía hablar con él. Yo llegué tarde al desayuno y Cristián Caro Cordero (el rector entonces, hoy arzobispo de Puerto Montt), que me quería mucho, me dice: “Siéntate aquí con nosotros”. En esa mesa estaba Felipe. ¡Y cómo me iba a negar! Me senté, hablé con él porque además soy amigo de un hermano suyo y créeme que a los pocos minutos Polanco llamó a Karadima y le contó. Al terminar el desayuno pasa Polanco por mi pieza y me dice: «Te necesito a las dos de la tarde porque tenemos que hablar». Íbamos a hablar a un laguito, más alejado, donde no te veía nadie. Y Polanco me lleva al lago y me dice: «El padre está furioso contigo, te va a llegar el domingo cuando vayas. Es que ¡cómo se te ocurre hacer lo que hiciste!. Y me dijo que te dijera que tienes tejado de vidrio». Y yo, aterrado, porque entendí que Karadima le había contado a Polanco mi confesión o por lo menos lo suficiente para que Polanco siempre supiese por qué retarme.
-¿Usaba la confesión para controlarte?
Sí. Me amenazaba todo el tiempo con contar eso si yo no dejaba de juntarme con los otros seminaristas. Y al final me hizo un juicio por tener amigos que no eran de la parroquia. Karadima me dijo «tú que tienes estas amistades particulares…”. Y lo que me trataba de decir con eso es que yo estaba enamorado de ellos. Por eso me quería morir… Yo tenía en esa época 22 años y sentía que ya estaba acabado, que mi vida se había acabado, porque él me tenía amarrado. Y por eso, cuando veía que alguien nuevo llegaba a El Bosque y Karadima le tomaba cariño, en mi mente le decía «por favor, ándate antes de que sea tarde, porque yo ya no puedo». Imagínate lo dominado y destruido que me sentía.
-Cuéntanos de ese juicio que te hicieron en El Bosque.
Fue el 25 de octubre de 1987. En el careo ante el fiscal Xavier Armendáriz, Diego Ossa, que participó en él, lo negó y dijo: «Eso nunca pasó”. Y yo le decía «por favor, Diego, habíamos 12 personas, ¡cómo te vas a olvidar!». Lo mismo hizo en el nuevo careo con la magistrada Jessica González. Lo negó todo, lo malo para él es que como había más o menos 12 personas, hay algunos que ya lo han corroborado, porque él niega que jamás me dijera algo y era especialista en “corrección fraterna”, lo que más bien en El Bosque era “tortura fraterna”.
En el juicio estaba Karadima, delante de todos ellos diciendo, «Juan Carlos, tú tienes tejado de vidrio por todo lo que tú sabes. Tú tienes amistades particulares, pero yo no te voy a decir nada ahora, quiero que hablen todos los que están aquí». Y habló cada uno: Diego Ossa, Javier Barros, Polanco… Después que hablaron, yo dije «pido perdón». Casi me arrodillé, y era horrible: él al medio de todos, en semicírculo, y yo en una silla abajo. Un tribunal.
-¿Eso estaba preparado?
Totalmente, si eso yo lo había visto antes, ya sabía cómo operaban. Entonces, que él me dijera, «acuérdate de lo que yo sé» delante de todos… Se me venía el mundo encima. Ahí sí que yo me quería matar. Karadima me amenazaba constantemente que si seguía siendo amigo de toda esta gente él iba a hablar con el padre Juan de Castro, rector del Seminario, para que me echara. Y al final cumplió su promesa e hizo que Juan Barros le mandara una carta contándole todo lo que yo había confesado. Se las ingenió para que Juan Barros, que era su lacayo y secretario del cardenal Fresno, triangulara el secreto de confesión y escribiese una carta acusándome de intentar seducir a jóvenes de El Bosque. Fue una maldad y una falta de escrúpulos enorme de parte de Karadima y Juan Barros.
-¿Crees que Karadima usaba el secreto de confesión para extorsionar a otras personas?
Karadima usaba la confesión y cualquier cosa que lo ayudara a dominar. No me cabe duda que a otros les hizo lo mismo que a mí.
-¿Cómo llegó Rodrigo Polanco a un puesto clave en el Seminario?
Lo prepararon para eso. Hasta los ‘80 el rector del seminario fue Benjamín Pereira, un shöenstatiano al que Karadima odiaba. Me imagino que se debía a que Pereira no soportaba que Karadima se metiera en la vida de los seminaristas. Y cuando tú le atacabas su reino a Karadima, entiéndeme que el demonio se te metió y hay que acabar contigo a cómo dé lugar. Pereira le criticó que los seminaristas de El Bosque hacían una isla y habló con el cardenal Raúl Silva Henríquez. Y Karadima decidió que él no iba a mandar ningún joven más al Seminario. Y es más, invitaba al cardenal Silva o a Pereira a El Bosque y les mostraba a todos estos jóvenes dejándoles entender que todos estos muchachos tenían vocación, pero que él no los iba a mandar…
-Como diciendo: «Toda esta gente podría estar en el Seminario, miren de lo que se están perdiendo».
Claro. El cardenal Silva no cayó en su juego. Sin embargo, cuando se rumoreaba que el obispo Juan Francisco Fresno podía sucederlo, Karadima empezó a invitar a Fresno muchas veces a El Bosque, para que viera a los posibles seminaristas de la parroquia. Y como Fresno también creía que en el Seminario no había suficientes vocaciones del barrio alto, o que esas vocaciones se les iban todas al Opus Dei, cayó redondo el la treta de Karadima. En esas reuniones con Fresno los jóvenes de El Bosque teníamos que hablar ante él. Todo estaba ensayado. Antes que llegara Fresno u otras visitas importantes, Karadima nos llamaba y nos decía: “Vengan mijitos, que los voy a aleonar”. Aleonar era ensayar lo que íbamos a decir. A James Hamilton, Juan Esteban Morales y a Gonzalo Tocornal siempre les ordenaba hablar. Y también a Juan Luis Córdova, uno de los médicos que le hizo un certificado de salud a Karadima diciendo que no debía carearse con nosotros porque se podía morir. Con Juan Luis éramos muy amigos. Los personajes se repiten en muchas cosas. Un día son tus amigos y al día siguiente, por orden de Karadima, se convierten en tus peores enemigos y usan todo lo que se sabe de ti en tu contra.
-¿Qué más recuerdas de la época en que Karadima trataba de congraciarse con Fresno?
Me acuerdo muy bien cuando Karadima nos presentó a Juan Francisco Fresno. Éramos seis los que íbamos a entrar al Seminario: Hans Kast, Salvador Gutiérrez, Diego Ossa, Javier Barros, Samuel Fernández y yo. Karadima nos presentó y le dijo a Fresno: “Monseñor, esta gente está en barbecho”. Y monseñor Fresno contestó “ah, que maravilloso”. Éramos todos jóvenes de buenos colegios. Una de las cosas que teníamos que decirle a Fresno era que nosotros felices entrábamos al Seminario, pero que ese era un ambiente hostil a El Bosque y que no íbamos a entrar si seguía siendo tan hostil. Que nosotros veíamos a seminaristas sufrir. Y al final siempre debíamos decir: “gracias al padre Fernando he logrado mantener mi vocación en un mundo que me tira para otros lados. Lo veo quedarse con nosotros confesando hasta tarde y sufriendo mucho, solo”. Todo eso lo ensayábamos tal cual. Parecían cosas sacadas de la biografía de un santo, como Alberto Hurtado que sí se quedaba trabajando y confesando hasta tarde. Pero con Karadima era todo una gran mentira. Él se quedaba hasta tarde haciendo lo que ya todos sabemos. Y Fresno cayó redondo porque además Karadima le puso como secretario personal a Juan Barros, quien le repitió desde entonces lo mismo a Fresno: que el Seminario era hostil para los jóvenes de El Bosque.
-El propósito era cambiar al rector del Seminario.
Como no teníamos la información completa, hay cosas que entendimos después. Porque una de las cosas que hace muy bien Karadima es compartimentalizar. Y hoy está claro que el objetivo era sacar a Pereira. Yo creo que ya habían anunciado a Juan de Castro, ya se había logrado eso, pero el Seminario hostil era para que Andrés Arteaga (luego obispo y vice canciller de la Universidad Católica), se convirtiera en el formador de Teología y que Rodrigo Polanco entrara como formador de los de primer año del Seminario. Así operaba Karadima, poniendo a su gente de máxima confianza en puntos claves. Pero más tarde a Polanco le cortaron las alas cuando fue rector del Seminario, porque trató de imponer allí la misma cultura y el sistema de El Bosque y muchos curas se rebelaron secretamente, aunque eso fue posterior a mí.
-Volvamos al momento en que Karadima empieza a usarte para que le limpies la pieza y otros trabajos. ¿Hasta cuándo siguió ese trato?
Cuando entré al Seminario algo cambió porque ya no podía usar a un seminarista para esos menesteres. Pero yo le limpiaba la pieza. Me tenía confianza porque en su pieza guardaba cosas de valor: monedas de oro, cheques, el dinero que permanentemente le daba mucha gente. En realidad ni había que verlo – aunque yo sí veía mucho – ya que Karadima nos contaba y se vanagloriaba que el Rucio Matte le daba esto; su señora, la Pilar, esto otro; la plata que le daba Juan Carlos Dörr para sus viajes y los Bulnes. Y muchos otros benefactores. Él lo contaba y disfrutaba con esta plata que le llegaba.
-¿Guardaba monedas de oro?
Sí, las escondía entre los calcetines en su closet, allí donde guardaba la ropa blanca y las camisas. Y también tenía siempre cheques que le entregaban distintas personas. Y no eran pocos cheques. Los veía porque yo le ordenaba los cajones. Había cheques de la gente que mencioné antes.
-¿Iba mucho a la parroquia de El Bosque la señora de Matte: Pilar Capdevila?
Muchísimo. En ciertas épocas, a misa todos los días. Y Karadima también iba a comer a su casa. Siempre que le bautizaba niños de su familia iba a comer a la casa de los Matte.
-¿Cómo explicas que cuando el Arzobispado pide los libros de cuentas de El Bosque, llega Andrés Arteaga, Antonio Fuenzalida Besa y Juan Esteban Morales acompañados de su asesor financiero, Guillermo Tagle, y muestran libros donde todo cuadra, y luego el obispo Chomalí sale afirmando que no hay dineros de los fieles involucrados en la compra de inmuebles por parte de la Unión Sacerdotal?
Hay que preguntarle al obispo Chomalí. El debe responder por esa temeraria afirmación. Es muy grave lo que dijo. Comentamos con Jimmy Hamilton o José Murillo: «¿No les parece increíble que se hable de la santidad y que Dios es el que guía todo esto, y sin embargo, se mienta sin ningún problema?» Porque si es para beneficiar a El Bosque, o al que le rendían pleitesía como santo, no importa, no existe la mentira. Y mienten. Entonces, ahí es donde yo creo que quizás Guillermo Tagle perfectamente puede estar mintiendo bajo auspicios de santidad. Porque no hay duda que los Matte y muchos otros le han dado en el tiempo mucha plata. Si Karadima hacía una parafernalia increíble cuando llegaba Matte a la parroquia. Pero el nexo importante era su esposa, Pilar. A ella la trataba con guante de seda y nos animaba a que nosotros lo hiciéramos también. A lo mejor a Matte le contaban cuentos porque no creo que Matte se preste para hacer chanchullos… Lo que no entiendo es que después del enorme golpe que se pegó ese empresario al apoyar mil por ciento a Maciel, el fundador de los Legionarios de Cristo, haya ido a presionar al fiscal nacional para apoyar a Karadima. Por favor, ¡aprendamos!
-¿Qué otros trabajos hacías para Karadima?
Otra cosa que hacía y que era como mi deber, era darle sus remedios. Si estaba con él, media hora antes del almuerzo le tenía que dar un Ranitax para el reflujo. Y Amparax para que se quedara dormido. Todos los días. Porque sufría de insomnio. Además, tomaba otros tantos remedios de los que no llevo la cuenta. A veces, tenía sueño y nos decía: se pueden ir. Normalmente Juan Esteban Morales se tenía que quedar hasta más tarde; otras, Gonzalo Tocornal, quien era presidente en ese tiempo de la Acción Católica. Pero cuando llegaba Juan Esteban, él tenía que ponerle la cabeza en el pecho y ahí nos teníamos que ir todos.
Aunque resulte difícil de entender, uno vivía lo que le pasaba en ese momento muy solo. Yo pensaba que a mí no más me ocurría, aunque yo veía como le daba besos a Diego Ossa. Y con él lo comentamos. Diego me decía: “No me gusta que me dé besos”.
-¿Fue precisamente por esos diálogos que el fiscal Armendáriz te careó con Diego Ossa?
Si. Y en el momento del careo, cuando Armendáriz me preguntó, me acordé hasta del lugar físico en el que tuvimos esa conversación. Y le dije a Diego: «Acuérdate, estábamos en las escaleritas de la parroquia y tú me dijiste que no te gustaba que Karadima te diera besos. Y yo te dije: no, si es porque él nos quiere. Como que traté de calmarte». ¡Y Diego respondió que eso nunca pasó! Lo mismo hizo frente a la ministra González.
-¿Cómo te explicas que le hayas dado esa respuesta a Diego Ossa en esa época?
Puede que sea porque soy muy de que las cosas tienen que estar en un orden y todos tenemos que estar bien. Yo nunca imaginé la dimensión del abuso que cometía Karadima. Porque cuando Jimmy (Hamilton) me contó lo que a él le pasó, no lo podía creer. Es tan tremendo y él ha sido tan valiente…
-¿Crees que Karadima se enamoró de James Hamilton?
Sí. Algo similar debe haberle ocurrido con Juan Esteban Morales y con Jorge Álvarez en otra época, porque él vivió un tiempo en la parroquia siendo soltero. Si estudiabas medicina y eras rubio de ojos azules y buena pinta, eso era lo máximo y aunque Morales era moreno, tenía una muy buena pinta. Cuando yo llegué a El Bosque, Jorge Álvarez era lo que el cura llamaba “mi regalía máxima”. Aunque a veces pasaban cosas que no entendía, porque Jorge Álvarez se sometía mucho al cura, pero a veces no hacía lo que él quería. Entonces, se le hacía la ley del hielo. El cura decía: “Nadie le hable a Jorge”.
-¿Qué cosas recuerdas que provocaban la ley del hielo?
Cuando Jorge no llegaba porque se iba con una amiga o no cumplía los deseos del cura. O cuando no iba a Requínoa.
-¿En qué consistían los paseos a Requínoa?
Allí está el fundo de Juan Carlos Dörr y su señora, María Elena Bulnes, la casa a la que más íbamos todos. Yo me iba el domingo en la noche. Pero cuando estaba en el colegio no me invitaban tanto: iba el domingo en la tarde o el lunes después de clases y me volvía en la noche. Ya en la universidad me quedaba a dormir.
-¿En qué consistía hacerle la ley del hielo a uno del grupo?
Lo saludabas y punto. O Karadima te decía:”Yo te estimo mucho mijito, pero te he perdido la confianza”. Eso era como que te cayera un camión de cemento encima. Si nadie más veía, era más amistoso. Porque otra cosa que es muy de El Bosque es la cultura de la delación.
-¿Podemos graficar cómo era la actividad de los jóvenes que iban a El Bosque?
Los días de mayor actividad eran los miércoles y los sábados. Eran los días en que iba todo el mundo. Primero se hacía una prerreunión, a las seis de la tarde, donde él decía: «Venga a tomar té conmigo». Y tú llegabas a tomar té en el comedor gigantesco de la parroquia, que era de los padres. Pero a los curitas viejos los tenía relegados. Ellos tomaban té en una mesa pegada a la muralla. Ahí estaba Francisco Errázuriz (Panchi), al que trataba con la punta del pie. Y comían unas sopas en las que flotaba el aceite. Una cosa asquerosa que les cocinaba Bernardo, cuya función principal era ser jardinero. Y había un joven que atendía a monseñor Alejandro Hunneus Cox, a quien Karadima tenía totalmente relegado y se reía de él en su cara y que ya tenía más de 90 años. Era un viejito altísimo, con unos zapatos enormes y que hablaba con una voz gutural: “Padre Fernando, hay que amar a Jesús”, repetía con otras cosas incoherentes. Y Karadima hacía que nos riéramos de él. A los que tenían más dotes histriónicas los hacía imitarlo. Aunque Karadima constantemente se burlaba de la gente que tenía un defecto. Después de ese té que tomábamos en el comedor a las seis de la tarde, llegaban los seminaristas. En ese tiempo a los del Seminario nos dejaban salir los miércoles y los viernes para hacer cosas personales Y los miércoles todos llegaban a El Bosque. Éramos como unos 20 jóvenes en total.
-¿De qué se hablaba?
Compartíamos cosas nuestras y anécdotas divertidas. Y también me acuerdo que Karadima decía “venga mi regalía”, y la pelea era por quién se sentaba a su lado. Al futuro obispo Tomislav Koljatic siempre le gustaba sentarse al lado del cura y ponerle la cabeza en el hombro. En ese momento el cura le decía “mi regalía máxima”. Juan Barros también se peleaba por sentarse a su lado. Lo estoy viendo recostado en el pecho de Karadima, tanto cuando estábamos sentados en la mesa o cuando estábamos en la pieza. A Horacio Valenzuela, que era un joven más de campo, no lo consideraba tanto. Y Juan Barros constantemente se andaba ofreciendo a Karadima. Y el cura lo usaba, porque tenía muy buenos contactos con la Nunciatura ya que su familia le hizo un gran regalo a la Nunciatura. Siempre se dijo que si Barros llegó a ser obispo fue porque tiene pitutos en ese nivel. El propio Karadima decía que Barros no es un hombre muy inteligente.
-¿Todos participaban en la reunión cuando venía alguna visita importante del arzobispado o de la Iglesia en general?
No, si iba a venir alguien importante no se les permitía a todos participar. Por ejemplo, los seminaristas no podían estar. Entonces, cuando terminaba la hora del té, él decía “ahora vengan ustedes” y los que no éramos elegidos nos quedábamos haciendo lo que fuera mientras “aleonaba” a los otros para la reunión donde quería lucir su gente.
-¿Quiénes estaban siempre entre los elegidos?
Gonzalo Tocornal, Juan Esteban Morales, James Hamilton, Diego Ossa y Hans Kast, cualquiera de los cercanos con buena pinta, bueno para hablar y si tenía a alguien famoso en la familia mejor. La reunión con la visita se organizaba a las 19:00, en el salón grande, afuera de la parroquia. Era la reunión más masiva, con muchos jóvenes. Estaba lleno. A las 20:00 era la misa. A esa reunión él entraba en medio de los aplausos y vestido de cura. ¡Cómo le gustaba! Apoteósico. Nosotros estábamos en las sillas abajo y él adelante, en un lugar más alto, que parece un escenario, donde hay una imagen de la Virgen de Nuestra Señora de Loreto (en homenaje a Loreto Cousiño, la benefactora de El Bosque). La iniciaba Gonzalo Tocornal, que era el presidente de la Acción Católica. Después lo sucedió James Hamilton. Entraba el cura, hacía su speach, luego bajaba y llamaba a algunos jóvenes adelante, sobretodo a los de mejor pinta, y los hacía decir algo. Por ningún motivo decir que la vocación se despertó en el colegio. Yo no podía decir que los curas del Saint George o la Holy Cross eran inspiración para mí. El Verbo Divino, donde tenía más seguidores, tampoco se podía mencionar. Y cuando hablabas ante las visitas, tú no podías mencionar tu colegio. Porque esto se ensayaba antes de hablar. “Guillermo, tú vas a hablar. Juan Carlos, tú vas a decir esto, y tú, Diego, esto otro…”.
-¿No había mujeres en esas reuniones?
En las más íntimas, no. Pero en las grandes, sí. Los hombres nos sentábamos a un lado y al otro las mujeres. A las mujeres más cercanas les decía “las esclavitas”. Una de ellas era Carmen Concha Vial, muy buena y de un corazón de oro… Ella se murió con su hermana en el accidente de un avión de Aeroperú. Karadima la trataba como a la esclava mayor. Les decía que tenían que ser absolutamente sumisas y limpiar. Era muy despectivo con las mujeres.
-¿Y ustedes no cuestionaban ese trato?
Sí, te lo cuestionabas, pero inmediatamente tu mente te llevaba a decir “no, es orden de santidad, es prueba de humildad”. Recuerdo que las primeras palabras que usó conmigo fueron: “Carlitos -porque siempre te diminuía, como que te despojaba de tu nombre-, yo voy a ser tu director espiritual y confesor, es más, voy a ser tu papá, y lo que te digo es que tienes que ser absolutamente obediente porque eso es signo de humildad. Tú ves los santos, la gente que se ha perdido en el mundo es porque no ha sido humilde. Tú tienes que ser humilde y obediente. Y yo, como soy tu director espiritual, si yo lo veo blanco y tu lo ves negro, la humildad te tiene que hacer verlo blanco también”. Te lavaba el cerebro.
-¿Lo viste a él alguna vez humilde?
Nunca. Ahora que lo pienso, nunca. Y si alguna vez lo hizo fue teatro. Esa es una expresión que se usaba mucho allá: “Haz un poco de teatro”.
-¿Cuándo fue la primera vez que pusiste por escrito los abusos de Karadima?
El obispo Cristian Contreras me pidió en 2006 que escribiera todo lo que me había pasado con Karadima. Me dijo que lo habían sacado de párroco de El Bosque, pero seguía haciendo retiros y haciendo todo lo que hacía antes… Contreras me lo pidió por intermedio de Francisco Astaburuaga, al que han tratado pésimo porque ha sido un defensor de nosotros y es un sacerdote que se la ha jugado por la verdad.
-¿Conocías al obispo auxiliar de Santiago, Cristián Contreras?
Con Cristián Contreras siempre hemos sido amigos, desde que yo era seminarista, él me ayudó y me apoyó cuando me salí de El Bosque. Por eso tuvo la confianza de decirme «escríbete algo». Pero yo nunca le había contado toda la historia de los abusos sexuales, porque me daba mucha vergüenza, aunque cuando lo hablaba lo dejaba entrever. Y creo que él entendía. Más tarde, cuando ya el escándalo era público, a raíz de cómo se estaba portando el cardenal Errázuriz frente a las acusaciones y de lo que ya se hablaba por distintos testigos, de las acciones de encubrimiento del obispo Andrés Arteaga, de que los obispos Juan Barros y Tomislav Koljatic le daban besos a Karadima y también veían como el cura les daba besos a otros, y no pasaba nada, llamé a Cristián Contreras.
-¿Para decirle qué?
Lo llamé por teléfono y le dije: «Cristián, eres mi amigo, estás viendo todo esto, sabes todo lo que está pasando y no haces nada, ¡cómo es posible!». Y le corté. Contreras empezó a buscarme a través de mi prima Isa Viollier, que me ha ayudado en todo esto como nadie. Él también me llamaba. Yo veía que era él y no le contestaba. Hasta que un día me pilló y me dijo: “Juan Carlos, no me cortes por favor”. Y le respondí que era cierto que me había ayudado moralmente, pero que ya no se trataba de ayudar tras bambalinas. “Es increíble todo lo que estás viendo, tú tienes que hacer un gesto concreto, algo que la gente vea”, le dije. Y Cristián Contreras me dijo en ese momento que le diera tiempo. “Voy a hacer algo concreto”, dijo. Pero durante un buen tiempo tanto yo como James Hamilton le cortábamos el teléfono. Es que todo esto ha sido muy duro…
-¿Cómo se produce el encuentro con James Hamilton que desemboca en que tú eres testigo del juicio de nulidad matrimonial de Hamilton en 2009?
A fines del 2008 me llamó el padre Pancho Astaburuaga y me dijo que alguien de mi pasado necesitaba hablar conmigo. Yo le pregunté el nombre y me lo dijo: Jimmy Hamilton. Me emocioné porque habíamos sido muy amigos y lo quise mucho. Él nos puso en contacto y nos contamos todo lo que habíamos vivido. Me acuerdo que quedé pésimo después de oír lo que Jimmy me contó. Lloré por él y también por mí.
Después que Jimmy y yo hablamos, él me dice “porque tú viviste lo que has vivido, quiero que tú seas mi testigo en mi nulidad”. Por supuesto, le respondí. Y paralelamente, lo denunciamos. Él ya lo había hecho en el Arzobispado. Ni habíamos hablado hasta ese momento de un juicio civil. Fue ahí que Jimmy me dice que conoce a José Andrés Murillo, al que también le pasó algo. Yo no sabía muy bien qué le había pasado porque no conocía a José Andrés. Y me preguntó cuándo venía a Chile. Hice el viaje y nos juntamos los tres en un restaurante en Bellavista. Conocí a José Andrés en 2009.
Fue en el verano de Estados Unidos cuando yo testifiqué. Lo recuerdo muy bien porque a mi mamá justo la operaron y le pusieron cuatro bypass. Vine por dos semanas y era mi cumpleaños: el 13 de agosto. Testifiqué frente al padre Zúñiga, el defensor del vínculo, un sacerdote del Opus Dei muy conocido por ser increíblemente recto.
-¿Cómo fue ese testimonio?
Entro a una pieza y está el cura frente a un computador, escribiendo con dos dedos. “¿Usted conoció a la señora Verónica Miranda (ex esposa de Hamilton)?”, escuché. “No, no la conocí”. “Usted lea esto”, me dice y me hace leer el testimonio donde Jimmy dice que el cura lo había toqueteado. “Padre, esto es absolutamente cierto, porque a mi me hacía lo mismo. Me hizo esto, esto y esto”, le relaté. El padre me tuvo tres horas hablando. Al final, me dijo: “Yo le quiero pedir perdón por lo que ha sufrido con la Iglesia”. Le dije “padre, no se preocupe. Le agradezco que me lo diga, gracias”. Cuando terminé, me fui donde el sacerdote Rodrigo Tupper y le dije “Rodrigo, vine a denunciar a Karadima”. Su respuesta fue: “Qué bueno”. De ahí me fui a hablar con Hans Kast, al Arzobispado.
-¿A Hans Kast no le veía desde la época en que abandonó El Bosque?
No lo había vuelto a ver. Así fue como hice mi testimonio delante de él. Decidí ir donde el canciller del Arzobispado para que hiciera lo que tenía que hacer. Sabía que él también hacía mucho tiempo había dejado El Bosque. Llegué donde Hans con mi pendrive y mis 20 páginas de testimonio…
-¿El mismo testimonio que le había entregado antes al obispo Cristian Contreras?
No, le había puesto más detalles y otros episodios y quedó como en 20 páginas. Cuando Hans lo leyó, me dice: «Juan Carlos, es increíble todo esto. Yo le dije que sí, que era increíble, pero que pensaba que él lo sabía». Me aseguró que no y me agregó: “Yo no vi nada. Te pido perdón porque yo no vi nada”. Debo decir que en ese momento el hecho de que Hans fuera el Canciller no me daba esperanzas de que pasara algo. Porque como nadie en el arzobispado había hecho nada hasta ese momento, me dije: “Esto no va a llegar a ninguna cosa, pero igual lo voy a hacer”.
-Cuando Kast te dijo “yo no vi nada”, ¿qué te pasó? Cuando lo viste después de tantos años, ¿qué sentiste?
Yo estaba un poco intimidado, porque estaba en el Arzobispado, en el territorio de ellos, y no era una cosa fácil lo que estaba haciendo. Porque hasta ese momento Karadima seguía siendo el mismo hombre poderoso. Seguía teniendo mucho poder en muchos ámbitos. Entonces, no sabía en qué territorio andaba. Pero me sentía acompañado por Jimmy, quien me daba muchísima confianza. Ya por lo menos tenía un amigo. Y luego José Andrés me cayó excelente, veía lo que también le había pasado a él y cómo se movía para avanzar. Ya estaban hablando con Fernando Batlle. Entonces, llego donde Hans, le paso mi pendrive, él lo pone en su computador y comienza a leer. Cuando llega al final, a la parte en la cual digo “Juan Barros y Andrés Arteaga y todos ellos vieron todo esto y no hicieron nada”. Me dice: “¿Tú crees que es necesario incluir esto? ¿No sería mejor sacarlo?”. «No -le dije- déjalo tal cual, por favor. Tal cual”. Y lo dejó. Terminamos y le digo: «¿Me puedes dar una copia, por favor? “No, no te puedo dar ninguna copia”, me dice. Y me fui sin la copia. Pero antes, Hans me dijo: “Ven”. Y rezamos un Ave María ante el santísimo. Al despedirnos me dijo: “Cuando vengas de nuevo, tomémonos un café”. Regresé a Estados Unidos y seguí en contacto permanente con Jimmy y José Andrés. En esa época estaban hablando con más gente que hubiera pasado por lo mismo. Así fue como luego se sumo Fernando Batlle.
-¿No conocía a Batlle?
No, para nada. Para saber qué estaba pasando en el arzobispado le mando un mail a Cristián Contreras. No me contesta. Me pareció terrible. Porque si tres personas estaban denunciando una cosa tan grave, más grave aun era que se tomaran tanto tiempo para reaccionar. Habían transcurrido varios meses ya y Cristián no me contestaba. Después le escribí a Hans Kast con copia a Cristian Contreras o viceversa y la respuesta me la entrega Hans por mail: “Juan Carlos, la Iglesia no revela el estado de sus investigaciones”. Era lo mismo que me dijera: “No molestes”. Me dio mucha indignación y le mandé un mail a Cristián Contreras diciéndole “¡Pero qué es esto, Cristián!”. Y él también lo justificó. Con Jimmy hervíamos de rabia. “Tenemos que buscar un abogado porque aquí nos van a cerrar la puerta”, fue nuestra conclusión. También le pedí ayuda a Cristián Precht y nada.
La decisión coincidió con la llegada del enviado del Vaticano (Bertone). Jimmy ya había hecho una pequeña exploración con algunos estudios de abogados con nuestra historia, fundamentalmente por dos razones: para ver quién nos podía ayudar, y para dejarlos inhabilitados a que tomaran el caso después por conflictos de intereses. José Andrés hizo lo mismo. Y yo, confiaba en lo que ellos hicieran.
Fue entonces que surgió otro hecho: Fernando Batlle declara y le dice al promotor de justicia del arzobispado, Fermín Donoso: “Ustedes ya me oyeron y si no me tienen una respuesta en una semana, yo voy a ir a los diarios con todo esto o voy a tomar medidas judiciales”. Con Bertone ya en Santiago ocurre el episodio nefasto en que a Jimmy le dicen que tiene que firmar bajo secreto pontificio un documento que tergiversaba lo esencial de su testimonio ante la Iglesia. Y me llama. Mi conciencia me decía, Jimmy, no firmes nada; pero quería estar seguro. Llamé a los abogados del SNAP de Estados Unidos, de vasta experiencia en estas lides: miren, nos quieren hacer firmar esto… “No firmen ninguna cosa, ¡cómo se te ocurre!”. Fue ahí que Fernando Batlle va donde el abogado Juan Pablo Hermosilla. Luego también van Hamilton y Murillo, y Hermosilla decide que nos va a representar. Y en ese preciso momento el cardenal Errázuriz me manda un mail.
-¿Diciendo qué?
Yo le había mandado un mail al cardenal diciendo: “Monseñor, me parece increíble que en un juicio, que se supone que es secreto, como la nulidad de James Hamilton, monseñor Arteaga ande hablando de mi y se permita intentar descalificarme diciendo que yo soy un homosexual que no se merece nada. Me parece increíble que se ande invocando mi nombre en un juicio que es absolutamente secreto, donde yo he sido testigo”. Y lo hice porque nos enteramos que hubo una filtración en el juicio de nulidad canónico de James Hamilton por parte del vicario judicial, Francisco Walker, quien le fue a contar a monseñor Arteaga lo que en ese expediente secreto testimoniaba tanto Jimmy como yo y otros. Una falta gravísima que él mismo reconoció más tarde. Y fue producto de esa filtración que mandaron a Juan Esteban Morales a declarar en mi contra. Morales aparece declarando en el juicio, descalificándonos, porque lo logran meter por las influencias que tenía Walker como vicario judicial. Arteaga y su grupo lo tenían todo controlado. ¡Y ese juicio debía ser absolutamente secreto! ¡Cómo me va a extrañar que se hayan enterado de todas las denuncias que hice antes en el arzobispado!
-¿Qué le contestó el cardenal Errázuriz a su reclamo por esa gravísima filtración?
Pasó mucho tiempo antes de que contestara. Y lo hizo cuando se fue Bertone, el martes justo antes de que saliera el primer artículo sobre nuestra denuncia en el diario La Tercera. Me manda un mail diciendo «que lástima que se haya filtrado” y afirmando que esto no puede ser, y que está “muy preocupado porque ha oído que hay un Informe Especial (TVN) preparándose”. Y agrega: “¿Quién entrego esa información a Informe Especial?”, como diciéndome “tú también filtraste”. Y claro, yo había llamado a las periodistas Paulina de Allende-Salazar y a Pilar Rodríguez que en ese momento trabajaban en Canal 7. Con la primera fuimos compañeros en la Universidad Diego Portales y con la segunda nos conocemos desde chicos. Yo les dije casi literalmente la frase con la que empieza la emisión de Informe Especial: “Paulina, tu tienes un padre Maciel aquí mismo también”. Entonces no sabíamos si ir a los medios y no fue fácil tomar la decisión. Lo decidimos con Jimmy y José Andrés porque queríamos tener algún otro pilar que nos apoyara. Estábamos muy solos… Al día siguiente que me escribió el cardenal Errázuriz explota nuestra denuncia en La Tercera. Pero nosotros ya teníamos a Juan Pablo Hermosilla ayudándonos, y desde hacía sólo unos pocos días. Todo se fue concatenando muy pero muy rápido.
-¿En qué minuto llega la historia del abuso al joven Guzmán Anrique hasta ustedes? Porque ese episodio es el que podía romper la prescripción.
José aparece como en mayo de 2010. No estaba al inicio.
-Porque ahí hay una secuencia que todavía no queda clara. Tiene que ver con el relato que nos hizo a nosotros el sacerdote Eliseo Escudero. Cuando lo sacan y ponen a otro sacerdote de procurador de justicia del Arzobispado de Santiago, se supone que aparecen nuevos testimonios, el de Batlle entre ellos, que son los que reactivan el juicio. ¿Hay otros más?
Si. Y te voy a decir una cosa, además. Yo llamé a Cristián Contreras y le dije: “Mira, ¿qué es esto? Yo sé que todos los otros acusadores han declarado delante de un procurador de justicia, y a mí me haces declarar al frente de Hans Kast, que no tiene el poder de procurador de justicia”.
-¿Y entonces cuál es la explicación de por qué tu declaras ante el canciller Hans Kast?
Yo no sé por qué me hicieron declarar ante Kast, porque se debe declarar frente a un procurador.
-Sólo corresponde si el procurador no está, y entonces el Canciller lo suple. Eso es lo que nos explicaron. Lo que sucede es que da la casualidad que en ese preciso momento el canciller es Hans Kast, un sacerdote que se formó en El Bosque. ¿Te dio desconfianza?
Por supuesto. Y a Batlle también. El caso es que cuando yo le digo esto a Cristián Contreras, él me dice: “¿Cuándo vienes a Chile?”. Viajé y me recibió el procurador Fermín Donoso, que me hizo ratificar todo lo que yo había dicho además de preguntarme un montón de cosas más. Fermín Donoso no es un hombre que exprese mucha emoción. Y estaba demacrado. Allí me topé con Juan Edwards. Se estaba yendo cuando yo llegué. Juan Edwards fue testigo también. Uno de los nuevos testigos. Creo que vio el programa Informe Especial y llamó…
-¿Conociste bien a la familia de Karadima?
Sí. A la madre, Elena Fariña. Una madre tirana… Teníamos a veces que ir a calmarla. Prochaska por ejemplo, tenía que ir a jugar a las cartas con ella. Y a mí me hacía ir a sentarme con ella a ver televisión. Para que estuviera acompañada… “Carlitos, anda a ver a mi mamá, por favor, mira que mi mamá te quiere tanto. Tú sabes que te adora”. Así me decía. Y era un honor también que te confiara a su madre…
Está su hermana Patricia… Tiene varios hermanos: Jorge, María Eugenia, Sergio, que es el papá de Felipe Karadima, que se salió de cura y se casó. Después está Lula, casada con Sergio Guzmán Bondiek, hermano de Lalo Guzmán Bondiek, que siempre ha tenido reparos con Karadima. Y Óscar Karadima, un académico casado con Ximena Labbé. Recuerdo que en una conferencia de prensa que dio Juan Pablo Bulnes al interior de El Bosque el año pasado, mostrando una de las dos casas que ocupa la familia del cura, decía: “Aquí ha vivido la hermana (Patricia) 40 años”. Mentira ahí vivió Óscar con su familia cuando volvió de Canadá. Y vivió allí años. Patricia vivía en la casa que ocupaba la mamá de Karadima hasta que se casó. Y después vivieron en un departamento y seguramente Óscar se fue y entonces se fue la Patricia a vivir a esa casa. Todos han recibido la ayuda del cura y Karadima se ha preocupado de tenerlos bien. Siempre. Adueñándose incluso de bienes y dinero que no le correspondían. En el fondo, usando de su poder para atender a toda su familia.
-¿Podrías describir la pieza de Karadima en la parroquia?
La pieza de Karadima era de unos 22 metros cuadrados, con dos ventanas. Un ventanal mira hacia la plaza Las Lilas. Allí tenía su cama de plaza y media, la televisión, acá un escritorio y acá un mueble que se hizo construir hasta arriba lleno de libros, aunque nunca lo vi leerlos, lleno de cd’s y de equipos de música. En las paredes, un reloj de esos que le gustaban a él: de péndulo.
-¿Qué leía Karadima?
A Karadima siempre se lo veía con un rosario, un breviario y un libro del teólogo más capo o la nueva encíclica del Papa en la mano. Siempre. Pero la verdad es que él casi no lee libros. Y lo digo porque he estado 24 horas al día con él, en el campo y en la parroquia, y no lee. Es Andrés Arteaga quien le hacía un resumen de la encíclica de una página para que la leyera o le explicaba cuáles eran los tres puntos centrales. Y después predicaba: “Como dice el Santo Padre en nuestra encíclica…”
-Y tenía fijación con los automóviles Wolkswagen, ¿o se los regalaban? Siempre autos de la misma marca, el último modelo es un Golf.
Sí, se los regalaban. Y se aprovechaba también de que la Fundación Caritas se puede traer unos Wolkswagen de Alemania por menor precio. Cuando yo lo conocía, tenía un Golf último modelo. Y después tuvo otro similar, pero no soltó el primero, que era más antiguo. Le gustaba amasar y amasar.
-En ese mundo que construyó Karadima en El Bosque, ¿entrar a su pieza también era un honor? ¿Entraban cuando él ya estaba acostado?
En la noche, sí. Y era ahí, cuando uno se confesaba, cuando había que hincarse al lado…
-¿Cuándo llegó James Hamilton a la Parroquia El Bosque?
Llegó creo que un año después que yo.
-¿Y se transforma en el dirigido espiritual más importante?
¡Inmediatamente! Era de muy buena pinta, rubio, de ojos azules… Y el cura abiertamente se moría por la gente rubia de ojos azules. Juan Esteban Morales también tenía buena pinta pero era moreno. Yo escuché a las mujeres decir: “¡Mira, qué buen mozo!”. Pero la regalía máxima que yo le vi a Karadima fue Jorge Álvarez
-¿Jorge Álvarez es reemplazado como su preferido o en algún momento comparte ese sitial con Hamilton?
Es que no son reemplazados. Coexisten pero en formas distintas, porque antes era Tomislav Koljatic, un ingeniero comercial que luego es obispo. Y cuando Álvarez se casa, entonces ya no puede estar todo el día en la parroquia. Pero también estaban el mismo Juan Pablo Bulnes, Lalo Guzmán… Las regalías máximas van renovándose. Aunque la verdad es que Juan Esteban Morales ha perdurado más que cualquiera en el tiempo.
-Pareciera que Karadima tiene una predilección por tener a jóvenes médicos a su alrededor: Álvarez, Hamilton, Morales, Guzmán… ¿Es así?
Sí. ¡Le encantan los médicos! Es hipocondríaco total. Pero su predilecto es Jorge Álvarez. El es mucho mayor que James Hamilton. Y sigue siendo incondicional al cura. Alguien me recordó que Álvarez había estudiado Agronomía y se cambió a Medicina. No sé por qué terminó viviendo en la parroquia. Yo era muy amigo de Francisca Stevenson, la esposa de Álvarez.
-¿Y qué rol juega en este círculo íntimo Andrés Arteaga?
Arteaga está siempre… Siempre luchó por su lugar de privilegio junto a Karadima. Porque, por ejemplo, nunca lo llevó a uno de sus viajes por Europa. Increíble. Arteaga actúa como si Karadima fuera su padre…Aquí hay facetas sicológicas muy complejas. Las tengo yo y las tienen todos. Esa es una de las razones por las que haría lo que fuera por ayudar a los que fueron abusados y aún no se atreven a confesarlo.
-¿Por qué crees que hay tantos que niegan los abusos y no se atreven a declarar o a asumir su rol de víctima?
He reflexionado bastante sobre eso y también con los otros integrantes del grupo y creo que en muchos prima el horror de sentir que han defraudado a Karadima. Pero también es el temor al qué dirán, a exponerse en público ante un mundo social tan cerrado y castigador. Tan hipócrita.
-¿Fuiste invitado por Karadima a viajar con él a Europa?
Sí, dos veces, en 1983 y 1984. Fuimos por tres meses con él a Europa. En ese viaje iban también Hans Kast, Prochaska, Guillermo Tagle y Gonzalo Tocornal. Estuvimos un mes en la casa de la familia de Hans en Alemania; después nos fuimos a Dinamarca y luego a Madrid donde estuvimos 15 días. Fue una época en que yo no estaba cómodo conmigo mismo.
-¿Qué se decía en la parroquia cuando Karadima partía con su grupo a Europa?
Que estaba en un retiro espiritual. Siempre de retiro. En los viajes que yo hice con él nos fuimos por tres meses. Y el que pagaba el pato de eso, porque nadie que yo conozca se toma vacaciones de diciembre a febrero, era el pobre Eugenio de la Fuente, que era vicario y que se tenía que quedar en la parroquia sin salir de vacaciones.
-¿Qué rol jugaba en ese mundo la Unión Sacerdotal?
La Unión Sacerdotal siempre para nosotros fue un secreto. No era algo de lo que nosotros habláramos cuando yo era un joven de la parroquia. Tampoco cuando fui seminarista. No se me decía “tú vas a pertenecer a la Pía Unión Sacerdotal”. Por ahí vi unos estatutos de la Pía Unión Sacerdotal alguna vez, pero era un tema del que no se hablaba.
-¿Gozaba de privilegios la parroquia El Bosque en la Municipalidad de Providencia?
Yo supe que en tiempos de Pinochet, cuando estaba de alcaldesa Carmen Grez, que es suegra de Lalo Guzmán y abuela de José Guzmán, ella hizo un subsidio para todas las parroquias de Providencia. Pero la de El Bosque era una cosa fuera de toda proporción. Con Cristián Labbé hubo un episodio de conflicto cuando botaron el teatro Las Lilas y construyeron estas torres en su emplazamiento. Karadima estaba absolutamente en contra de que construyeran esas torres porque le iban a poder mirar muchos el interior de la parroquia. Estaba furioso. Fue a hablar con Labbé, y como no le resultó, después mandó a Juan Barros, vicario castrense, a hablar con Labbé. Barros le dijo que iba como general de la República a darle una orden. Y como Labbé llegó a coronel… Y las torres se construyeron.
-¿Cómo ha sido empezar a recomponer tus lazos con los sacerdotes de El Bosque que cortaron con Karadima?
Ha sido increíble. Con Eugenio de la Fuente y Sergio Cobo hemos hablado mucho. Están felices de ser nuevamente mis amigos. Aunque yo les hago muchos reproches. Pero hablamos muchas cosas, corroboramos otras. A Sergio Cobo, que es unos cinco años menor que yo le regalé su primer rosario y le tenía un cariño enorme. Se nota que están tan felices de reencontrarse conmigo.
-¿Notas que se sienten culpables?
Sí… Cobos y De la Fuente me han dicho: “Juan Carlos, si yo puedo hacer algo, ir a declarar a alguna parte”. En contraste -y por eso me indigna- a la actitud asumida ahora y desde hace mucho tiempo por Juan Barros, Horacio Valenzuela, Tomislav y Arteaga. Incluso Felipe Bacarreza. Ellos saben que no pueden decir que no sabían. Ellos saben que no pueden quedarse calladitos cuando tienen los dedos, los pies y las pezuñas metidas en los abusos de Karadima y el sufrimiento de muchos. ¡No lo puedo entender!
-Mucha gente se pregunta por qué un sacerdote gay ataca y abusa en El Bosque, un mundo donde aparentemente muchos gay podían vivir su sexualidad libremente.
Porque eso no era una comunidad gay, sino un lugar de abuso. Por eso denuncié y he enfrentado todas las consecuencias. Lo que hice lo haría 20 veces si fuera necesario. Yo soy la persona más respetuosa de que cada uno decida si sale o no del closet. A mí me costó un mundo asumir mi condición. No juzgo a nadie que a pesar de ser gay se haya casado, ¿quién soy yo para juzgar sus razones? Lo que sí juzgo es la hipocresía y la maldad de tener esos sentimientos y aniquilar a otros. Puede ser que Karadima sea gay, pero antes que eso lo que importa es que se comportó con nosotros como un sicópata. Era tanto su gozo al destruirte y que uno sufriera…
-Todo lo que nos has contado ocurre en los ‘80, cuando Chile vive su peor crisis económica y cuando el obispo Fernando Alvear, un santo para muchos, estaba desbordado por la necesidad de las ollas comunes. Eran años en que las niñas pequeñas se prostituían por comida en las rotondas. ¿Llegaban estas realidades a El Bosque?, ¿sabían lo que pasaba en su país?
Esa era una realidad absolutamente ajena a El Bosque. De eso no se hablaba. Cuando había apagones se decía, estos comunistas de mierda, esta gente loca que hacía protesta en la rotonda que no nos dejaba llegar al Seminario. El Mercurio era la única fuente nuestra de información. En Chile pasaba lo que decía El Mercurio y nada más. Por eso también en el Seminario no nos dejaban mezclarnos con nadie más. Y estábamos resignados a ser una isla, porque nos decían que todos los demás o eran comunistas o liberales que no iban en el camino de la santidad. Karadima siempre decía: «Yo quiero que El Bosque haga arder la Iglesia chilena por los cuatro costados». Lo decía en el sentido de que quería que de aquí salieran muchos sacerdotes y obispos con una mirada recta.
-Y lo cierto es que El Bosque ha hecho arder a la Iglesia Católica chilena, pero por otro motivo.
-Así es.